Colaboraciones

 

Dogmatismo e intolerancia

 

 

14 septiembre, 2021 | P. Fernando Pascual


 

 

 

 

 

Algunos autores sostienen y repiten esta idea: el dogmatismo provoca intolerancia. En ocasiones, añaden que quien considera la propia verdad como la única hacen imposible buscar la verdad. Y repiten que solo la incertidumbre, la duda, la humildad, hacen viable el encuentro y el diálogo entre los diferentes.

Estas afirmaciones y parecidas permiten llegar a la conclusión de que el dogmatismo sería peligroso, mientras que la falta de dogmas abre espacios a convivencias humanas que excluyen la violencia sobre los que piensan de modo diferente, en especial en lo que se refiere a las religiones.

Este tipo de propuestas, sin embargo, encierra una curiosa paradoja. Quien afirma que solo quien reconoce no haber llegado a la verdad sería alguien tolerante y pacífico, hace esa afirmación porque cree que es verdadera. Es decir, considera que tiene una verdad, y, según su misma afirmación, sería intolerante y violento…

Se pueden intentar maneras más o menos sutiles para evitar esta paradoja, pero quizá lo más correcto, ante el tema de la posesión de la verdad y su posible relación con la intolerancia y la violencia, sería reflexionar sobre dos aspectos importantes para tener en cuenta.

El primero es una simple constatación: prácticamente todos los seres humanos estamos convencidos sobre la verdad de ciertas afirmaciones. Un gran número de ellas se refieren a asuntos puntuales y sencillos: esta es mi casa, este es mi puesto de trabajo, tengo ojos con los que veo colores, el sol produce calor en las paredes.

Otras convicciones se refieren a temas más complejos y, en muchos casos, difícilmente demostrables para la mayoría de las personas. Basta con pensar en la convicción que tenemos millones de seres humanos sobre la existencia de átomos, de electrones y de protones. No lo ponemos mínimamente en duda, pero no sabríamos cómo demostrar tal existencia.

El segundo aspecto se refiere al origen de la intolerancia y la violencia. Acusar al dogmatismo de ser fuente de esos fenómenos humanos es, simplemente, falso, porque millones de seres humanos que creen (dogmáticamente) que han alcanzado muchas verdades, no tienen actitudes ni intolerantes ni violentas.

Incluso es posible constatar que otros seres humanos, que se declaran antidogmáticos, que consideran la duda como mecanismo necesario para vivir pacíficamente, pueden incurrir en actitudes intolerantes, incluso violentas, hacia otros seres humanos.

Si no surge “automáticamente” desde el dogmatismo, ¿dónde estaría la causa de la intolerancia y la violencia? Precisamente en algunas convicciones desde las cuales se llega a concluir que otros tienen menos derechos, o son inferiores, o merecen ser castigados.

Esas convicciones, ciertamente, pueden llegar a ser tratadas como “dogmas absolutos” por quienes las sostienen, pero no por ello se convierten en verdaderas. Porque tener una convicción, creer que es verdad lo que pienso, no garantiza la validez de esa convicción.

Por eso, hay que ir al fondo en el tema de la intolerancia y reconocer que uno de los caminos para superarla radica en afirmar como verdad que todos los seres humanos somos dignos, y que la violencia gratuita no puede convertirse en instrumento válido para dirimir ciertas diferencias.

Afirmar lo anterior implica, contra la tesis de quienes ven el dogmatismo como intolerante, que la tolerancia necesita apoyarse en verdades que tienen un valor esencial a la hora de promover la convivencia entre los seres humanas.

Al mismo tiempo, la tolerancia necesita discutir, confutar, aquellas tesis que consideran que hay seres humanos con derechos y otros sin derechos, lo cual es la raíz de tantas formas de intolerancia y de violencia que han llenado de sangre la historia humana.

Todo ello supone, en resumen, confiar en la razón humana y en su capacidad de alcanzar verdades. Esas verdades, luego, se convierten en caminos hacia la fraternidad y la convivencia, y permiten también dialogar, cuando existen puntos de vista diferentes, desde el respeto que los otros merecen como miembros de la misma familia humana.