Tribunas

 

Mal educado

 

 

Ángel Cabrero

 

 

 

 

 

Ha sido siempre un insulto. No es fácil que se lo diga un amigo a otro, ni un colega de trabajo a otro. Se lo dicen los padres a los hijos en alguna ocasión, sin darse cuenta de que la culpa es suya. Quizá lo comenta una madre con otra, hablando del hijo de una tercera. “Es un maleducado”.

Esto ahora se lleva menos, porque se educa menos, porque nos parece que es muy simpática la salida de tono del chaval en casa, con invitados presentes; porque nos parece que es auténtico. No digamos ya entre jóvenes. Esto sería un arcaísmo. Ningún joven le dice a otro que es un mal educado, aunque lo piense. Pero no lo piensa. No se lleva mucho eso de tener una educación de un cierto nivel. Se lleva la zafiedad.

Parece que esto no tiene arreglo, pero hay autores que se preocupan por esta situación. Fabio Rosini, en su interesante libro “El arte de recomenzar”, entra al tema con acierto. “En la vida se da el no. Y quien lo ignora se autodestruye. Cría a un niño endulzándole todos los no, evitando todos los posibles tropiezos con los límites, condescendiendo con todos sus caprichos. Y criarás a un infeliz. Si el debido equilibrio entre concesiones y negaciones se rompe, en la dirección exclusiva de las concesiones, la vida se convierte en una mentira completa” (p. 102).

Esto es algo que vemos con demasiada frecuencia. Los padres tendrán muchas excusas para hacer ver que no pueden. Hace falta estar muy cerca de los hijos para poder educar. Si el principio vital ha sido, un hijo o, a lo más, la parejita, para no complicarnos la vida, entonces podemos empezar a sospechar el horror al que se llega. Conocemos matrimonios que no han podido tener hijos, y ponen medios médicos y no hay forma. Conocemos matrimonios que han tenido un hijo o dos y no han llegado más, con gran dolor para ellos.

En estos casos son los mismos padres quienes son conscientes del peligro de criar un principito egoísta. Un niño consentido. Y tienen que librar esa batalla de la educación con mucha constancia y exigencia. No hay peor cosa que un niño consentido. En las familias numerosas es todo más fácil, pues los propios hermanos son conscientes de los límites, de que hay que pensar en los demás.

Le preocupa también el tema a Tim Gautreaux, en su último libro de relatos: “-Me gustaría arreglar las cosas para que mis nietos lleguen a ser gente de provecho. Estoy pensando en hablar con sus madres y…. - Demasiado tarde para las madres. - Levantó una mano y la dejó caer como un hacha-. O ellas deciden enderezarse o no hay nada que hacer. Nada de lo que puedas decir a esas chicas las va a cambiar ni un ápice.  - Esto lo dijo en un tono que parecía dar a entender que yo era tonto por no verlo. Tonto del bote. Miró hacia su izquierda medio segundo y después hacia atrás -. Tienes que trabajar directamente con esos chiquillos”.

Los abuelos. Es, a veces, la única solución, porque los padres tienen demasiadas cosas importantísimas que hacer… y no tienen tiempo para estar con los hijos. Para dedicarles cariño, para enseñarles lo esencial. Para educarles. A veces entiendes que no es fácil, pues padre y madre tienen que trabajar. Es más complicado. Pero otras muchas veces es el egoísmo de vivir la vida laboral, de amistades, de contactos, al margen de lo esencial, que es la familia y que son los hijos.

 

 

 

Fabio Rosini,
El arte de recomenzar,
Rialp 2020.

 

 

Tim Gautreaux,
Todo lo que vale,
La huerta grande, 2021.

 

 

 

 

 

Ángel Cabrero Ugarte