Tribunas

Pentecostés: la presencia de Dios en la historia

 

 

Ernesto Juliá


Espíritu Santo.

 

 

 

 

 

Somos familia de Dios. Después de la creación, por Dios Padre; de la redención del pecado y de la muerte, por Dios Hijo; Dios Espíritu Santo viene a la tierra para que el Amor de Dios viva en nuestros corazones, y nuestra mente, iluminada por su resplandor, pueda llegar a conocer lo que Cristo nos ha dicho, y ha hecho.

“Os digo la verdad: os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si Yo me voy, os lo enviaré.  Y cuando venga Él, acusará al mundo de pecado, de justicia y de juicio: de pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque me voy y ya no me veréis; de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado”“Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no podéis sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de la Verdad, os guiará hacia toda la verdad, pues no hablará de sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va a venir” (Juan 16, 6-14).

“El Evangelio nos regala una maravillosa imagen para explicarnos la relación entre Jesús, el Espíritu Santo y el Padre: se presenta al Espíritu Santo como el aliento de Jesucristo (Jn 20, 22). San Juan utiliza la historia de la Creación, cuando nos dice que Dios sopla el aliento de vida sobre nuestra nariz. El aliento de Dios es vida. Ahora el Señor nos sopla en el alma el nuevo aliento de vida: el Espíritu Santo, su ser íntimo más propio, introduciéndonos con Él en la familia de Dios. Pertenecemos a Dios. Esto se nos ha dado en el Bautismo y en la Confirmación, y en el sacramento de la Penitencia ocurre una y otra vez: el Señor nos sopla en el alma su aliento de vida. De nuevo, solo podemos rezar: envíanos tu aliento de vida, que el Espíritu Santo respire en nosotros y que salga así también de mí la renovación de la Iglesia” (Benedicto XVI, Munich, 19-V-2002)

Pentecostés no aparece mencionado en ninguno de los trabajos de historiadores, que pretenden señalar los momentos que ellos consideran más importantes en el transcurso de la historia de la humanidad.

Y es lógico. ¿Qué interés puede tener una reunión de un grupo de hombres y mujeres, que apenas pasan de ser algo más de ciento diez personas, en una Jerusalén dominada por las centurias romanas? Y, sin embargo, Pentecostés es el acontecimiento que más huella ha dejado, y seguirá dejando, en la historia de los hombres sobre la tierra.

Con la venida del Espíritu Santo, Dios Uno y Trino entra en toda su plenitud y esplendor, en la historia del hombre, criatura suya.

Ante la persona de Cristo, Dios y hombre verdadero, más de uno ha intentado hacerse con la figura humana y olvidar la divina; han pretendido adaptarlo a la cultura reinante en una época. Se ha hablado del Cristo histórico y del Cristo de la Fe, queriendo separar uno del otro, estudiarlos también por separado, y en definitiva vaciar de sentido al Jesucristo real, Dios y hombre verdadero.

 Con Pentecostés no se pueden hacer estos malabarismos de interpretaciones: se acepta o no se acepta. Si se acepta, se comienza a entender la realidad de la Iglesia, la realidad de la primera evangelización, la realidad de la presencia de la Iglesia en todo el mundo, la realidad de la expansión del cristianismo en todos los Continentes.

Si no se acepta, la historia se vuelve del todo incomprensible, y el hombre pierde miserablemente el tiempo y sus fuerzas tratándo de “inventarse” a sí mismo.

A no pocos historiadores, y con ellos, a no pocos hombres, les cuesta, y no están dispuestos a admitir, la presencia de Dios en la historia. No lo quieren admitir en el origen del mundo, y no saben, por tanto, para que existe este mundo; no lo quieren admitir en la historia de las civilizaciones, de las naciones, de los imperios, y se encuentran la historia convertida sencillamente en una lucha de poderes sin el más mínimo sentido.

 Y si acaso vislumbran el caminar del hombre siglo tras siglo como un camino hacia la libertad, pero no llegan a explicar qué es la libertad, que sentido da a la vida la libertad; y acaban afirmando la propia libertad y negando la de los demás. Ejemplos sobreabundan, y no solamente en el siglo XX.

Pentecostés: Un pequeño grupo de hombres y de mujeres reciben al Espíritu Santo, Dios con nosotros, y cambian ellos y se lanzan a cambiar el mundo. Al lado de los que le escuchan y les siguen, y se bautizan, se habrán encontrado con personas que no les hacen el mínimo caso, que siguen caminando tranquilamente hacia sus negocios. Ellos siguen adelante; llegan a Roma, llegan a toda Europa, llegan al mundo.

Pentecostés. Hecho único en la historia de los hombres. La irrupción del Espíritu Santo, Dios con nosotros, “el amor derramado en el corazón de los hombres”, pasa inadvertido. A nadie se le ocurre pensar la transcendencia de lo que está ocurriendo aquel día en Jerusalén. Dios se hace presente de manera definitiva en la historia de los hombres, y aquí se queda.

Los hombres contaremos o no con Él en el momento de construir un “mundo mejor”, un “futuro”. Cuando no hemos contado con Él, y nos hemos querido quedar solos, hemos cometido las peores injusticias y crímenes los unos contra los otros. Y no me refiero sólo a los campos de concentración y de eliminación masiva en Europa y Asia; pienso también en ese campo de exterminación masiva extendido por todo el mundo que es el aborto.

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com