Tribunas

¿Un documento válido?

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

El documento al que me voy a referir es el escrito de la Secretaría General del Sínodo que lleva por título. “Ensancha el espacio de tu tienda” (Is. 54, 2), de fecha 24 de octubre de 2022, y que ha sido presentado como el Documento de trabajo para la Etapa Continental.

En las 45 páginas de que consta el documento, no parecen nunca, entre otras, las palabras pecado; salvación; dogma, muerte, juicio, infierno, gloria, tradición, arrepentimiento, sacramento, vida eterna. La palabra Cristo apenas si aparece; y las palabras sinodalidad, sinodal, “caminar juntos”, “mayor apertura”, “diálogo”, “acogida”, abundan por doquier.

Leyendo esas páginas me ha venido a la cabeza el encuentro de Jesús con Zaqueo. Zaqueo quería conocer al Señor, anhelaba ser acogido por Él e hizo todo lo que estaba de su mano para conocerle y llamar su atención. El Señor alzó los ojos al pasar debajo del árbol en el que Zaqueo se había subido para verle mejor, y en seguida Jesús le pidió que le acogiera en su casa. ¿Qué sucedió después? Zaqueo se convirtió. “Doy la mitad de mis bienes a los pobres. Y si a alguno lo he defraudado, le devolveré cuatro veces más”.

En el “Documento de trabajo para la Etapa Continental”, apenas aparece la palabra “conversión”, y en un sentido muy general que apenas dice algo más que convertirse a la sinodalidad. ¿Qué es “caminar juntos”, hacia dónde? ¿Qué es dialogar?

En la Exhortación Apostólica, Reconciliación y Penitencia, escribe Juan Pablo II: “Mi predecesor Pablo VI ha dedicado al diálogo una parte importante de su primera Encíclica «Ecclesiam suam», donde lo describe y caracteriza significativamente como diálogo de la salvación.

 En efecto, la Iglesia emplea el método del diálogo para llevar mejor a los hombres —los que por el bautismo y la profesión de fe se consideran miembros de la comunidad cristiana y los que son ajenos a ella— a la conversión y a la penitencia por el camino de una renovación profunda de la propia conciencia y vida, a la luz del misterio de la redención y la salvación realizada por Cristo y confiada al ministerio de su Iglesia. El diálogo auténtico, por consiguiente, está encaminado ante todo a la regeneración de cada uno a través de la conversión interior y la penitencia, y debe hacerse con un profundo respeto a las conciencias y con la paciencia y la gradualidad indispensables en las condiciones de los hombres de nuestra época”. (n. 25).

De este “diálogo hacia la conversión y a la penitencia”, “diálogo de la salvación”, no se habla en ningún párrafo del documento. Se habla, en cambio, de que “el Pueblo de Dios expresa el deseo de ser menos una Iglesia de mantenimiento y conservación, y más una Iglesia misionera” (n. 99). ¿Qué Pueblo de Dios? Y ¿Quién se ha inventado que la Iglesia es “mantenimiento y conservación” y que tiene que aprender a ser misionera? A lo largo de sus dos mil años de historia, la Iglesia ha recorrido todos los caminos del mundo en verdadera misión evangelizadora, dialogando con todas las culturas y civilizaciones, transmitiendo la perenne novedad de Cristo, Dios y hombre verdadero, Muerto y Resucitado, que invita al arrepentimiento, a la conversión, a la liberación del pecado. Y siendo hijos de Dios, vivir la Fe y la Moral que abren las puertas de la vida eterna.

El “diálogo” que aparece recomendando en diversos lugares del Documento, da la impresión de ser muy de otro sentido, como, por ejemplo, el que recoge una petición de la síntesis de Estados Unidos:

“Entre los que piden un diálogo más incisivo y un especio más acogedor, encontramos a quienes, por diversas razones, sienten una tensión entre la pertenencia a la Iglesia y sus propias relaciones afectivas, como, por ejemplo, los divorciados vueltos a casar, los padres y madres solteros, las personas que viven en un matrimonio polígamo, las personas Lgbtq. Las síntesis muestran cómo este reclamo de acogida desafía a muchas iglesias locales: “la gente pide que la Iglesia sea un refugio para los heridos y rotos, no una institución para los perfecto. Que la Iglesia salga al encuentro de las personas allí donde se encuentren, que camine con ellos en lugar de juzgarlos, que establezca relaciones reales a través de la atención y la autenticidad, y no con un sentimiento de superioridad” (n. 39).

Y en este otro, en el que la síntesis viene de Sudáfrica:

“En todas las diócesis, tanto rurales como urbanas, se plantearon cuestiones como la enseñanza de la Iglesia sobre el aborto, la anticoncepción, la ordenación de mujeres, los sacerdotes casados, el celibato, el divorcio y las segundas nupcias, la posibilidad de acercarse a la Comunión, la homosexualidad y las personas Lgbtqia+” (n. 51).

¿Es esta la voz del Espíritu Santo que se dice que se quiere buscar con esa sinodalidad que se está viviendo, y que parece contradecir la voz de Cristo al enviar a sus Apóstoles a perdonar a los que se arrepienten de sus pecados?  ¿Tendrá razón Gavin Ashenden, antiguo capellán de la fallecida reina de Inglaterra, converso a la Iglesia Católica?

“La Iglesia debe ser lo suficientemente astuta como para darse cuenta de que cada vez que se ataca el concepto de discriminación, cada vez que se presentan como prioritarias la inclusión, la diversidad y la igualdad, se está promoviendo otra religión. No es el catolicismo. No es el cristianismo. El «Documento de Trabajo para la Etapa Continental» (DCS) del Camino Sinodal debe ser denunciado como el caballo de Troya de la herejía que es” (Gavin Ashenden. The Catholic Herald. 1-XI-2022).

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com