Tribunas

Rezando el Vía Crucis

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Es ya la tercera iglesia, de la que tengo noticia, que ha decidido renovar el rezo del Vía Crucis en estos días de Cuaresma. No me extrañaría que fueran muchas más.

Quizá por las condiciones de la pandemia, esos Vía Crucis rezados piadosamente por grupos de peregrinos siguiendo la vía Dolorosa en Jerusalén, se hayan reducido o suspendido. Los lectores que hayan tenido ocasión de haber vivido en una peregrinación a Tierra Santa ese acompañar las caídas de Cristo bajo el peso de la Cruz, sus encuentros con su Madre y las santas mujeres, el consuelo de la Verónica y los insultos de la gente que le veía pasar con desprecio, siguiendo las calles trazadas sobre el mismo recorrido que Él vivió, muy probablemente no lo olvidarán.

Y al llegar después de la decimocuarta estación al lugar del Calvario y del Sepulcro de Dios hecho hombre, se habrán conmovido, quizá con lágrimas en los ojos, y habrán redescubierto de alguna manera la divina humanidad de Cristo.

Hace pocos días, una madre me comentó el vuelco grande que había dado su vida al leer unas páginas sobre la Pasión de Cristo. “Ver” a Jesús, allá en el fondo de su alma, azotado, coronado de espinas, abofeteado, con latigazos que dejan manchas de sangre en todo su cuerpo, la había conmovido de tal manera que volvió a pedir el perdón de sus pecados, en el deseo de renovar su vida, después de años de haber abandonado los Sacramentos. “Y todo lo ha sufrido también por mí”, musitó sollozando.

La costumbre de rezar las estaciones de la Cruz comenzó en Jerusalén. Ciertos lugares de la hoy Vía Dolorosa, aunque no se llamaba así antes del siglo XVI, fueron reverentemente marcados desde los primeros siglos. Vivir, rezando allí las estaciones de la Cruz se convirtió en la meta de muchos peregrinos desde la época del emperador Constantino (siglo IV). San Jerónimo, Padre de la Iglesia, nos dejó noticias de la multitud de peregrinos de todos los países que visitaban los lugares santos en su tiempo. Según una piadosa tradición, la Santísima Virgen visitaba diariamente las estaciones originales.

Ese gesto de la Virgen Madre es una maravillosa lección para todos los cristianos. Estuvo fiel al pie de la Cruz, sostuvo a los Apóstoles en la desbandada que vivieron ante Cristo muerto, y les mantuvo en unión fraterna, “contemplando al Que han traspasado”, y Cristo, de la mano de su Madre, les llenó de Luz el día de la Resurrección.

Vivir hoy el Vía Crucis, y olvidarnos un poco de todas las miserias latentes en el seno de la Iglesia que asolan a Cristo Crucificado, es, sin duda, un detalle de fe y de cariño que el Señor nos tendrá en cuenta, y nos ayudará a todos los cristianos creyentes y practicantes, a estar firmes para dar testimonio de nuestra Fe.

El Vía Crucis abre a nuestros ojos el amor de Cristo “que da la vida por nosotros”; y ante la realidad del pecado “que mereció tan gran Salvador”, nos reafirma en la Fe en la única religión verdaderamente revelada por Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y subraya la necesidad de salvación que tiene el hombre transmitida al mundo en la Encarnación, en la Pasión y Muerte, y en la Resurrección de Cristo, Dios y hombre verdadero.

El buen ladrón vivió muy cerca de Jesucristo todo el camino hasta el Calvario.

Llevaba su propia cruz, y su espíritu fue paso a paso uniéndose a la Cruz de Cristo. Su corazón se fue abriendo, también paso a paso, a reconocer sus pecados y pedir perdón: “Nosotros estamos aquí justamente, porque recibimos lo merecido por lo que hemos hecho; pero este no ha hecho ningún mal”.

Su conversión se encontró con la sed de amor de Cristo, y osó pedirle: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”.  Acompañar al Señor en la Pasión y Muerte, le abrió las puertas del Cielo: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com