Tribunas

10 años con Francisco

 

 

Jesús Ortiz


Bendición especial del Papa Francisco por el fin del Covid-19.

 

 

 

 

 

A cierta edad los años pasan volando y más cuando se tienen ocupaciones importantes y ¿hay alguna mayor que ser el Vicario de Jesucristo en su Iglesia? Y a la vez es cierto que los diez años del Pontificado del papa Francisco están bien llenos de labor pastoral universal: homilías, discursos, audiencias, encíclicas, viajes, y el gobierno difícil en la institución más grande en la tierra. Por eso y más los católicos le agradecemos estos años de desgaste y pedimos que sea feliz en la tierra.

 

Dos fotografías

Entre tantas fotografías del papa Francisco me parecen significativas dos publicadas recientemente.  En la primera aparece el hombre de blanco que sube las gradas hacia Basílica de san Pedro. Es el atardecer de un día lluvioso en que el Papa ha oficiado una ceremonia pidiendo la misericordia de Dios para que cese la pandemia que azota al mundo. Y lo hace ante un Crucificado hermoso, el mismo al que acudieron hace siglos sus predecesores frente a la peste que diezmaba a la humanidad. Destacan en esta fotografía las luces acogedoras que señalan el camino. En la segunda foto vemos que el Papa Francisco hace broma con una niña y le coloca el solideo blanco en la cabeza, demasiado grande para ella. Puede simbolizar el peso del Pontificado que gravita sobre el Santo Padre, y esa niña aguanta porque seguro que ayudará al Papa Francisco a sobrellevarlo con su cariño apoyando de la fe, la esperanza y la caridad prestadas por el Señor a su Vicario en la tierra.

El lema de papa Francisco sobre su servicio cuando fue ordenado Obispo y luego lo mantiene al ser elegido Papa es «Miserando atque eligendo»: lo miró con misericordia y lo eligió, que alude a la vocación de Leví el publicano, tomado de una homilía de san Beda. Lo explica papa Francisco: «La síntesis mejor, la que me sale más desde dentro y siento más verdadera es esta “Soy un pecador en quien el Señor ha puesto sus ojos” (…) es algo que, en mi caso, he sentido siempre como verdadero». El acento sobre la misericordia divina indica que la vocación da fuerza para cumplir la misión, y seguramente ha influido en la vida e itinerario espiritual del papa Francisco.

En sus homilías, escritos, discursos y encíclicas presenta a la Iglesia como madre que comprende y acoge, y él mismo se prodiga en gestos de ternura con enfermos y pobres. No se detiene en los graves problemas de la Iglesia cuando marca el paso para salir en busca de los hombres necesitados, de los creyentes desconcertados y de los católicos conformistas. Muchas veces hemos visto sus gestos que valen más que mil palabras.

Sigue encarnando las palabras de oro de Benedicto XVI «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello, una orientación decisiva», precisamente cuando su predecesor emplea esas palabras al comenzar su encíclica sobre el Amor de Dios, Deus caritas est.

 

Primerear

Antes de que los hombres busquen a Dios es Él quien sale al paso de cada hombre y mujer como si no pudiera existir sin nosotros, y papa Francisco llama la atención con la palabra primerea, es el primero en amar. Por ejemplo, un sacerdote abría su alma al referir una experiencia íntima cuando celebraba la Misa en sufragio por su hermana a la que había cuidado en sus últimos días, y le decía a Jesús en la Consagración desde el corazón: «Hay que ver Señor cómo eres, solo tú sabes lo mucho que la quería», y recibió en su alma, sin palabras «ni te imaginas las ganas que tenía de estar con ella». Así se entiende mejor eso de primerear.

Señalando el relativismo e indiferencia actuales el Papa impulsa de continuo a los discípulos que han encontrado a Jesucristo a ser testigos fiables: «Lo que necesitamos especialmente en estos tiempos, son testigos creíbles que con la vida y también con las palabras hagan visible el Evangelio, despierten la atracción por Jesucristo, por la belleza de Dios».

También repite de modo incansable que quiere una Iglesia en salida con creatividad y audacia, no autorreferencial: «Quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos desprendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de los sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos».

Esta Iglesia apostólica moviliza a todos los bautizados a dar razón de la esperanza cristiana a un mundo desnortado, tarea que se realiza en el quehacer diario de cada uno en las ocupaciones ordinarias, los trabajos como servicio, la familia como esperanza de la sociedad, la amistad como valor humano y gancho divino para arrimar a los hombres a Jesucristo. Los católicos no vamos pidiendo perdón por creer en Jesucristo y en los hombres porque aportamos luz y esperanza siendo buenos cristianos y los mejores ciudadanos, como han sido desde el principio, impulsados por el Espíritu de Jesucristo el Señor de la historia.

 

 

Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico