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El voto de pobreza: vivir en la inquietud del Evangelio

 

La pobreza. Miles de religiosos y religiosas, en Francia y en todo el mundo, han emitido tres votos -pobreza, castidad y obediencia- que guían sus opciones y su forma de vida. ¿Cuál es el sentido del voto de pobreza?

 

 

 

14 ene 2022, 21:00 | Florence Chatel, La Croix


 

 

 

 

 

Hay una anécdota que ha quedado grabada en la memoria del Hermano Frédéric-Marie Le Méhauté. Recién salido del noviciado, este franciscano encuentra a personas del cuarto mundo por primera vez. Un hombre le preguntó qué era un religioso. "Es alguien que ha hecho voto de castidad, obediencia y pobreza", respondió. Inmediatamente ese hombre reacciona: "No me hables de pobreza porque no sabes lo que es". En 2021, ¿qué significa "hacer voto de pobreza" cuando tantas personas están sufriendo difíciles fines de mes y las colas son cada vez más largas frente a los bancos de alimentos?

 

La pobreza, una manera de ser

Al principio de la pandemia, confinados en un gran convento con jardín, muchos religiosos y religiosas reconocían que eran "privilegiados" en comparación con las familias hacinadas en unas decenas de metros cuadrados en un piso. Sin embargo, optar por poner en común los bienes sigue siendo un signo profético en una sociedad que valora la propiedad y la autosuficiencia. Para Elena Lasida, profesora de economía en el Instituto Católico de París, «al hacer el voto de pobreza, el religioso o la religiosa opta por situarse en una especie de libertad con respecto a los bienes. El objetivo no es tanto la privación como la relación que tenemos con la comida, el dinero, los objetos... "Nos apropiamos muy rápidamente de las cosas que poseemos, incluso cuando tenemos poco". Por eso, el voto de pobreza tiene que ver más con el ser que con el tener», dice Elena Lasida.

 

Vivir sin nada propio

En su regla, San Francisco de Asís, refiriéndose al voto de pobreza, recomienda vivir "sin nada propio". En otro pasaje, dice que "ningún hermano ejercerá dominio sobre otro hermano". Es el mismo espíritu: "los hermanos, como los edificios o los coches, nos son dados. Nos corresponde recibirlos con gratitud y no apropiarnos de ellos", explica el Hermano Frédéric-Marie Le Méhauté. Esta "desapropiación" puede llegar hasta la renuncia a la propia voluntad. "Del mismo modo que no pongo las manos sobre los bienes, sobre los demás, no pongo las manos, por mi voluntad, sobre mis proyectos y sobre mi vida", añade este profesor de teología del Centro Sèvres, una facultad jesuita de París. Es una forma de abandono en Dios, una manera de reconocer que todo viene de él.

 

Aceptar dar cuentas

En concreto, poner en común los bienes se refleja en la vida de los religiosos que trabajan, mediante la donación de su salario a su comunidad. Antes de hacerse franciscano, el hermano Frédéric-Marie Le Méhauté era ingeniero en Michelin. Vivía bastante bien económicamente y no tenía que rendir cuentas a nadie. "Hoy, no me falta nada. Pero cada mes pido dinero al hermano ecónomo y le doy mi hoja de cuentas con mis gastos. Al principio, esta situación me resultaba difícil. El hecho de estar bajo la mirada de los hermanos significa que tengo que volver a confiar en ellos cada vez", dice. "No se trata sólo de la hoja de cuentas, porque muy rápidamente se puede jugar a ser el que no gasta nada", añade el hermano Franck Dubois, dominico. Explica: "Estoy alojado, lavado y alimentado. También tengo la oportunidad de que me inviten, de que me regalen ropa o un ordenador...". Sin embargo, esta actitud no se corresponde con la pobreza evangélica, que invita a discernir nuestras verdaderas necesidades de las superfluas: "Es mejor gastar un poco y anotarlo en tu hoja de cuentas, no ser hipócrita".

 

Opciones colectivas

Este maestro de novicios en Estrasburgo constata que los jóvenes se sienten más atraídos por la vida sencilla que cuando él entró en la orden hace veinte años. Pero este ideal a veces debe reducirse a una cierta realidad: "Se puede tener el deseo de ayunar tres veces a la semana y ser dependiente de la tecnología", señala. Del mismo modo, un hermano no puede vivir "su pobreza" a costa de los demás. "Debemos tener la humildad de adaptarnos al ritmo de pobreza que hemos elegido colectivamente. Un hermano joven puede ser capaz de una cierta pobreza que puede parecer más difícil para un hermano mayor o que sufre una enfermedad, que es otra forma de pobreza. Este voto debe servir en última instancia a la fraternidad". "Implica decidir juntos lo que es importante o no para la comunidad, decidir juntos lo que se va a comprar, asegurándose de que es coherente con los valores de la comunidad, el respeto a la creación y los derechos humanos", señala Elena Lasida.

 

Cuidar lo que se nos ha dado

En contraste con la autonomía personal, esta interdependencia "nos empuja constantemente a elegir estar en relación. Nos hace experimentar la solidaridad y la bondad de los hermanos", confirma el hermano Frédéric-Marie le Méhauté. Sin embargo, el franciscano admite que tiene dificultades con este voto, que puede hacer que los religiosos parezcan superhombres o sermoneadores. "Tengo una educación, diplomas, amigos, hermanos... No soy pobre como un indigente. Durante un año vivió con niños de la calle en el Congo. La vida allí era mucho más sencilla que en París. Desde su regreso, ha abierto su forma de vivir la pobreza a nuevas preguntas: "¿Cómo cuido los bienes que me han dado para mi ...?"

 

Permanecer en la incomodidad del Evangelio

Los tres votos son radicales, pero a los ojos del Hermano Franck Dubois, el de la pobreza es el más incisivo. "¿Conozco a los pobres por su nombre? ¿Me conoce esta gente?", se pregunta a modo de recordatorio. "El Señor nos dice que los pobres van delante de nosotros en el Reino de Dios. ¿Hablo con los asistentes a nuestros servicios? Cuando hace mucho frío fuera, como este invierno, ¿podemos acogerlos en nuestro convento? Hemos recibido a un hombre de la calle una noche... Esto nos hace humildes, porque nunca estamos a la altura de lo que se nos pide", confiesa. Si los religiosos y religiosas tienen la seguridad de que su orden o congregación se hará cargo de ellos hasta el final de sus vidas, el voto de pobreza los mantiene en la incomodidad del Evangelio.