Tribunas

Notas sobre el pontificado del Papa Francisco (y II)

 

 

José Francisco Serrano Oceja


El Papa Francisco en silla de ruedas.

Notas sobre el pontificado del Papa Francisco (I)

 

 

 

 

La novedad de estos diez años de pontificado del papa Francisco está en la forma del ejercicio del ministerio petrino. Hay que recordar que fue san Juan Pablo II, en  su Encíclia “Redemptoris missio”, entre otros textos, el que apuntaba la oportunidad de buscar nuevas formas de ejercicio del ministerio de Pedro.

Pensemos, por ejemplo, en la insistencia de la sinodalidad como contexto y forma para la práctica de la comunión. O la relación entre el ejercicio del ministerio petrino y la salvaguarda del depósito de la fe en las dinámicas de evolución en la aceptación de las verdades fe y de su potencia comunicativa.

Un ejercicio que hay que entender desde la propuesta marco de este pontificado, la reforma. Una reforma tanto de la vida personal, en la dimensión espiritual, como de la dinámica institucional, incluso de la manera en que el cristiano debe presentarse en el mundo según sus prioridades.

Esta propuesta de reforma la hace una persona que llega al ministerio de Pedro desde los límites del mundo, de las periferias, con una mirada en una perspectiva que entiende que la presencia cristiana de las periferias es condición del futuro de la viabilidad de la fe en la historia.

Lo que aflora también, en razón de su forma de ser, es la dimensión de personalidad del papa Francisco. Una personalidad que está en permanente relación dialéctica, en términos de filosofía retórica no hegeliana, con la idea que él tiene sobre cómo ejercer el ministerio. Quizá lo que ha aflorado en estos años, como nota distintiva respecto a sus predecesores, es la personalidad del Papa sobrepuesta a la función y al ministerio.

Quizá sea algo de esto lo que ha llevado a algún analista internacional a hablar del Papa Francisco y del Papa Bergoglio. Un Papa que coloca la sinodalidad en primer plano y después da la impresión de ejercer la autoridad pontificia como no se había ejercido hacía tiempo.

Un Papa que ha cambiado su criterio en casos como el de la pederastia en Chile y que después es capaz de meter a todo el mundo en una nueva mentalidad frente a lo que son y significan los abusos sexuales y de poder en la Iglesia.

Un Papa mediático, influido por la agenda de los medios –quienes hacen las preguntas en las entrevistas- pero ajeno por otra parte a las dinámicas de los medios. Un genio para la dulzura del Evangelio, para el encuentro personal, para la mirada cruzada con su interlocutor, empático con el sufrimiento humano, y una imagen de implacable decisor con instituciones y personas.

La influencia de su personalidad en el ejercicio del ministerio genera ciertas paradojas, que pueden ser interpretadas por algunos como una debilidad que crea contradicciones.

Contradicciones entre lo que piensa Jorge Mario Bergoglio, lo que dice, lo que piensa el Papa Francisco, lo que dice y lo que hace. Una relación que está en el efecto que ha generado y ha agudizado el trabajo de los medios de comunicación, también como intérpretes, y por otra, de la cantidad nada desdeñable de glosadores y voceros autorizados del pontificado.

Son los intérpretes, de muy diversas procedencias, de muy diversas sensibilidades, con muy variadas intenciones, los que están poniendo en el escenario esas aparentes contradicciones del papado. Las contradicciones no son siempre paradojas que nacen de la propia experiencia del cristianismo en la historia. Interpretaciones de determinados entornos que están prontos a identificar sus agendas con las agendas del Papa, que se remiten a Bergoglio o a Francisco según les convenga.

Me parece claro que la tensión, en y entre los polos, juegan un papel relevante en este pontificado. Una tensión entre doctrina y praxis, entre escucha y decisión, entre deseo y realidad. La tensión que genera el “Armen lío”, o permitir algunos procesos hasta extremos nunca antes sospechados.

De ahí la ambigüedad aparente ante determinadas actuaciones o manifestaciones, por ejemplo doctrinales, con una piedad sincera, o la de abrir la Iglesia a nuevos mundos, o a mundos preteridos, -vulnerabilidades, sectores sociales emergentes- con la imagen de auto-referencialidad de algunos de sus entornos.

Lo decisivo es que el Papa Francisco nos está enseñando a utilizar el tiempo. Es, sin duda un papa que maneja con precisión los tiempos, también los de la reforma. Esta sabiduría en manejar los tiempos es también una invitación a liberar la conciencia cristiana de un negativismo morboso, de la neurastenia que la corroe, del complejo de inferioridad que la paraliza, de una red de equívocos que la asfixia.

A lo que nos está invitando el papa Francisco es a poner el corazón y los ojos en lo esencial del cristianismo, no en una restauración de una civilización que ha decidido el suicidio cultural como método para acabar consigo misma, sino de una Iglesia sine glosa, según el Vaticano II. Una Iglesia en perspectiva personal, una Iglesia del tú a tú, que hable del Evangelio.

 

 

 

José Francisco Serrano Oceja