Tribunas

Liberarnos de “complejos” (I)

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Un cardenal, y a propósito de las tendencias “sinodales” -que poco tienen que ver con lo que es un verdadero Sínodo- de algunos eclesiásticos, entre ellos la suya, afirmó muy convencido que la Iglesia necesitaba escuchar el parecer de los fieles para saber que querían de ella, y de todo el pueblo, para poder servirles y ayudarles mejor.

Días después de leer esas afirmaciones, me encontré con una cita de Garrigou-Lagrange que dice así: “La Iglesia es intolerante en cuanto a sus principios porque cree, y en su praxis es tolerante, porque ama. Los enemigos de la Iglesia son tolerantes en cuando a sus principios, porque no creen, e intolerantes en su praxis, porque no aman”. Esa intolerancia en la praxis me supongo que es no aceptar otra praxis, que la de que cada uno haga lo que le dé la gana, sin regla alguna en el actuar, salvo uno mismo.

Vaya esta breve introducción para presentar estas líneas, y las que seguirán en semanas siguientes, sobre los “complejos intelectuales y espirituales”, con los que algunos laicos y sacerdotes se han enfrentado, desde hace ya más de cien años, a los ataques y retos sufridos por la Iglesia de parte de algunos hombres de ciencia y pensadores que anhelaban ser “creadores” de sí mismo, y del mundo, quitando a Dios del medio.

El primer gran “complejo”, en mi opinión tiene sus raíces en el querer reducir toda la realidad del mundo a la medida de la capacidad de la razón humana: querer comprenderlo todo, saberlo todo, y no admitir el misterio de las relaciones con un Dios Creador y Padre, la realidad de que Jesucristo es verdadero Dios y hombre; que el hombre es criatura e hijo de Dios, y que está llamado a la Vida Eterna. No admitir, en definitiva, que el hombre vive de Fe y de Razón, que tiene Naturaleza humana y Gracia divina.

San Agustín bastantes siglos antes, se enfrentó con el mismo problema, y lo resolvió sin complejo alguno:

“Ante el problema que más lo atormentó en su juventud y al que volvió una y otra vez con toda la fuerza de su ingenio y toda la pasión de su alma, el problema de las relaciones entre la razón y la fe: un problema eterno, de hoy no menos que de ayer, de cuya solución depende la orientación del pensamiento humano. Pero también problema difícil, ya que se trata de pasar indemnes entre un extremo y el otro, entre el fideísmo que desprecia la razón, y el racionalismo que excluye la fe. El esfuerzo intelectual y pastoral de Agustín fue el de demostrar, sin sombra de duda, que "las dos fuerzas que nos permiten conocer" deben colaborar conjuntamente.

Agustín escuchó a la fe, pero no exaltó menos a la razón, dando a cada cual su propio primado o de tiempo o de importancia. Dijo a todos el crede ut intelligas, cree para entender; pero repitió también el intellige ut credas, entiende para creer.(Juan Pablo II).

Hans Küng y otros con él, por el contrario, cayó en ese “complejo”, y pretendió quedarse con un Jesucristo muy cercano a Dios, que manifestaba a Dios, pero la afirmación de su Divinidad, su ser Dios decía que no cabía en la mente del hombre “moderno”, y que, por tanto, había que actuar y razonar no teniendo en cuenta su ser Dios, y dejarlo aparcado.

“Para Küng lo que se da en Jesús es, de una parte, un Dios único e inaccesible, que se revela como fundamento de la realidad, pero sin comunicar su propia intimidad, y, de otra, un hombre, Jesús de Nazaret, que experimentó tan intensamente el sentido de la fiabilidad de Dios que ese sentimiento llenó su vida haciendo que estuviera en condiciones de transmitir ese mensaje con singular firmeza. De ese modo la doctrina trinitaria se volatiliza, el mensaje de Jesús es reducido a un mensaje ético-existencial y Jesús mismo considerado como un mero hombre” (Illanes).

Y este “complejo” sigue vivo, y tiene no pocas manifestaciones. Desde no arrodillarse ante la Eucaristía, hasta buscar la paz entre los hombres, sin hablar de la maldad del pecado y ni siquiera mencionar que la paz tiene sus raíces en que somos hijos de Dios y, los bautizados, hijos de Dios en Cristo Jesús. En las corrientes afirmaciones de que todas las religiones son iguales, reduciendo la religión a una especie de cultura más o menos transcendental y dejando de considerar la real venida de Dios, de Cristo, a la tierra para morir, salvar al hombre del pecado y de la condenación eterna, revelando al verdadero Dios; y dejar una Iglesia que mantuviese viva Su presencia hasta el fin del mundo. Y, por supuesto, dejar de hablar en serio y con profundidad, de Dios Uno y Trino.

 

(seguirá).

 

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com