Tribunas

¿Tiene algún sentido el sufrimiento? (I)

 

 

Ernesto Juliá


Sufrimiento y enfermedad.

 

 

 

 

 

Todos nos hemos encontrado con amigos, conocidos, que tienen muy arraigado en su corazón y en su mente un solo propósito de su vida: ser felices. Y si no es el único fin que ven a su vivir sí es el más importante: todo lo demás que se les ocurra, y que puedan llevar a cabo en este mundo, tiene esa finalidad: ser felices.

Si les preguntamos en qué consiste esa felicidad las respuestas, además de muy variadas nos pueden parecer un tanto superficiales: “pasarlo bien”; “ganar mucho dinero”; “llegar a ser un hombre, una mujer, influyente en la sociedad”; realizar lo “que me dé la gana, sin molestar a los demás”; “tener una buena casa”; “que vaya todo bien en la familia”, “buena salud”, etc...

Y un buen grupo de esas respuestas, incluirán como un corolario necesario: el no sufrir. No sufrir, no solo físicamente, corporalmente, a causa de una enfermedad, un accidente, etc., sino, y sobre todo, moral y espiritualmente: no padecer por los disgustos, o por las situaciones materiales y morales, que puedan originarnos los amigos, los cónyuges, los familiares, los compañeros de trabajo, etc.

En resumen, el “ser feliz” viene a quedarse en “hacer uno lo que le da la gana”, encerrado en un egoísmo radical, que solo piensa en sí mismo y se despreocupa de lo que pueda ocurrir a su alrededor, sencillamente porque ha descartado encontrarse con una realidad que forma parte de la historia del hombre desde su presencia en la tierra: el sufrimiento.

La explosión de los abortos y el extraordinario aumento de suicidios, son dos reacciones de personas que no quieren sufrir: matan a quienes les pueden originar algún sufrimiento, los hijos; o no quieren sufrir ellos, los suicidas, como Freud, que se suicida cuando recibe la noticia de un cáncer que puede acabar con su vida en un breve espacio de tiempo.

El dolor, el sufrimiento, es una constante en la vida de todo ser humano. En ningún lugar de la tierra, ni en ninguna situación de la vida, en ningún momento de la historia el hombre, el sufrimiento ha desaparecido del horizonte de la vida del hombre. El dolor, además, afecta a los tres planos del vivir humano: físico, psíquico, espiritual, y con relativa frecuencia incide a la vez en los tres.

¿Por qué tantas personas hoy se desorientan vitalmente ante el sufrir, ante el dolor, ante la desgracia?

Cristo sufre al redimir el pecado; y llega a la muerte en medio de juicios inicuos, acompañado por la burla de jueces y escribas que, al no encontrar nada de qué acusarle, manipulan a la muchedumbre para que, “democráticamente” exijan y decidan su muerte por mayoría cualificada.

En su Pasión y su Muerte en la Cruz, Cristo nos redime del pecado y nos abre un camino para dar sentido al sufrimiento que nos encontramos en nuestro vivir. Después de sufrir y de morir, Resucita. Pone ante nuestra mirada la “vida eterna”. La vida que no acaba en el sufrir, sino en el poder gozar eternamente del amor de Dios, del Amor con el que Cristo sufrió por nosotros y nos redimió. Sufrir unidos a su Cruz, nos enseña a amar a los demás; nos enseña a compartir las penas y los dolores de quienes nos rodean. Me atrevería a decir que solo aprende a amar, quien de alguna manera sufre, y al sufrir ofrece su dolor, con Cristo, por el bien de los demás. Resucita.

Perder la Verdad de la vida eterna, lleva al hombre a desesperar ante el sufrimiento; a no darle ningún sentido. Y las consecuencias para su vivir son lastimosas: achica su corazón, se envuelve en el egoísmo, y deja de Amar, de sacrificarse por los demás. Y abre las puertas de su alma a la muerte buscada en la tierra y en la vida eterna. Solo ante sí mismo, el hombre se suicida, se aniquila.

La Resurrección nos anuncia una nueva existencia en la que el dolor ya no existe más. Nos permite reconocer que, al sufrir descubramos que los hombres nos necesitamos los unos a otros –hemos sido creados para dar nuestra vida por los demás-; y la relación con Dios, dentro de la fe cristiana, lleva a referirnos más concretamente a Cristo, Hijo de Dios y Hombre. Nos situamos así   en la perspectiva total de nuestra vida.

La transformación del sufrimiento en alegría comienza ya en esta vida y será definitiva en el cielo. Como lo vive la madre de un niño con cáncer, que se olvida del todo del dolor sufrido cuando ve a su hijo sano y recuperado de su enfermedad y llega a convertir en alegría el llanto por su hijo, ante el anuncio de que el tumor ha sido extirpado. Y si la criatura muere, el dolor de perderlo se convierte en serenidad y gozo de haber dejado a su hijo en las manos de Dios. Alegría es de alguna manera el anuncio de la Resurrección que hace nuevas todas las cosas.

Cuando la enfermedad sigue su curso, el sufrimiento es más difícil de comprender. Con el tiempo se puede alcanzar a comprender, que compartir el dolor ayuda a otras madres y a otros enfermos a vivir su enfermedad; y quizá lleguen a comprender que el mismo Cristo vive el sufrimiento con su hijo, y en la enfermedad lo prepara para la Resurrección.

Juan Pablo II lo dijo con estas palabras: “El misterio de la redención del mundo está arraigado en el sufrimiento de un modo ciertamente grandioso e incomprensible, y el sufrimiento a su vez encuentra en el misterio de la redención su supremo y más seguro punto de referencia”.

 

(continuará).

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com