Tribunas

Tiempo de Oración

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Tiempo de oración: “Elevar el corazón a Dios, y pedirle mercedes”.

Hace apenas una semana, me puse en marcha para encontrar una iglesia abierta y poder pararme un tiempo ante Jesús Sacramentado. No descubrí ningún templo abierto. Un anuncio en la puerta señalaba el horario de las Misas. Una Misa a primera hora de la mañana, y otra, no en todos, a última hora de la tarde.

Después de muchas vueltas, y siendo una ciudad en la que no vivo, me encontré la única iglesia abierta, que además anunciaba en la puerta: Adoración Eucarística, 24 horas.

Ante el Sagrario, me vino a la cabeza y al corazón el latir actual de la Iglesia. Muchas noticias de las que se hablaba en los noticiarios de información eclesiástica: perspectivas y opiniones sobre el futuro Sínodo; nombramiento de nuevos cardenales; guerra en Ucrania y palabras del Papa; un escándalo financiero aquí y otro más delicado allá; persecución de la Iglesia en Nicaragua; etc. etc. Noticias y acontecimientos que mueven el alma a pedir al Señor que no nos abandone, que se acuerde de este rincón de la Creación en el que Él ha querido nacer hombre sin dejar de ser Dios, vivir con nosotros, sufrir por nosotros, redimirnos de nuestro pecado, y abrirnos el camino de la vida eterna para que un día resucitemos con Él; y establecer una Iglesia a la que Él prometió estar siempre con Ella, y le aseguró que “las fuerzas del infierno no prevalecerán”.

En la homilía de la Misa concelebrada con los nuevos cardenales, Francisco hizo una alusión directa a una tentación que el diablo podía poner en su alma al ser llamados “eminentísimos”, en el intento de mundanizar la Iglesia. Después de decirles que han de mantener el “estupor” ante lo que Dios quiere de ellos, y su ser y vivir en la Iglesia, añade:

“Dios lo conserve (el estupor) siempre vivo en nosotros, porque eso nos libera de la tentación de sentirnos “a la altura”, de sentirnos “eminentísimos”, de alimentar la falsa seguridad de que la situación actual es en realidad distinta a la de aquellos comienzos, y de que hoy la Iglesia es grande, la Iglesia es sólida, y nosotros estamos colocados en los grados eminentes de su jerarquía —nos llaman “eminencias”—… Sí, hay algo de cierto en esto, pero también hay mucho de engaño, con el que el Mentiroso de siempre busca mundanizar a los seguidores de Cristo y hacerlos inocuos. Esta llamada está bajo la tentación de la mundanidad, que poco a poco te roba la fuerza, te roba la esperanza; te impide ver la mirada de Jesús que nos llama por nombre y nos envía. Ésta es la carcoma de la mundanidad espiritual”.

Sentado en una esquina de la capilla, y pensando en esa “mundanidad espiritual” me vinieron a la cabeza las palabras de Jesús cuando envía a sus discípulos:

“Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura. El que cree y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se condenará” (Mc 16, 15-16).

“Así está escrito: que el Cristo tiene que padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día, y que se predique en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las gentes, comenzando desde Jerusalén” (Lc. 24, 46-47).

“Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado”. (Mt 28, 18-20).

Los cardenales, los obispos, todos los cristianos podemos caer en esa mundanidad, si nos olvidamos de esas palabras de Cristo que tan claramente señalan la misión de la Iglesia, el fin para el que Él estableció la Iglesia y la sostiene en pie hasta el final de la historia, que tendrá final.

La misión de la Iglesia es transmitir a Cristo, Dios y hombre verdadero, que es “el Camino, la Verdad y la Vida”. El Mentiroso, el diablo, quiere que en la Iglesia se meta ese “vivir en estilo moderno”, y se mundanice la moral, la liturgia, las costumbres, la familia; que desaparezca la conciencia de pecado y de la necesidad del arrepentimiento y de pedir perdón a Dios en el sacramento de la Penitencia.

El diablo pretende, “en estilo moderno” y recurriendo al “espíritu del tiempo”, que la Iglesia se preocupe de estar a bien con los gobiernos que la persiguen y martirizan a sus fieles, que camine con todas las “confesiones” y “religiones” que hemos hecho crecer los hombres, y limite sus horizontes de felicidad humana a cuidar de la tierra, del clima, del buen “diálogo” entre las criaturas, animales incluidos. Y no alce la voz para abrir el espíritu de los humanos a una vida con verdadera perspectiva sobrenatural, recordándoles que Dios les llama a ser “hijos de Dios en Cristo Jesús”, y quiere ayudarles, viviendo los Sacramentos, a buscar y a amar a Dios Padre. Hijo y Espíritu Santo, Creador, Redentor y Santificador, que anhela unir a sus hijos en Su Iglesia, la Iglesia de Cristo, muerto y resucitado, y después, en la Vida Eterna.

Tiempo de oración, de “elevar el corazón a Dios, y pedirle mercedes”.

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com