Iglesia

 

¿Cuál es la historia de los cristianos de Irak?

 

Fundada, según la leyenda, por el apóstol Tomás ya en el siglo I, la Iglesia de Oriente, hoy la Iglesia caldea en Irak, conoce en el antiguo imperio persa un auge extraordinario, y evangelizará hasta la China. Mons. Petrus Yusif nos ofrece algunos datos históricos.

 

 

01 mar 2021, 12:31 | La Croix


 

 

 

 

 

Griega, copta, aramea, armenia, siria… las Iglesias cristianas orientales son muchas y diferentes. El título oficial que ha asumido la Iglesia en el antiguo imperio persa es «La Iglesia de Oriente». Su sede se encontraba en la ciudad de Seleucia-Ctesifonte, cerca de la actual Bagdad.

 

Una Iglesia muy antigua

El Evangelio ha iluminado Mesopotamia desde los tiempos apostólicos con el paso del apóstol Tomás hacia la India, y la predicación de Addai y Mari, dos de los setenta y dos discípulos del Señor. Hacia los años 70 se constata ya la presencia de la construcción de una iglesia en Seleucia; hacia los años 90 de nuestra era, la Iglesia estaba implantada en Arbela (actualmente Arbil o Erbil), Adiabene, en el norte del actual Irak. Las comunidades crecen y, en respuesta al mandato del Señor en favor de la unidad de sus discípulos, se da, a principios del siglo IV, la unidad jerárquica, mientras la Iglesia sufre por las persecuciones persas. Pero la fuerza que el martirio da a la Iglesia la lleva a la evangelización más allá de las fronteras de país.

 

Una Iglesia increíblemente misionera

En 345 el patriarca envía una gran misión (70 familias, además de sacerdotes) a Malabar, ya evangelizada por santo Tomás. A partir de 646 comienza una verdadera epopeya misionera hacia China, después Mongolia. La Iglesia de Oriente llegará hasta Manchuria, Sumatra y a las fronteras de Japón por el Este; hasta Chipre por el Oeste y hasta el Yemen por el Sur. El Catolicós-patriarca Timoteo I, llamado el Grande (siglos VIII-IX) tendrá que organizar su patriarcado, que abarca un enorme territorio. En los siglos XII y XIII, la Iglesia de Oriente cuenta con más de 200 diócesis y es la mitad de la cristiandad en número de fieles y en superficie…

No solamente se propaga y transmite el Evangelio, sino que también es meditado, explicado, cantado y orado. Así, muy pronto se instituyen grandes escuelas catequéticas y teológicas, que a menudo son también grandes centros de producción de literatura espiritual y litúrgica. Desde comienzos del siglo III, se funda la primera escuela de Edesa, de donde procede san Luciano, mártir († 301), fundador de la prestigiosa escuela de Antioquía. En el siglo IV nace la famosa escuela de Nisibis, trasladada posteriormente a Edesa, que dará un ilustre teólogo y poeta, el gran san Efrén. Progresivamente, las escuelas teológicas se extenderán a las diferentes diócesis: Narsai reabrirá la escuela de Nisibis, Mar Aba abrirá la de Ctesifonte, y otras escuelas seguirán casi en cada diócesis, además de las escuelas de los grandes monasterios, como las del convento superior cerca de Mosul o la de Beith Abé al norte de la misma región. Los mejores autores, sobre todo en los siglos IV-V, la edad de oro de la literatura siriaca, como Efrén y Narsai, destacarán en la expresión poética, que junta verdad y belleza, y dará lugar a una herencia litúrgica admirable.

 

Un monaquismo muy dinámico

Esta búsqueda de la verdad evangélica será acompañada por una búsqueda más existencial, para vivir el Evangelio en su radicalidad. El monaquismo comienza a principios del siglo IV, en forma poco estructurada, pero que poco a poco desembocará en el movimiento cenobita, donde los monjes comparten la vida en común, y el eremítico de los que permanecen siempre en su monasterio de origen. Ahí nacerá una literatura espiritual muy importante con grandes autores, como Sahdona, Isaac de Nínive, José Hazzaya, Juan de Dalyatha y otros. Los fieles van a buscar en los monasterios el clima evangélico que necesitan en las preocupaciones de la vida diaria. Muchos jóvenes entran en masa en monasterios fundados por personas prestigiosas, como Abraham de Kashkar, etc. Paradójicamente al final del siglo V, cuando la Iglesia de Oriente permitía el matrimonio incluso a los obispos, una tercera parte de los jóvenes abrazaba la vida monástica.

 

Una Iglesia perseguida y debilitada

A lo largo de su historia, esta Iglesia nunca ha dejado de ser testigo de la Buena Nueva. El testimonio del martirio la ha marcado en su origen. A partir del siglo XIV comienzan interminables persecuciones, con el exterminio sistemático del Mongol Tamerlán.

El siglo XVI verá a la Iglesia de Oriente extenuada, dividida, dominada por una única familia (el patriarcado se ha convertido en hereditario). Rechazando tal decadencia, tres obispos envían ante el Papa al monje Yohannan Sulaqa, superior del monasterio de Rabban Hormizd cerca de Alqosh, para que sea consagrado patriarca y establezca la comunión con Roma, que tiene lugar en 1553. Contrariamente a los intentos precedentes de unión con Roma, esta perdura hasta nuestros días. Junto a la actual Iglesia caldea, la Iglesia siriaca está separada de Roma, y la Iglesia Siro malabar, después de mucha vicisitudes, se ha alejado de las otras dos Iglesias.

Hoy, las dos Iglesias, siriaca y caldea, se dan cuenta de la imposibilidad de estar así divididas. Los mártires comunes hasta la Primera Guerra Mundial y después, la idéntica tradición, la misma Iglesia histórica, fueron a la vez un estímulo y una garantía de la unidad posible que había que volver a encontrar. Los malentendidos dogmáticos se disiparon con la Declaración cristológica común del Papa Juan Pablo II y de Mar Dinkha IV, patriarca de la Iglesia siriaca, en 1994, que abrieron el camino a una verdadera unidad. Comienza con algunas medidas prácticas, por ejemplo, la cooperación en los servicios religiosos (en las parroquias donde no hay sacerdote de una de las dos Iglesias) y cultural (formación teológica y filosófica en la facultad de Babel en Bagdad), etc. Localmente, las relaciones son más intensas y los vínculos más estrechos. La tercera Iglesia nacida de la Iglesia de Oriente, la Iglesia Malabar, está en primera línea, y es deseable que participe en los procesos de las dos iglesias hermanas que se buscan. Evidentemente, cada una conservará sus características, ¿pero no es esto una invitación a la unidad en la legítima diversidad? En los cinco continentes las comunidades orientales poseen un rico patrimonio y pueden dar un testimonio idéntico en la fidelidad a la tradición y en la apertura a la renovación.

 

 

Mons. Petrus YOUSIF,
Profesor en el Instituto Católico de París y en el Pontificio Instituto Oriental de Rome.

Publicado a partir del portal de la Iglesia caldea en Francia.