Colaboraciones

 

El uso de la violencia como medio de lucha social

 

A la luz de “Libertad cristiana y liberación” de S. Juan Pablo II

 

 

10 marzo, 2021 | Javier Garralda


Imagen de PublicDomainPictures en Pixabay

 

 

 

 

 

Lo que sigue se refiere primariamente al conflicto entre clases sociales, pero puede aplicarse a otros conflictos sociales en que se emplee la violencia.

Empecemos por el nº 77: “La acción que preconiza (la Iglesia) no es la lucha de una clase contra otra, para obtener la eliminación del adversario (…). Se trata de una lucha noble y razonada en favor de la justicia y de la solidaridad social. El cristiano preferirá siempre la vía del diálogo y del acuerdo. Cristo nos ha dejado el mandamiento del amor a los enemigos. La liberación según el espíritu del Evangelio es, por tanto, incompatible con el odio al otro, tomado individual o colectivamente, incluido el enemigo”.

 

¿Significa esto que no se debe luchar contra la injusticia?

En absoluto: dice así el nº 78:

“Determinadas situaciones de grave injusticia requieren el coraje de unas reformas en profundidad y la supresión de unos privilegios injustificables”. Pero siempre a través de medios moralmente rectos:

“Pero quienes desacreditan la vía de las reformas en provecho del mito de la revolución, no solamente alimentan la ilusión de que la abolición de una situación inicua es suficiente por sí misma para crear una sociedad más humana, sino que incluso favorecen la llegada al poder de regímenes totalitarios”.(Nº 78)

Y aunque, en teoría, el magisterio de la Iglesia recoge como último recurso la lucha armada, el Papa deja claro que actualmente – lo terrible de la guerra moderna – en la práctica es casi imposible que pueda aplicarse: (nº 79): “En efecto, a causa del desarrollo continuo de las técnicas empleadas y de la creciente gravedad de los peligros implicados en el recurso a la violencia, lo que se llama hoy “resistencia pasiva” abre un camino más conforme con los principios morales y no menos prometedor de éxito”.

Además: “Jamás podrá admitirse, ni por parte del poder constituido ni por parte de los grupos insurgentes, el recurso a medios criminales, como las represalias efectuadas sobre poblaciones, la tortura, los métodos del terrorismo y de la provocación calculada, que ocasionan la muerte de personas durante manifestaciones populares. Son igualmente inadmisibles las odiosas campañas de calumnias capaces de destruir a la persona síquica y moralmente”. (Nº 79)

Pero todo ello no priva de luchar con medos justos contra estructuras sociales inhumanas, teniendo siempre presente que el cambio de estructuras resulta ilusorio y baldío sin cambio de corazón: (Nº 75). Con todo “(…) la prioridad reconocida a la libertad y a la conversión del corazón, en modo alguno elimina la necesidad de un cambio de las estructuras injustas”. Hay que “actuar tanto para la conversión de los corazones como para el mejoramiento de las estructuras” (Nº 75).

Y no sólo hay que condenar la violencia revolucionaria, sino que “habrá que condenar con el mismo rigor la violencia ejercida por los hacendados contra los pobres, las arbitrariedades policiales, así como toda forma de violencia constituida en sistema de gobierno” (Nº 76)

Y llama a la responsabilidad de los poderes públicos: “No se puede admitir la pasividad culpable de los poderes públicos en unas democracias donde la situación social de muchos hombres y mujeres está lejos de corresponder a lo que exigen los derechos individuales y sociales constitucionalmente garantizados” (nº 76) (Pensemos en el paro masivo involuntario).

 

Pero esta búsqueda de la justicia debe hacerse sin odio, sin tratar de eliminar al adversario, sino tratando de armonizar a todos en la justicia y la paz y pensando que el enemigo también es un hombre como nosotros.

 

Y terminemos con una cita de la Sagrada Escritura: “¿Quiero Yo acaso la muerte del impío?, dice el Señor, Yavé ¿No va a vivir si se aparta de su mal camino?” (Ez 18. 23) (Todos somos algo “impíos”, aunque nos referimos especialmente a los explotadores sin escrúpulos y también a los revolucionarios que usan medios perversos. Quizá personalmente hayamos caído en esos excesos, pero Dios está pronto a perdonar si enmendamos el camino. Y con Él las personas de buena voluntad).