Tribunas

Volver al asombro para prevenir los incendios

 

Carola Minguet Civera
Doctora en CC. de la Información.
Responsable de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia.


La naturaleza: entre el cielo y la tierra.

 

 

 

 

 

Los habitantes de las poblaciones rurales achacan los incendios que asolan España al abandono de la vida rural. Cada vez queda menos gente en los pueblos que limpie el monte -llevando su ganado a pastar o desbrozando para obtener leña- lo que ha provocado una masa forestal tan grande que, con las altas temperaturas, los incendios se hacen incontrolables. La explicación da que pensar tanto sobre algunas proclamas ecologistas (los medios de comunicación, los políticos, incluso la educación reduce muchas veces el asunto a un catastrofismo elemental) como en relación a nuestro entramado vital, que nos impone una renuncia a interactuar con la naturaleza.

En relación a lo primero, Miguel Sanmartín señala lo siguiente: “Sumidos como estamos en una civilización de lo efímero y lo consumible que genera una explotación destructora de la naturaleza, más que su cultivo y aprovechamiento razonable, necesitamos volver a una relación más racional de respeto y cuidado. Sin embargo, la forma de hacer nacer en los niños ese respeto no es esa pseudo afectio ideologizada denominada ecologismo; no, este sentir ha de nacer, primero, de un conocimiento directo y, segundo, de la admiración y asombro que aquel habrá de suscitar en sus corazones”. Está muy bien enseñar a los pequeños que una bolsa es para los plásticos y otra para los desechos orgánicos, pero es más que probable que nazca en ellos el respeto por la naturaleza si se han refugiado de un chubasco bajo las ramas de un roble, se han bañado en una poza escondida tras una larga caminata por un bosque y si han dormido alguna noche al raso, a la luz de las estrellas. Ciertamente, se debe apelar y trabajar desde distintos estamentos, por la conservación de la vida natural, pero la sensibilización más efectiva será la que nazca de un contacto real con aquella. Como en todo, amor y conocimiento van de la mano.

En este punto, recomienda el autor renunciar a experiencias almibaradas y parciales, como almibarados y parciales son ciertos discursos ecologistas. En la naturaleza el caos y el horror conviven con la paz y la belleza. La lluvia puede tornarse tormenta; un río es siempre peligroso; en la noche rondan jabalíes y lobos; el fuego permite vivir, pero, sin control, arrasa con la vida. Sobre todo, huyamos de ciertos relatos que se refieren a la naturaleza como un ente con el que se puede establecer una relación personal, convirtiendo en una idolatría pagana e insustancial la relación (impersonal, pero no por ello menos auténtica) que ha de tenerse con lo creado como un medio de conocimiento y relación (ésta sí que es personal) con el Creador.

En relación a lo segundo, ¿hay que volver a la vida rural? No sé hasta qué punto es posible y necesario, aunque este verano en llamas evidencia que apoyar la que queda en España debe dejar de ser una propuesta electoral y pasar a medida prioritaria. De hecho, la prevención forestal tradicional ha consistido en que los habitantes de los pueblos, huyendo de polvorines partidistas, actúen como leales administradores de sus campos y montes (que, por otro lado, disfrutamos los que salimos de la ciudad en cuanto podemos).

Lo que sí resulta vital es recuperar lo que provoca en nosotros la contemplación y la relación con la naturaleza: la capacidad de abrirse al misterio y a la inmensidad de lo que nos rodea; asumir la realidad y la pequeñez de lo que somos con humildad y temor. Volver a enmudecer de asombro.