El blog de Josep Miró

 

Afganistán, la quiebra de la sociedad desvinculada (1)

 

Las fuerzas militares presentes pasaron a desarrollar funciones meramente defensivas, cuyo principal objetivo no era eliminar las fuerzas adversarias, sino evitar el envío de ataúdes a casa

 

 

21 agosto, 2021 | por Josep Miró i Ardèvol


 

 

 

 

 

 

El 6 de agosto de 2021 los titulares de los periódicos eran de este tenor: “los talibanes entran en Kabul en su ofensiva relámpago” “El presidente Ghani huye del país y el gobierno se tambalea” “Los paises occidentales aceleran los planes para sacar a todo su personal”. Pocos días antes el presidente Biden había asegurado una salida ordenada del país, mientras que sus servicios de inteligencia pronosticaban que los talibanes tardarían tres meses en llegar a Kabul.

Se pone así un fin innecesariamente trágico a la guerra de Afganistán, que ha significado 145 mil millones   de dólares para la reconstrucción, 837 mil millones en operaciones de guerra, 2.443 soldados de Estados Unidos muertos, y 1.144 (102 españoles)  de sus aliados, y 66.000 soldados y 48.000 civiles afganos también muertos. Además de 3.846 contratistas estadounidenses, más que soldados. Este contingente, que fue retirado, era básico para la formación y operatividad de las fuerzas armadas afganas.  También fueron bajas 444 cooperantes y 72 periodistas.

 

El desastre ha sido tal, que marca una inflexión histórica.

 

En Afganistán no ha habido un repliegue ordenado sino una huida en toda regla, de Estados Unidos, la OTAN, y la UE, que han mostrado así, que, si bien su piel está erizada de armas de última generación, su vientre es blando. El desastre ha sido tal, que marca una inflexión histórica.

 

Se habla de una guerra de 20 años. No hay tal, de hecho, la intervención bélica terminó con Obama.

 

Lo fue en un inicio: el ejército de los Estados Unidos y sus aliados tribales de la Alianza del Norte, liquidaron en octubre del 2001 y en solo tres semanas el régimen talibán. Ahora los radicales islámicos lo han conseguido en diez teóricos días, si bien hacia años, desde que Obama estableciera la nueva estrategia de que la presencia en aquel país tenía como único objetivo erradicar las bases terroristas, que los talibanes y sus aliados sabían que la retirada y con ella su victoria, era cuestión de poco tiempo. Concretamente estaba prevista que concluyera en 2014, pero el estallido de Estado Islámico en Irak y Siria pospuso la fecha. Los acuerdos de Qatar, promovidos por Trump no eran nada más que la confirmación, que señalaba la fase final.

Durante todo este tiempo los talibanes pudieron lograr pactos ganadores con líderes locales, porque su gran enemigo abandonaba la guerra a fecha fija. Una ventaja excepcional. Lo extraño no es que conquistasen rápidamente un territorio, que previamente ya habían controlado políticamente, sino que no existiera conciencia de esta evidencia en las fuerzas y la administración de Estados Unidos.

La impunidad ha sido grande y no de ahora. La Shura de Quetta, la asamblea de dirigentes talibanes que rige a sus milicias, estaba instalada en aquella ciudad del Pakistán, desde donde dirigía y planificaba toda la política y la accion militar con el asesoramiento del ISI, el Inter-Services Inteligencie de Pakistán, aliado, menos que más, teórico de Estados Unidos.

Biden en un intento de justificar la huida, refirió en su rueda de prensa posterior a la ocupación de Kabul por los talibanes, que los objetivos estaban cumplidos porque se había eliminado a Bid Laden (pero su muerte fue anunciada el 2 de mayo 2011) y erradicadas las bases terroristas, que hacía tiempo que habían sido liquidadas.

De esta manera seguía a Obama, que fue quien abrió la vía del desastre. Este presidente, prototipo de la cultura de la desvinculación en el poder, fue quien estableció que la finalidad de la accion de Estados Unidos era solo antiterrorista, suprimiendo de golpe las razones y desarrollo estratégico de la intervención de la ISAF-OTAN, cuyo fin era inicialmente:

A) Suprimir las bases de Al Qaeda. B) Diezmar al movimiento talibán como represalia por el cobijo dado a los terroristas. C) Formar unas fuerzas armadas y policía afganas operativas. D) Poner fin al gran negocio del opio, del que aquel país produce el 80% del total mundial. E) Asentar las bases de una democracia moderna, incluidos los malparados derechos de las mujeres afganas.

El cambio de Obama modificaba radicalmente la estrategia, dando lugar a una grave crisis con el Pentágono, culminada con la dimisión del comandante en jefe de las fuerzas destacadas en aquel país, el general McChrystal. Ahora todo esto parece olvidado en la frágil memoria de nuestro tiempo.

A partir de este momento todos, y en especial los talibanes y su padrino el ISI pakistaní, sabía que era solo cuestión de tiempo, que los norteamericanos y con ellos las restantes fuerzas abandonaran el país. Ahí terminó realmente la guerra, y las fuerzas militares presentes pasaron a desarrollar funciones meramente defensivas, cuyo principal objetivo no era eliminar las fuerzas adversarias, sino evitar el envío de ataúdes a casa. Fue el inicio de una victoria anunciada. Ahora Biden con su abandono precipitado, dejando librada a su suerte a la parte de la población que había confiado en las promesas estadounidenses de construir un nuevo país, ha culminado el desastre, porque todo y conociendo el final de antemano, la forma de realizarlo podía -debía- haber sido muy distinta, de manera que la retirada hubiera buscado inspirar respeto.

Siguiendo la interpretación de la Roma clásica sobre el poder, el “imperium” como poder absoluto de quienes tienen capacidad de mando, la “potestas”, el poder político capaz de imponer decisiones mediante la coacción y la fuerza, y, la “auctoritas”, el poder moral, basado en el reconocimiento o prestigio, es evidente que las sociedades liberales no pueden aplicar, el primero, propio de las intervenciones exteriores, hasta el siglo XIX. también tienen limitado el segundo excepto en pleno conflicto bélico. Quedaba solo al final de la intervención salvaguardar la “auctoritas”. Y esto es lo que en gran medida Biden ha destruido y con ello el régimen liberal en el mundo ha quedado muy tocado. Por eso el 6 de agosto es una fecha histórica, y el tiempo dirá sobre su dimensión, y si constituye una efemérides semejante a la que significó la visita de Juan Pablo II a  Polonia la primera semana de junio de 1979, diez años antes de la caída del muro de Berlín, que marco el fin del poder soviético. Y no se trata de mimetismos sino de evaluar las repercusiones a largo plazo de un determinado suceso.

El papel de la Unión Europea en todo esto, es particularmente desafortunado, con su “ministro de exteriores”, Borrell a la cabeza, dispuesto a pactar con quien gane, aunque sea con la máxima expresión del patriarcado machista, discriminatorio, y homófobo, el de verdad, y no los molinos de viento que usan nada quijotescamente, para consumo político interior.

En el caso de Europa, el primer efecto será más inmediato, con el aumento de la presión inmigratoria, y el reforzamiento de la Yihad en la frontera sur. Pero este ya es otro tema; el de las consecuencias.