Figuras espirituales

 

Madre Teresa, una caridad criticada

 

La actividad de Madre Teresa ha sido a menudo criticada, porque aliviaba la miseria sin denunciar sus causas. Sor Marie, Misionera de la Caridad, explica el sentido de su actividad en su libro testimonio "Ma vie avec sainte Teresa". Extracto.

 

 

 

10 dic 2021, 21:00 | La Croix


 

 

 

 

 

«Lo que nosotras hacemos no es más que una gota de agua en el océano. Pero si esa gota no estuviera en el océano, le faltaría». Madre Teresa ha recibido numerosas críticas. La más frecuente que se le dirigía subrayaba que la acción de las Misioneras de la Caridad solo se centra en las consecuencias de los problemas, no en sus causas. Nosotras ayudamos a aliviar la miseria, llevamos todo el consuelo posible a los excluidos de la sociedad, pero no cambiamos sus estructuras.

Es verdad, ¿y qué? Madre Teresa era la primera que lo reconocía. Ella creía mucho en la diversidad de los seres humanos y de sus actividades para unirse y «hacer algo bonito para Dios». Ella, guiada por su vocación, había elegido esta manera de hacer, pero reconocía que también había otras muy útiles que denunciaban las causas del disfuncionamiento de la sociedad.

 

Ella había elegido su manera de actuar

Allí donde uno se encuentra, sea cual sea el lugar que se ocupa, o el camino que se toma, se puede y se debe ayudar al prójimo. Eso es lo esencial. Ella sabía perfectamente que es necesario suprimir las causas de la pobreza, del desempleo, de las desigualdades, pero justamente, mientras algunos se encargan de combatirlas, ella se consagra a las consecuencias.

Hay que entender que si Madre Teresa había elegido esta manera de actuar, es sencillamente porque ella respondía a la llamada que Cristo le había hecho de ponerse al servicio de los más pobres.

Esta llamada no la invitaba a cambiar las estructuras sociales. Debía llegar a los más desvalidos y llevarles el amor de Dios; no resolver los problemas políticos, económicos y sociales. Por eso dejaba ese trabajo a otros, y se consagraba al suyo, con una energía, una determinación fuera de lo común.

Sin timidez alguna, a menudo se ha dirigido a los responsables políticos para que le proporcionaran algunos locales y medios para mejorar la suerte de los pobres. No temía molestar al primer ministro de Bengala para pedirle una entrevista. Ha encontrado grandes jefes de Estado y muchos de ellos la han apoyado.

Todos sentían gran respeto por ella. Reconocían que la actividad de las Misioneras de la Caridad es útil porque subsana los fallos de ciertas políticas.

 

En Francia, para fundar una casa

Hace más de veinticinco años acompañé a Madre Teresa para encontrar a la señora Mitterrand, esposa del presidente de la República de entonces. Queríamos fundar una casa en Francia y buscábamos un lugar de acogida en París. Durante la discusión, al primer ministro, Laurent Fabius, le parecía insoluble un problema; no podía ofrecer un lugar situado en un municipio de derechas.

Así, París era imposible. Después nos reunimos con Jacques Chirac que se mostró más bien benévolo pero tuvimos que esperar. Poco después, Laurent Fabius propuso una barcaza para acogernos. Esto le parecía bien a Madre Teresa, pero algunas hermanas no querían el lugar, pues no querían vivir sobre el agua. Finalmente, Jacques Chirac nos encontró una casa cerca de Saint-Merry. Hemos estado ahí algún tiempo y hoy la casa de las Misioneras de la Caridad se encuentra en la calle Folie-Méricourt, en el Distrito XI.

¡Cuánta energía desplegada para encontrar los medios de ayuda! Claro que la tarea es infinita y nuestros medios minúsculos. Madre Teresa era perfectamente consciente de nuestra debilidad. Decía: «Lo que nosotras hacemos no es más que una gota de agua en el océano. Pero si esa gota no estuviera en el océano, le faltaría». Por eso nosotras seguimos nuestra pequeña vía.

