Tribunas

Inmaculada: La Sin Pecado

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

En haber sido concebida sin pecado original y estar ya viviendo eternamente en cuerpo glorioso en el Cielo, la Virgen María nos abre los misterios de la relación de Dios con nosotros y de nosotros con Dios.

Inmaculado su cuerpo, inmaculada su alma. La Sin Pecado, que acompaña a todo ser humano que a Ella se acerca para que descubra a Dios, su Creador y Padre.

La luz de la Inmaculada rasga las tinieblas más duras que puedan entenebrecer el corazón humano, y penetra e ilumina los rincones más recónditos y escondidos hasta a la propia mirada escudriñadora del propio “yo”. Y, ¿qué le lleva a descubrir?: la belleza de la Pureza y de la Humildad, que abren nuestros ojos para que nos dejemos llenar del Amor de Dios.

La Sin Pecado. Hablamos hoy poco, muy poco, de pecado y de vida eterna. Y dos pecados que muy extrañamente se mencionan son: el que nos invita a ser soberbios, a creer que nos construirnos a nosotros mismos, y que somos nuestros propios “diosecillos”, por aquello del “discernimiento” horizontal del que tanto se habla. Y el pecado que, valiéndonos del mismo “discernimiento”, nos invita a despreciar la castidad, a no hablar del pecado en vivir mal la sexualidad, a abandonar el Sexto Mandamiento.

Estos dos pecados son la manifestación más clara del intento del hombre de quitar a Dios de su camino; de desarrollarse y de crecer lejos de la mirada del Amor de Dios.

La Sin Pecado nos abre los ojos ante esa realidad y nos enseña a mirar al Cielo, y a pisotear la cabeza de la serpiente, del diablo, que esconde su aroma en la soberbia y en la perversión sexual.

Las manos abiertas de la Virgen Santísima acompañan su mirada elevada, perdida, y encontrada en el Cielo, en el decreto de Dios Padre que la prepara para ser morada de su Hijo, y la llena ya de Espíritu Santo.

Contemplar una Inmaculada de Murillo abre los ojos del cuerpo y del alma a la Belleza del amor de Dios, de la Creación, a la belleza del amor del hombre y mujer en el matrimonio, al amor de Dios en las vírgenes y en los célibes por amor a Dios; y a la humildad.

Las Inmaculadas de Murillo son una explosión pictórica del Espíritu Santo. La Virgen con las manos juntas en oración, con los ojos mirando al suelo, como queriendo expresar la “humildad de la esclava”, “rodeada de luz” y con la “luna a sus pies”.

Murillo ha osado y ha osado en firme. Ha abierto los brazos a la Inmaculada y con los pinceles ha convertido, a la adolescente de 13 años que recomendada pintar Pacheco, en la mujer que da a luz al Hijo de Dios, a la Mujer que ha abierto el Cielo. A la Mujer que, en agradecimiento a Dios Padre al verse libre de pecado, y dispuesta ya a recibir en sus entrañas al Hijo de Dios en su hacerse hombre, aplasta la cabeza de demonio, acompaña a su Hijo en el camino de la Cruz, lo contemplado clavado en la Cruz, vive con Él el dolor de la Muerte, el Gozo de la Resurrección y de la Ascensión. Y ya Asunta al Cielo, con sus manos abiertas hace descender del Cielo el Aroma Divino de “Dios con nosotros”.

Murillo plasma a la Virgen María dulcemente asombrada de saberse elegida por Dios para concebir, por obra y gracia del Espíritu Santo, al Creador del Universo, y nos invita a cantar con Ella el canto de alabanza.

En Ella el abismo insondable que separa a Dios de su criatura se hace camino transitable. Y consciente de estar preparada para transmitir a la tierra a Aquel, que es “Camino, Verdad y Vida”, eleva los ojos al cielo y abre las manos en además de acoger toda la Luz del Amor de Dios, y sembrarla en el corazón de todos los hombres.

Contemplar una Inmaculada de Murillo hace realidad el deseo de que la belleza lleve al hombre a Dios, y le anime a amar la humildad y la castidad.

“Y todo un Dios se recrea en tal graciosa belleza, en ti celestial princesa, Virgen Sagrada María”.

Y Murillo, por gracia de Dios, recreó sus ojos, recreó sus pinceles, y trasmitió a los ojos que contemplan y contemplarán sus Inmaculadas a lo largo de los siglos, el gozo pleno de la Virgen María, Inmaculada, Asunta al Cielo, en adelanto de la resurrección final; que como buena Madre quiere abrir a cada hijo suyo, en su Hijo Jesucristo, las puertas del Cielo, y participar en el encuentro definitivo –reunión de familia-con Dios Padre, Hijo, Espíritu Santo.

¿Sabía Murillo que el corazón de María es el camino más directo, más seguro, de llegar al corazón de Cristo, de alcanzar el Corazón de Dios?

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com