Biblia

 

Purificación en el agua del Jordán

 

El río Jordán es un lugar importante para los profetas del Antiguo Testamento. Entre el 63 a.C. y el 70 d.C., algunos judíos creían en la inminente llegada del Mesías o en el fin del mundo. Vivían cerca del río Jordán y algunos fueron bautizados por Juan el Bautista, que predicaba y bautizaba en sus orillas.

 

 

 

25 ene 2022, 21:00 | Jean-Pierre Rosa, La Croix


El río Jordán.

 

 

 

 

 

La idea y la práctica de lavarse en agua para purificarse estaba muy extendida en Israel. Cuando uno se había contaminado -por el contacto, incluso involuntario, con todo lo que toca la vida y la muerte, la sangre, por ejemplo- debía purificarse rociándose o sumergiéndose en agua. La impureza ritual se confundía a menudo con la impureza moral. Tanto es así que esta purificación por el agua podría aplicarse al propio pecado, como leemos en el Salmo 50, atribuido a David. Al darse cuenta, a través de Natán, de la gravedad del asesinato de Urías, a Betsabé, David dice: "Lava del todo mi delito, limpia mi pecado" (Salmo 50,4). Los profetas posteriores, Zacarías y Ezequiel en particular, utilizan esta metáfora y anuncian una acción limpiadora de Dios que vendrá a renovar al pueblo de Israel en profundidad: "Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar" (Ezequiel 36,25).

En la época de Jesús se multiplicaban los movimientos más radicales, como los esenios, que practicaban numerosos ritos de purificación, o los bautistas, de los que formaba parte Juan. Este último relacionó los ritos de purificación por inmersión con la historia del pueblo de Israel, que cruzó el Mar Rojo en seco y, cuarenta años después, atravesó el Jordán cerca de Jericó para entrar en la tierra prometida. También recuerdan el episodio de Naamán, el general sirio enfermo de lepra, que se presentó al rey de Israel y luego a Eliseo para ser curado (2 Reyes 5,14). Fue en el Jordán, este pequeño río ordinario, donde el profeta había invitado a Naamán a sumergirse siete veces. En estos tiempos de febril y ferviente expectativa de un Mesías que vendría a levantar a Israel para salvarlo de los ocupantes romanos, el Jordán era un lugar muy apropiado para marcar el deseo de ser purificado y salvado. Y sumergirse en él era una forma poderosa de manifestar esa liberación.