Tribunas

Nueva Evangelización. II

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

La conversación siguió adelante, y las sugerencias de los participantes continuaron a buen ritmo.

Siguiendo con los Mandamientos uno comentó: “me gustaría que se nos hable sin complejos de ningún tipo del Cuarto, del Quinto y del Sexto Mandamiento: “Honrar padre y madre”. “No matar”. “No fornicar”. Los Mandamientos no son ni antiguos ni más o menos “modernos”: son actuales en cualquier momento de la historia en el que nos encontremos”; y prosiguió ante el ligero asombro que vio reflejado en el rostro de algunos compañeros:

“Los ataques a la familia querida por Dios son muy fuertes, y van muy unidos a la bazofia pornográfica que nos invade. Se habla muy poco de la grandeza de la familia fundada en el matrimonio; y se nos recuerde que sólo hay un Matrimonio querido por Dios: hombre y mujer, mujer y hombre; por mucho que legislen los parlamentos sobre otros “modelos de familia”. Y que se nos anime a vivir la sexualidad castamente, cada uno en su estado, llegando vírgenes al matrimonio y siendo fieles a nuestro cónyuge. Así, nos acercamos más a Dios, nos preparamos mejor para recibir a los hijos que vengan, y nos unimos también espiritualmente en toda la familia”.

Se hizo un silencio en el grupo; y pasaron unos minutos hasta que otro se lanzó a hablar:

“Y ya que hemos entrado en estas materias, a mí me gustaría que se nos recuerde la realidad del pecado, para que nuestra conciencia nunca se acostumbre a crímenes como el aborto, ni a infidelidades, en nombre de una curiosa “libertad”, que provoca la ruptura de familias nacidas de un matrimonio sacramental indisoluble. Que tampoco, y sin juzgar a nadie, aceptemos como prácticas “normales” y “buenas” las relaciones prematrimoniales, los actos homosexuales o cualquiera de las “prácticas” sexuales impulsadas por eso que se denomina “lgtbi””.

“No soy un cura, comentó otro de una cierta edad, pero me gustaría que se nos invitara más a rezar y a frecuentar los Sacramentos, y especialmente el de la Reconciliación, pidiendo, arrepentidos, perdón al Señor por nuestros pecados, porque, si no, nos acogeremos nunca a su Misericordia, y nos destrozaremos a nosotros mismos con nuestros pecados. Seguiremos siendo egoístas, no aprenderemos jamás a amar y a sacrificarnos por los demás; no llegaremos nunca ni siquiera a vislumbrar lo que Dios nos ama; y no podremos construir una sociedad más justa, con más paz, con más preocupación de los unos por los otros”.

Uno que acababa de terminar su carrera de Filosofía, y comenzaba a dar clases a alumnos del bachillerato, señaló:

“Como ahora resolvemos muchas cuestiones sencillamente con la ayuda de la técnica, me gustaría que se nos animara más a pensar en Dios, en Cristo, Dios y hombre verdadero, en nuestra relación personalísima con El; y que se nos recuerde que nuestra relación con Jesucristo es lo que da, verdaderamente, sentido a nuestra vida, porque nos abre también la perspectiva de la vida futura, del más allá de la muerte”.

“Que no se nos hable de “experiencias” de Dios, de “sentimientos sensibles” de lo divino, etc., como ha hecho algún obispo en Alemania. Primero, pensemos, conozcamos mejor y más hondamente a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Leamos alguna vida de Cristo, que hay algunas muy buenas; y así aprenderemos a mirar el rostro del Crucificado; el resplandor del Resucitado; aprenderemos también a amarle más, nuestra inteligencia se abrirá más a la Fe, y nos daremos cuenta de lo hermoso que es creer en Dios, sin necesidad de experiencias demasiado sensibles”.

 

(continuará).

(anterior).

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com