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¿Somos todos hermanos?

 

Inscrita en el lema de la República Francesa, la fraternidad es un principio de la vida cristiana. En el Evangelio, Jesús nos muestra el camino: acoger, elevar a los abandonados de nuestra sociedad, darles voz. Este es el llamamiento urgente que nos hace el papa en su encíclica Fratelli tutti.

 

 

 

30 nov 2021, 10:00 | Florence Chatel La Croix


 

 

 

 

 

Todos hermanos es el nombre de la última encíclica del papa Francisco, firmada en Asís el día de la fiesta de san Francisco, el hermano por excelencia de la creación, de los pobres y de todos los pueblos, sea cual sea su cultura o religión. Sin embargo, esta fraternidad, inscrita en Francia en los frontones de nuestros ayuntamientos, detrás de la libertad y la igualdad, está lejos de ser evidente. Experimentamos su fragilidad cada día en nuestras familias, nuestros barrios, nuestras escuelas. El asesinato de Samuel Paty, profesor de historia en Conflans-Sainte-Honorine, decapitado el 16 de octubre de 2020, es un trágico ejemplo.

 

Caín y Abel, Jacob y Esaú

¿Somos todos hermanos? Para empezar, hay un hermano cuya existencia no podemos ignorar: nuestro hermano de sangre. La Biblia está llena de historias en las que no es bueno pertenecer a la misma familia. Las rivalidades, los celos y la suplantación de identidad son habituales. Así, en el mito fundacional de Caín y Abel, los hijos de Adán y Eva, todo comienza con un asesinato. Caín, el mayor, es agricultor, Abel es pastor. Ambos presentan su ofrenda a Dios, que mira la de Abel. Caín, consumido por los celos, no escucha la advertencia de su creador: "El pecado acecha a la puerta y te codicia, aunque tú podrás dominarlo" (Gn 4,7). Se lleva a su hermano a un lado y lo mata. Del mismo modo, Jacob roba a su hermano gemelo Esaú la primogenitura y la bendición de su padre, que era suya. Esaú está furioso y amenaza con vengarse. Jacob se ve obligado a huir. A veces la distancia es una garantía de paz entre hermanos. Al cabo de un tiempo, en vísperas de reanudar su relación con Esaú, Jacob lucha de noche con un ángel. Una misteriosa batalla de la que emerge al amanecer, cojo, y bendecido de nuevo. "Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido", le dice el ángel antes de dejarlo (Gn 32,29). Después de haber pasado por la separación, el exilio y la prueba, Jacob fue capaz de reconciliarse con su hermano y reconocer en él, como en todo hombre, la marca, la presencia de Dios.

 

Sentimientos fluctuantes

¿No es eso tranquilizador en cierto modo? Las discusiones, los celos, las peleas... serían una forma de aprender a reconocerse como hermanos más allá de un sentimiento de afecto que, como todos sabemos, ¡puede ser fluctuante! En el Nuevo Testamento, Jesús va más allá. El evangelista Mateo relata un momento en el que María, su madre y sus hermanos se acercan a él mientras está enseñando a la multitud (Mt 12,46-50): "Todavía estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él. Uno se lo avisó: 'Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo'. Pero él contestó al que le avisaba: '¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?'. Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: 'Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre'". Jesús nos muestra cómo hacer esta voluntad del Padre: dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar al enfermo o al encarcelado, acoger al forastero, "y no desentenderte de los tuyos" (Is 58,7)... A partir de ahí, ser hermano de Jesús y de toda persona es accesible a todos, sean creyentes o no. Pero para los creyentes, la atención al hermano, especialmente al más pobre, verifica la autenticidad de la fe. "Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve", nos recuerda el papa Francisco, citando a san Juan (1 Jn 4,20), en su encíclica Fratelli tutti.

 

Deseo de incluir

Francisco desarrolla una lectura contemporánea de la parábola del buen samaritano, contada por Jesús a un hombre de la ley que pretendía engañarlo (Lc 10,25-37). En el centro de esta parábola hay una pregunta: ¿quién es ese prójimo al que debo amar -después de Dios- como a mí mismo? Jesús responde con una escena: un hombre que ha sido atacado yace medio muerto al borde del camino. Los religiosos pasan sin verlo. Un hombre se detiene. Es un samaritano, un extranjero. Se hace cargo del herido, lo confía a un posadero y le paga la estancia. Jesús concluye diciendo: "Ve y haz lo mismo". Hay diferentes maneras de ir más allá, nos dice el papa: replegarse en uno mismo, en su estatus social, en las pantallas que dan la impresión de tocar al pobre o al emigrante desde lejos... Este tiempo de pandemia y de crisis económica nos ofrece la oportunidad de hacer una elección, de volver a empezar. "Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos. Como el viajero ocasional de nuestra historia, sólo falta el deseo gratuito, puro y simple de querer ser pueblo, de ser constantes e incansables en la labor de incluir, de integrar, de levantar al caído" (Fratelli tutti, 77).

 

Puntos de referencia: la fraternidad en otras religiones

Los judíos y los musulmanes afirman ser descendientes de Abraham. Dios había prometido a Abraham un gran número de descendientes, pero su primer hijo se hacía esperar, así que su esposa Sara lo empujó a los brazos de su sierva Agar. De esta unión nació Ismael. Más tarde, Sara y Abraham tuvieron un hijo: Isaac. Sarah se aseguró de que fuera reconocido como el único heredero legítimo. Pero Dios también le prometió a Ismael una descendencia. Así, los hebreos consideran que descienden de Abraham a través de Isaac, el portador de la promesa de la Alianza; los musulmanes a través de Ismael, el hijo mayor del patriarca. Según Souleymane Bachir Diagne, filósofo musulmán, existe en el islam "una hermandad de los 'hijos de Adán', los 'Beni Adán', como se llama a los humanos en el Corán". Esta expresión puede llegar a cristianos y judíos por igual.