Tribunas

Testigos de la Resurrección

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Los Apóstoles y los pocos discípulos que quedaron a la muerte del Señor, apenas se encuentran con Cristo Resucitado y reciben después el Espíritu Santo, comienzan a comunicar en voz alta y sin miedo alguno, “lo que han visto y oído”.

Son conscientes de que esa es su misión: trasmitir el tesoro de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, Dios y hombre verdadero; tesoro que lleva injertado el misterio del Amor de Dios a sus criaturas, hijos, los hombres y las mujeres que caminarán sobre la faz de la tierra hasta que se cierre la historia; que se cerrará. Misterio de Amor que sólo descubrirán quiénes arrepentidos de sus pecados, piden perdón a Dios, y a los hombres, por el mal que han hecho; e imploran la Misericordia de Dios. Y una vez recibida, dan gustosamente su vida por los demás.

Todos los cristianos anhelamos ser testigos de la Resurrección de Cristo. Y damos ese testimonio cuando nuestras vidas manifiestan que Cristo está vivo en nosotros, en nuestras palabras, en nuestro actuar.

Uno de esos testimonios vivos de la Resurrección de Jesús lo recibí de una madre fallecida hace poco tiempo.  Al darme cuenta de cómo estaba viviendo una enfermedad incurable en compañía de hijos y nietos, que la atendían con mucho cariño, a ellos, y a ellas les escribí estas líneas.

“Queridos todos; con vuestras oraciones, con vuestros detalles de cariño, y con todo el corazón, estáis acompañando a vuestra madre en su último paseo hacia la casa del Cielo.

A algunos se os hará muy largo el camino al verla sufrir así; y os llenará una honda pena verla apagarse paso a paso sin poder hacer más para que no sufra.

Cuando vayáis a verla, no le preguntéis cómo está. No os lo dirá y nunca llegaréis a saberlo. Con sus miradas, y las pocas palabras que ya puede emitir, no quiere transmitiros sus dolores, que son muchos y fuertes. Está abandonada en las manos de Dios, y está ofreciendo su malestar, rezando por vosotros, amándonos con todo su corazón. Veis como se esfuerza tratando de esbozar una sonrisa agradeciéndoos la compañía que le hacéis.

Veros caminar con el Señor, viviendo la Fe y la Moral que ella os enseñó, es la mayor alegría que le podéis dar en estos momentos en los que se acerca a abrir para siempre las puertas de la Eternidad con la misma sencillez y abandono de sí misma, con la que ha ido entregándoos su vida a lo largo de los años, atendiendo a vuestro padre enfermo, dándoos la vida a cada uno de vosotros, y llevándoos a todos en su corazón.

 Sigue ofreciendo todos sus dolores pidiendo al Señor la alegría de saber que caminaréis siempre en la Verdad, en Cristo.

Rezad, y contarle lo que llevéis en el alma. Cualquier conversación que podáis mantener con ella acerca su espíritu a Jesús; y la Virgen y san José os acompañarán en ese rato de familia.

Yo le doy muchas gracias a Dios por poder seguir atendiéndola. Su presencia me llena a mí de presencia de Dios”.

 

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Estos testigos de la Resurrección de Cristo son el alma evangelizadora de la Iglesia; son los santos y santas desconocidos que mantienen viva la llama del Espíritu Santo en medio de las tribulaciones, cismas, herejías, divisiones, escándalos, que los judas de turno provoquen entre los fieles. Son los santos que mueven el corazón de Cristo a decir a todos los que se acercan así al final de su vida en la tierra: “Tu Fe te ha salvado; vete en Paz”.

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com