Tribunas

¿Qué le pasa al catolicismo español? (I)

 

 

José Francisco Serrano Oceja


 

 

 

 

 

No sé si los benévolos lectores, y las siempre amables lectoras de esta columna, compartirán conmigo una percepción sobre la relación entre catolicismo e Iglesia y sociedad en la España de hoy.

Bueno, no solo en España, también fuera de nuestra patria. Una relación que, al fin y al cabo, está marcada por la comprensión que se tenga de los conceptos fe-vida, Iglesia-mundo, y las mutaciones respecto a estos conceptos, y por las consecuencias a la hora de actuar desde esa comprensión de los conceptos.

Acontecimientos recientes me han hecho pensar que la tentación, en determinados estratos de la estructura humana de la Iglesia, -podría decirlo claramente, en parte de la jerarquía y de los cristianos, tanto individualmente como asociados-, es la abstracción, la separación de la realidad, el distanciamiento y el alejamiento del mundo vida.

Como percibimos y entendemos que el mundo, nuestro mundo, está mutando profundamente de forma acelerada, la reacción puede ser varia. Desde una reformulación de la propuesta cristiana, no tanto en el núcleo sino en las prioridades llamadas pastorales, en el cambio de perspectivas, de conceptos que expliquen lo que hoy es urgente para la Iglesia y por qué lo es, a la tentación de refugiarse en los cuarteles de inviernos, es decir, el inmovilismo, lo reaccionario, lo que se defiende a ultranza.

Relacionen lo que acabo de decir con algunas de las conclusiones de los múltiples procesos sinodales en curso.

Otra posible respuesta, de la que en cierta medida viven las anteriores reacciones, es la abstracción de la realidad, incluso como forma de atención a reivindicaciones identitarias de minorías sociales, que se expresan como retos simbólicos para la comunidad.

Una abstracción que produce como efecto, en las dinámicas internas de la Iglesia, el no sentirse interpelado por lo que hace el otro, por el otro, sino interpelar al otro “prima facie”.

Una abstracción que lleva a buscar soluciones, quizá no suficientemente pensadas, tomadas con urgencia, salidas hacia delante, ante la evidente crisis en la estructura eclesial, en las formas de presencia, en las formas de gobierno y de gestión tanto de los recursos humanos como los recursos materiales en la Iglesia.

Una abstracción relacionada con lo que se ha venido en llamar “la gestión de la decadencia”, no sé si como imagen o como realidad en tantas diócesis y en tantas instituciones de Iglesia.

Una abstracción fruto de la dialéctica ideológica –conservadores- progresistas; doctrinales-sociales-, de los procesos ahora denominados de polarización eclesial y social.

Podríamos incluso plantear que el leit motiv inicial de pontificado del Papa Francisco, en continuidad con los anteriores pontífices, era un antídoto a ese proceso de abstracción, que es alejamiento, incomprensión sobre la Iglesia, y lo cristiano, -aquí había que distinguir más- en y ante el mundo político, social y cultural hoy.

Esa incomprensión es denominada por algunos, dentro de la Iglesia, rechazo, incluso persecución de lo cristiano. Esa incomprensión social a la propuesta cristiana adquiere muchas formas, desde no tenerla en cuenta a la hora del diálogo público sobre la construcción social, a querer anularla o, simplemente, considerarla inútil para resolver los problemas reales del futuro de la humanidad y de las personas.

La propuesta cristiana afecta a dos niveles de la realidad: por un lado, al que incide en los modelos de progreso social y, por otro, el de la vida de cada una de las personas.

Quizá lo que produce la situación actual es la separación de estos niveles en la realidad personal, distanciamiento que genera incoherencia y, no pocas veces, contradicciones que se resuelven de manera insatisfactoria.

Tengo que aclarar que no pretendo con esta reflexión fustigarme, ni que nos fustiguemos. No veo solo lo que de vacío está en la botella. Pero hay procesos y tendencias dominantes que me ocupan y preocupan, no solo y no tanto como corrientes de pensamiento y acción en el mundo sino como dinámicas que influyen en la vida de las personas.

El alejamiento entre fe-vida, Iglesia-mundo, es consecuencia tanto de una mutación o evolución acelerada de lo que es y significa el mundo, y de su comprensión como realidad de existencia, como de la naturaleza de la Iglesia y, sobre todo, de su función social.

Vivimos en el tiempo por algunos denominado “expolio del marco intelectual cristiano”. San Pablo, en Romanos 13, 11-14, nos habla de la obligación de tener presentes “las exigencias de nuestro tiempo”. El cristiano debe rescatar el tiempo dándole su primer destino, el tiempo que se nos da es un tiempo de salud (2 Co 5, 20-6, 2).

Estoy planteando cómo podemos contribuir a que el cristianismo no sea reducido a “una caseta de feria de la postmodernidad”, a una caseta de feria en el parque temático de la historia y de nuestra historia.

No creo que pueda haber una adecuada articulación del compromiso cristiano en la sociedad si no se tiene claro el concepto de mundo, en general, y del mundo vida en cada período de la historia. Es decir, si no se tiene clara la relación entre gracia y pecado en cada contexto vital.

Nada original mi propuesta si tenemos en cuenta que el Concilio Vaticano II, referencia ineludible, plantea esta cuestión a lo largo de sus documentos, principalmente en la Constitución Gaudium et Spes.

Nada original si tenemos en cuenta que “el problema del sobrenatural” ha sido uno de los que más páginas ha hecho correr en la teología contemporánea.

No es, ciertamente, ni el momento, ni el lugar, para un análisis del estado de estas cuestiones, ni para una revisión bibliográfica al uso. Solo esbozaré algunas ideas en orden a la conclusión de mi propuesta.

Ese compromiso cristiano como consecuencia de la reflexión de la relación fe-vida, Iglesia-mundo, del que hablamos, que deseamos, debe tener una forma superadora del dualismo en el que nos ha sumergido la modernidad y de la abstracción como efecto de la postmodernidad.

El dualismo en el que todavía o buceamos o surfeamos, el dualismo de la separación mundo-vida de la gracia, por decirlo, gracia cristológica-mundo como lugar en el que está presente la deficiencia, el reduccionismo, si me apuran, para que se me entienda, el pecado.

 

 

José Francisco Serrano Oceja