Glosario

 

La pobreza, ¿una virtud franciscana?

 

¿Por qué la virtud de la pobreza es tan esencial a los ojos de Clara y de Francisco?

 

 

 

19 nov 2021, 11:00 | La Croix


Santa Clara

 

 

 

 

 

 

Responde Suzanne Giuseppi-Testut, franciscana secular.

 

 

«Todos los hermanos empéñense en seguir la humildad y pobreza de nuestro Señor Jesucristo, y recuerden que ninguna otra cosa del mundo entero debemos tener, sino que, como dice el Apóstol: teniendo alimentos y con qué cubrirnos, estamos contentos con eso. Y deben gozarse cuando conviven con personas de baja condición y despreciadas, con pobres y débiles…» (Francisco de Asís 1Reg IX, 1-2).

«Espontáneamente, ella [Clara] alargaba la mano a los pobres y de la abundancia de su casa colmaba la indigencia de muchos… manifestaba un espíritu compasivo demostrando conmiseración con las miserias de los miserables». (Leyenda de Santa Clara 3, Del tenor de vida en la casa paterna, Tomás de Celano).

Apegados a la Señora Pobreza, Francisco y Clara no olvidan que el Señor se hizo pobre por nosotros (cf. 2 Cor 8,9).

Según ellos, ¿cuál es la primera forma de pobreza que debemos practicar para «aliviar la miseria de muchos»? El compartir. Sin embargo, para ello, debemos entrar en la aceptación humilde y misericordiosa de nuestra parte oscura. Reconocerlo, sufrir por ello como se sufre por una enfermedad, procurar curarse, saber que nunca se llega del todo a ello, gritar a Dios nuestro sufrimiento, ponerlo bajo su mirada y esperar que el médico celestial nos libere de ello: esto es uno de los aspectos de la verdadera pobreza.

Esta toma de conciencia nos lleva poco a poco a una desposesión y desapropiación de nosotros mismos. Con este cambio interior, entramos en una nueva perspectiva de la mirada. El compartir se nos impone entonces como un acto de libertad que salva. Pasamos del «yo» al «nosotros». Descentrados de nosotros mismos, podemos dar, darnos pero también recibir, porque hemos descubierto que todos somos pobres de algo: material, física o espiritualmente, y que por nosotros mismos nada podemos hacer. Pobres por nosotros mismos, sabiéndonos indigentes ante la mirada de Dios, el pobre o el miserable nos aparece entonces como un hermano. Hermano y pobre son las dos palabras que más utiliza Francisco. La búsqueda de esta proximidad acentúa el aspecto de la bondad de cada hombre. Porque, ¿cómo entrar en la verdadera dimensión del compartir sin esta virtud? Animados por el Espíritu aprendemos a mirar a los pobres con ojos de pobre y no a partir de los ojos del rico. Aprendemos a abandonar nuestras certezas, nuestros miedos, nuestros recelos, nuestros juicios, nuestras condenas. Reconocemos en cada uno de ellos a Jesús, el «Siervo Sufriente».

Si Francisco pone la pobreza como fundamento de su Regla de vida es porque está convencido de la estrecha relación que existe entre la propiedad, «la apropiación» y la guerra o toda otra forma de exclusión. Apuesta por el compartir, la solidaridad y el amor. Sabe perfectamente que «no es renunciando a lo que se tiene como se llega al Absoluto, sino abriéndose a fuerzas más altas que nos alimentan más» (San Isaac el Sirio). Para él los pobres son los verdaderos maestros que forman a fondo el ser humano. Un hombre comienza a ser un hombre solamente cuando se abre a la pobreza. Por eso el espíritu de compartir es tan vital para nuestro mundo.

Los derechos relativos a la subsistencia y a la vida son prioritarios, como el derecho a la vida, a la salud, a un hogar, a una vivienda. Debemos abordarlos desde un punto de vista teológico refiriéndonos al derecho divino y, en particular, al derecho de los pobres. Cristo salva el mundo asumiendo plenamente su humanidad, nos compromete a hacer lo mismo para ayudar a nuestro hermano, el pobre, a amar su condición de hombre. Así, la relación con los pobres no pertenece solamente al orden de la asistencia, sino de la liberación, porque se cree en el pobre y se vive unidos a él. San Francisco no ha hecho otra cosa que vivir, a su manera y en su tiempo, el mensaje que Cristo nos ha dejado. A cada uno de nosotros le corresponde inventar «su manera», según las necesidades de nuestra época para que cada una de nuestras acciones sirva al hermano.

La solidaridad y el compartir se refieren, pues, a actitudes interiores de la fe y del amor. Más allá de un enfoque humanitario o caritativo, es sencillamente vivir el Evangelio a la manera de Cristo.