Tribunas

Puro kitsch

 

Carola Minguet Civera
Doctora en CC. de la Información.
Responsable de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia.


Enseñanza de la filosofía.

 

 

 

 

 

Sé que tiene años y que es ya muy conocido, pero leo estos días "El impostor", de Javier Cercas. Un libro interesante que cuenta la vida de un nonagenario barcelonés que se hizo pasar por superviviente de los campos nazis y que fue desenmascarado en mayo de 2005.

Lo que más me gusta es cómo el autor muestra el quehacer de este individuo para incrustar la mentira en la peripecia colectiva, como un solo dato fingido convierte una crónica real en ficción y, al modo del virus causante de una epidemia (de esto somos muy conscientes desde la COVID), contamina de embuste todos los relatos que se derivan de él. Aunque los hechos factuales que maneja Enric Marco (el protagonista de la novela) sean verdad, su discurso es kitsch, pura mentira narcisista, escribe Cercas.

Las propuestas de la LOMLOE vienen como anillo al dedo a la reflexión del escritor. ¿Qué es el kitsch? De entrada, una idea del arte que supone una falsificación del arte auténtico, o como mínimo su devaluación efectista; pero también es la negación de aquello que en la existencia humana resulta inaceptable, oculto detrás de una fachada de sentimentalismo, belleza fraudulenta y virtud postiza. Por eso hay también un kitsch histórico, referido a aquellas narraciones plagadas de emoción y golpes de efecto, melodrama, impostura… pero que adolecen de complejidad (también vamos servidos de esto en España en tantos abordajes sobre la guerra y la posguerra civil).

Igual que la industria del entretenimiento necesita alimentarse del kitsch estético, que regala a quien lo consume la ilusión de estar gozando del arte auténtico sin pedirle a cambio que se exponga a los riesgos morales que la mentira entraña, la nueva industria de la educación necesita alimentarse del kitsch humanístico, que ofrece al alumno el espejismo de conocer el pensamiento y la historia ahorrándole los esfuerzos que exige la aventura intelectual de indagar en los matices, en las contradicciones, en la verdad.

La filosofía, como denunciaba Fernando Savater hace unos días, no va de ser buenos, sino de ejercitarnos en el pensar y argumentar; consiste en ganar amplitud crítica y, por tanto, capacidad de resistencia. Por su parte, obviar la cronología en el estudio de la historia es negar la misma historia, que no se explica sin los acontecimientos que tienen sus precedentes en el tiempo y sus consecuencias. Rehusa lo que es obvio: que todo tiene fecha y domicilio. Incluso Dios entró con su Encarnación en las coordenadas espaciales y temporales.

Ambas medidas implican, en definitiva, imponer la manipulación y el adoctrinamiento entre los más jóvenes y venderles un currículo tan kitsch como narcisista (ecofeminismo, matemáticas inclusivas, seres vivos sintientes…)

La mitología griega enseña que, para castigar a Narciso por su engreimiento, Némesis hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en un estanque. En una contemplación absorta, acabó arrojándose a las aguas y, según la versión romana, donde yacía su cuerpo creció una flor.

Ante este plan educativo apremia rearmarse en lo legislativo y en lo reglamentario (Némesis era la diosa de la justicia... Que lluevan las propuestas). El narciso es una planta espectacular… y florece a finales del invierno.