Colaboraciones

 

La verdad del corazón

 

Y una vida que no es vida

 

 

21 octubre, 2021 | Javier Garralda


 

 

 

 

 

La vida verdadera está en la verdad vivida. Y nuestra verdad más profunda reside en nuestro corazón. Y sin la auténtica vida de nuestro corazón no hay vida auténtica, verdadera. Y la verdad de nuestro corazón está en el amor, en Dios.

Así, una vida sin amistad con Dios no puede ser considerada verdadera vida, sino una apariencia de vida, de un alma muerta en un cuerpo moribundo. De ello se deduce que será progreso lo que favorece la vida de nuestro espíritu, de nuestra alma, y lo que no la alienta será retroceso.

 

Y pasar de la vida en desgracia de Dios, a la vida en gracia, amistad, de Dios, es pasar de la oscuridad a la luz: De un corazón angustiosamente compungido, a un corazón en paz, porque se siente perdonado y amado.

Y la conversión es obra de la libertad del hombre, pero, sobre todo, obra de Dios, que es quien prepara a la persona para dar el sí libre a su amor. (Cfr. Catecismo nº 1993) Y en este mismo número leemos: “Cuando Dios toca el corazón del hombre mediante la iluminación del Espíritu Santo, el hombre no está sin hacer nada al recibir esta inspiración, que por otra parte puede rechazar, y, sin embargo, sin la gracia de Dios, tampoco puede dirigirse por su voluntad libre, hacia la justicia delante de Él” (Concilio de Trento). “La justificación (vida de amistad con Dios) establece la colaboración entre la gracia (gratuita) de Dios y la libertad del hombre”.

Si tan esencial es la amistad con Dios, la vida de gracia es natural que al creyente le preocupe saber si está en ese estado. Aunque un exceso de preocupación rayando en la angustia no sería bueno. Si (cfr. nº 2005) “por sus frutos los conoceréis” conoceremos con certeza moral que estamos en gracia de Dios si nuestras obras traslucen amor a Dios y a los hermanos (en que se compendian los Diez Mandamientos que hemos de guardar para conservar la vida de nuestra alma, de nuestro corazón).

“La consideración en nuestra vida y en la vida de los santos nos ofrece una garantía de que la gracia está actuando en nosotros y nos incita a una fe cada vez mayor y a una actitud de pobreza llena de confianza.” (Ibídem)

 

Sin embargo, siendo la gracia de orden sobrenatural, no podemos asegurar con certeza absoluta, basándonos en nuestros sentimientos y obras, que estamos en amistad con Dios.

Hemos de ser pues humildes y confiados, como nos ilustra Santa Juana de Arco en respuesta a la pregunta capciosa de sus jueces eclesiásticos: “Interrogada si sabía que estaba en gracia de Dios, respondió: “Si no lo estoy, que Dios me quiera poner en ella, y si lo estoy me quiera conservar en ella.”” (Juana de Arco, proc., cfr. Nº 2005)

Y terminemos con una bella oración, que nos facilitó un amigo, pidiendo la vida del alma, del corazón, para todos los hombres: “Esclarece, Señor, con tu divina luz, a todos los hijos de la Tierra. No permitas que, en sus cuerpos vivos, lleven el alma muerta. Dales tu luz, para que cuando mueran sus cuerpos vivan eternamente en sus almas. Por Jesucristo Nuestro Señor. AMÉN”.