Tribunas

¿Tiene algún sentido el sufrimiento? (y III)

 

 

Ernesto Juliá


Madre Teresa de Calcuta.

 

 

 

 

 

Con este párrafo terminamos el artículo del lunes pasado: “El sufrimiento por la blasfemia es más sutil. Una pequeña muestra. En estos días la lgtbi de Cremona, Italia, ha aprovechado una de sus fiestas para pasear en una carroza a una representación de la Virgen María, convertida en un maniquí sadomasoquista con los pechos descubiertos”.

A esta blasfemia se pueden unir muchas otras más de ese mismo grupo y de otros grupos diversos de personas que se manifiestan directamente contra la doctrina de la Iglesia, y de manera particular contra las señales claras y contundentes de la presencia de Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, en la tierra: el derribo de las Cruces que nuestros antepasados han ido sembrando en tantos caminos, y que nos recuerdan que Cristo sigue en la tierra  y nos acompaña; y el asalto a los Sagrarios para robar las Formas, o desparramarlas por los suelos rechazando Su presencia real y sacramental entre nosotros.

El sufrimiento de los creyentes por estas graves ofensas y desprecios a Jesucristo y a su Santísima Madre, es un sufrir que quiere ser redentor, porque se eleva a Dios Padre pidiendo que los autores de esas ofensas se arrepientan de sus pecados, y vuelvan a alzar las mismas cruces que han derribado y a Comulgar la misma Forma sacramental del Cuerpo de Cristo que han pisoteado después de vivir de nuevo en la gracia de Cristo.

Los cristianos, bien conscientes de que el hombre va a encontrarse con el sufrimiento a lo largo de toda su vida, queremos dar sentido a todos los dolores que podamos vivir. Y ayudar a las personas que se relacionan con nosotros, a que también se lo den y no se hundan ante el peso de los males que puedan recibir, ya sean incomprensiones, injusticias, agravios de todo tipo, calumnias, asaltos, enfermedades, abandonos de los seres queridos, etc. etc.

 ¿Cómo podemos dar sentido al sufrimiento?

Acompañando en su pena y dolor a los que sufren. No dejándoles solos con sus desgracias y aflicciones. Y uniendo el sacrificio que nos pueda suponer, al sacrificio y al sufrimiento de Cristo, que vive el dolor de la madre que pierde al hijo y lo resucita, la pena del paralítico que clama “Señor, si quieres puedes curarme”, y lo cura; y que se deja clavar en la Cruz para redimir nuestros pecados y decirnos que nos va a acompañar siempre en todos los dolores que podamos padecer. Y a sus sufrimientos por el mal que nos hacemos cuando pecamos y nos apartamos de su Amor,

Y este acompañamiento será, en unos casos, notorio y patente como el de las monjas de Teresa de Calcuta; en otros, menos llamativo y tan sentido como el de las enfermeras y médicos de los hospitales en su empeño por aliviar en lo posible los sufrimientos de los pacientes; otras veces, será la cotidiana paciencia de dar un rato de compañía, con serenidad y paz, a personas que viven en profunda soledad, o abandono, y que tienen reacciones muy difíciles de controlar y que apenas se darán cuenta del amor que mueve nuestros gestos.

Acompañar en el sufrimiento, además de transmitir el amor de Cristo a los que sufren, abre de par en par el corazón de quienes les acompañan. El corazón aprende a amar sin esperar a cambio ningún tipo de recompensa ni de agradecimiento; aprende a compartir las dificultades y sufrimientos de los demás y abre así el camino para no caer en uno de los pozos más hondos en los que puede precipitar el hombre, y que por desgracia está ahora muy extendido en la sociedad actual: el pozo del egoísmo, del individualismo, de pensar sólo en él, en sus cosas, y de limitar los horizontes de la felicidad de su vida en cuestiones materiales –dinero, placer, bienestar, salud, etc.-, o en buscar la felicidad en el prestigio profesional, en los honores y reconocimientos, realidades que están presentes hoy y desaparecen mañana.

Dar sentido cristiano al sufrimiento abre el corazón de los que sufren a descubrir a Cristo en el servicio que le prestan los demás. ¡Cuántas conversiones en los hospitales de Madre Teresa, y de tantas otras clínicas en las que se vive el espíritu cristiano! Sin duda, es uno de los mejores bienes que se pueden transmitir en nuestras sociedades, en las que tantas personas están verdaderamente alejadas de Jesucristo, en su Muerte, Resurrección y Presencia Eucarística, y de la perspectiva de la Vida Eterna.

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com