Tribunas

Tres Obispos y la inculturación

 

 

Ernesto Juliá


Obispo Erik Varden.

 

 

 

 

 

La inculturación, de la que tanto se habla hoy día también en el seno de la Iglesia, la entienden algunos como la necesidad que tiene la Iglesia de rendirse a la mentalidad del mundo en que se encuentre, y tratar de bendecir lo que ya existe. Esto supone, de entrada, no hacer mención de que Cristo es Dios hecho hombre y, por tanto, tratar de igualarle con tantos hombres y mujeres que han querido –algunos, con muy buena voluntad- dar sentido a la vida a base de consideraciones propias, dioses inventados, costumbres naturales y antinaturales, etc., etc.

El obispo de Trondheim, Noruega, reconociendo que esa inculturación supone rendirse a una sociedad en la que la palabra “Dios” ha perdido todo significado, recuerda que la verdadera inculturación que debemos vivir los cristianos en cualquier lugar de la tierra que nos encontremos y ante cualquier cultura o civilización a la que tengamos que anunciar a Cristo, Dios y hombre verdadero, y su Palabras, consiste en una atención a las riquezas de esas culturas; pero sobre todo es la introducción de la perenne novedad cristiana como levadura viva y amante en la cultura local.

Es la misma inculturación que vivieron los primeros cristianos, y todos los que a lo largo de los siglos, laicos, sacerdotes, religiosos, hombres, mujeres, han transmitido la Verdad y la Palabra de Cristo en todos los rincones del planeta.

Otros obispos, recientemente, parece no estar muy de acuerdo con Fr. Eric Varden, obispo de Trondheim, que después de ser luterano, y ateo en su juventud, se convirtió a la Iglesia Católica y se incorporó al Cister.

Ese obispo es Helmut Dieser, obispo de la diócesis de Aquisgrán, que quizá en su afán de inculturar la doctrina de Cristo y de la Iglesia con la “cultura” que no tiene presente a Dios bajo ningún concepto, ha llegado a afirmar en el suplemento religioso del diario Die Zeit: “La homosexualidad no es un problema técnico de parte de Dios, sino la voluntad de Dios en la misma medida que la creación misma”, Y, en consonancia con esa aberración, añade otra que la complementa: “Cuando se trata de amor, esta variedad de amor, que es una forma erótica, cuando el cuerpo se vuelve una expresión de este amor y el lenguaje de este amor, entonces pienso: el amor no puede ser pecado”, dijo en la entrevista. Las parejas homosexuales también pueden seguir a Jesús aceptándose y siendo fieles en su relación.

Llamar amor a una práctica sexual antinatural, que agota su realidad en el puro placer sexual es desconocer lo que es amar, es desconocer la Cruz de Cristo.

Dieser ya no recuerda lo que seguramente ha leído alguna vez al tener la Biblia en sus manos: “No te acostarás con varón como con mujer; es abominación” (Lv 18, 22), mandamiento afirmado de nuevo en el Levítico, 20, 13. Y, por supuesto, ha debido de borrar de su memoria el texto de san Pablo que dice: “No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los borrachos, ni los injuriosos, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios” (I Cor. 6, 10).

Y tampoco ha tenido en la cabeza, el n. 2358 del Catecismo de la Iglesia Católica que dice así: “Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente radicadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza”. Y en el n. 2359, añade: “están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y de la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradualmente a la perfección cristiana”.

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com