Tribunas

Vivir sin mentiras

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

 

 

Hay que leer el nuevo libro de Rod Dreher, que se reseña hoy en esta página web, con un poco de calma. Aunque es menos “teológico” que el anterior, no podemos obviar algunas afirmaciones referidas a cómo se vive la fe ante las amenazas del peor totalitarismo, sistema que es en sí mentira y que procede de la mentira.

Recuerda el libro un momento de la película “Una vida oculta” de Terrence Malick. Franz Jägerstätter, beato, se dio cuenta pronto de lo perverso del régimen nazi. Algunos de sus amigos católicos, también, pero miraron para otro lado. Incluso el párroco le dijo que le iría mucho mejor a él, a su familia, a sus hijos, si mantenían la boca cerrada y obedecían la régimen.

La clave de la actitud de Franz está en una conversación que tiene con un viejo artista que está pintando imágenes bíblicas en la Iglesia de su pueblo. El artista se lamenta de su incapacidad para representar verdaderamente a Cristo. Es consciente de que sus imágenes confortan a los creyentes, pero no llevan al arrepentimiento, ni a la conversión. En un momento del diálogo, dice el pintor: “Creamos admiradores. No creamos seguidores”.

Como dice Rod Dreher es muy probable que Malick, que estudió filosofía, esté pensando en Soren Kierkegaard, quien insistía en varios de sus escritos que Jesús no proclamó una filosofía sino una forma de vida. Por cierto que Kierkegaard está ahora de moda editorialmente. Sobre esto habrá que escribir algún día.

Uno de los entrevistados en el citado libro dice que “tomar la cruz y cargarla sobre los hombros siempre será incómodo. Podemos decir claramente que la ideología actual de la comodidad es anticristiana en su esencia misma”.

La libertad nunca está del todo conquistada. Cada uno es dirigente de su propia conciencia. No hace falta recurrir a Edgar Morin para pensar que vivimos en un mundo en el que prima la mentira, en el que las personas no son veraces, en el que parece no importar no decir la verdad. Esto es un efecto de relativismo, pero también de la pérdida de la densidad de la vida.

Si la libertad no está conquistada del todo, y no hay libertad auténtica sin verdad, convertir la mentira en la base de las relaciones sociales significa caer en las redes del peor sistema totalitario.

Václav Havel pedía a los disidentes que “vivieran en la verdad”. Ése era el poder de los sin poder frente al régimen comunista. Solzhenitsyn decía que “una palabra de verdad pesa más que el mundo entero”.

Y ¿qué pasa cuando en la Iglesia, incluso, se cuela la mentira como forma de vida, elevada a categoría sustentadora de discursos y de estrategias? Se me ocurre algo muy fuerte, que no voy a escribir. No olvidemos quién es la padre de la mentira y cómo se revela en el tiempo. Entre otras manifestaciones, con la siembra de la sospecha y la división.

 

 

José Francisco Serrano Oceja