También sabemos muy bien que si el dinero nos es útil para crear estructuras de ayuda, no puede curar todas las enfermedades. Madre Teresa afirmaba que nuestra arma principal es el amor. El amor es lo que nos permite actuar, ahí donde nos encontramos, sin necesitar grandes medios. Nos repetía: continuemos haciendo la obra de Dios, de la que somos sus instrumentos. Hacemos nuestro pequeño trabajo, y nosotras pasamos.

Ella consideraba muy importante a cada persona, quien quiera que fuera. Cuando alguien le preguntaba cómo hacía para ocuparse de tanta gente, respondía que ella se ocupaba de una persona y, cuando había terminado, se consagraba a la siguiente. Creía en la relación persona a persona porque para ella cada persona era Cristo.

 

Un carácter pragmático

A su carácter muy pragmático, le venía bien este modo de ser. Ella siempre procuraba resolver el problema que tenía una persona en el momento. Si un niño de Motijhill tenía hambre, tenía que encontrar enseguida un poco de arroz para él, y no buscaba actuar de manera más global. Decía: «Si no puedes alimentar a cien personas, alimenta al menos a una». Siempre ha actuado así, aun a riesgo de desconcertar a algunos que a veces han dicho que a nuestra congregación le falta organización. Por eso Madre Teresa jamás ha invertido dinero, estaba fuera de cuestión. Cuando, después de haber recibido el premio Nobel de la Paz, un periodista le preguntó que iba a hacer con el dinero ganado, respondió riendo: «¡Ya lo he gastado todo!».

Su sentido práctico, revestido de gracia, se ve ya con un pequeño comentario, escrito en 1949 en uno de sus cuadernos, cuando un responsable de una institución fue a animarla a que trabajara por los pobres: «Yo hubiera preferido que me diera algo más que palabrerías».

Así, Madre Teresa no ha seguido nunca un plan, actuando siempre a medida que se manifestaban las necesidades y que se le ofrecían ocasiones.

Es Dios quien decide. Por su parte, ella ponía a su servicio su formidable eficacia. Trabajaba rápidamente, desplegando una energía fuera de lo común, trabajando a veces en varios proyectos. Todas sus casas han nacido de las necesidades que ha observado sobre el terreno.

Desde el hogar de los moribundos, la casa para niños abandonados, el centro para los leprosos, hasta, mucho más tarde, la casa para las víctimas del sida en Nueva York; todo partía de un caso humano que ha encontrado y al que quería ofrecer una solución. Entonces, se las arreglaba, dando pruebas de imaginación y de sentido práctico; organizaba los repartos de comida, iba a pedir financiamientos y, nunca a corto de ideas, por ejemplo, se ponía a reciclar las nueces de coco o papeles viejos para que los pobres consiguieran así un poco de dinero. De esa forma mostraba el amor de Cristo a todos los que la rodeaban.

 

En 1979, el premio Nobel de la paz

La obra de las Misioneras de la Caridad se hizo popular cuando Madre Teresa recibió el premio Nobel de la paz, el 17 de octubre de 1979. Ya había sido recompensada con numerosos premios y había recibido varios títulos honoríficos. Cada vez insistía en decir: «Yo no merezco ningún premio, la recompensa ya la tengo en la alegría de servir a Jesús en los pobres». Pero, cuando estaban dotados de dinero, sabía enseguida cómo emplearlo.

Para nosotras, este premio Nobel cambió muchas cosas; la primera: ¡se terminó nuestra tranquilidad! Por el contrario, no cambió nada en la manera de vivir de Madre Teresa ni la nuestra, pero, por ejemplo, ha facilitado los desplazamientos de Madre Teresa en el mundo, porque Air India le concedió una plaza gratuita en todos sus vuelos.

Contribuyendo a darnos a conocer, el premio Nobel permitió aumentar nuestros recursos financieros, pues a partir de ese momento empezaron a afluir. El Estado de Bengala quiso instalar en la casa una pequeña oficina de correos para gestionar la correspondencia que llegaba desde todo el mundo, cientos de sacos. Pero Madre Teresa lo rechazó. Ella quería preservar ese lugar para que conservara su función primera de servicio a los pobres.