Biblia

 

Moisés: el típico viaje de los elegidos

 

El viaje de Moisés (capítulos 3 y 4 del Éxodo) es emblemático del viaje de toda persona elegida.

 

 

24 oct 2021, 20:47 | La Croix


Moisés delante de la zarza ardiente,
atribuido a Dierick Bouts el Mayor (vers 1450).
© Musée d’art de Philadelphie, GAP

 

 

 

 

 

Al principio, Moisés se siente atraído por esta extraña zarza que arde sin consumirse: "Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable". Toda vocación, toda elección, comienza así con una atracción irresistible que la pone en marcha.

Pero aquí Dios llama desde el corazón de la Zarza: "Moisés, Moisés". Al final, no es el extraño fenómeno de la zarza ardiente lo que cuenta, sino esa capacidad de asombro, de descentramiento, de escucha que ha suscitado y que hace que se pueda escuchar la llamada. Cuando Moisés responde: "Aquí estoy", muestra su disponibilidad y su deseo de comprometerse con la aventura del encuentro. Ahora bien, la misión que Dios confía a Moisés es una misión "imposible": "Te envío al faraón para que saques a mi pueblo, a los hijos de Israel".

Ante esta llamada que le sobrepasa, Moisés se pregunta: "¿Quién soy yo para acudir al faraón o para sacar a los hijos de Israel de Egipto?". Cuando el Señor nos revela nuestra misión -que siempre va más allá de nuestras capacidades-, nuestra primera reacción es mirar hacia dentro y preguntarnos: "¿Pero quién soy yo realmente? ¿A mis ojos, a los de los demás y a los de Dios? ¿Estoy a la altura?". Este cuestionamiento de nuestra identidad nos desestabiliza y preocupa.

El Señor tranquiliza entonces a Moisés diciéndole: "Yo estoy contigo". Y oímos el eco de las palabras de Cristo: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos". Dios promete acompañarnos en el camino que nos muestra.

Sigue un largo diálogo entre Dios y Moisés que marca una profundización de la vida interior de Moisés. Moisés pregunta a Dios por su nombre. Conocer el nombre de una persona no solo es entrar en su intimidad, sino también tener cierto poder sobre ella. Dios accede a esta petición casi sacrílega: se revela por el nombre impronunciable que seguirá siendo suyo para siempre. Y así se hace dependiente de los hombres. Quizá porque Moisés es el elegido por excelencia, los evangelistas presentan a Jesús como un nuevo Moisés.

 

 

Jean-Pierre Rosa,
La Croix