Tribunas

 

La liturgia

 

 

Ángel Cabrero

 

 

 

 

 

Seguramente hemos pensado a veces en la diversidad de ambientes litúrgicos que existen en nuestras iglesias. Muchas veces hemos comparado, casi sin darnos cuenta, la diferencia de afluencia de fieles entre parroquias. En una podemos ver unos grupitos de ancianos, que van porque viven cerca o porque llevan decenas de años. Ni han estado en otras parroquias para poder comparar ni les interesa, porque están a gusto en su ambiente parroquial.

Hay parroquias abarrotadas de gente los domingos y fiestas de guardar. Y, lo que es más sorprendente, con bastantes fieles en las misas de diario. Hay iglesias donde la gente sabe que puede confesarse. Si en una iglesia normal de barrio se presentan decenas de penitentes, parece bastante lógico que se puedan confesar durante la celebración eucarística. Pero en algunos templos, al estar los confesionarios muy pegados a los bancos de la nave, se entiende que se eviten las confesiones, por no molestar.

Hay circunstancias variopintas por las cuales hay fieles hasta la puerta e incluso fuera. Y, lo que es más sorprendente, una media de edad baja. Da gusto ver tantos jóvenes que van a misa. Y que están muy atentos  durante la homilía, que van a confesarse, que comulgan. Seguramente es eso lo que atrae a otros. Si vas por una casualidad a una iglesia y encuentras un ambiente de recogimiento, una atención llamativa durante la homilía, unas canciones acertadas de jóvenes con guitarra, pues lo más probable es que vuelvas a ese sitio.

Benedicto XVI advirtió en diversas ocasiones sobre la importancia de preparar muy bien la homilía, que no debería durar más de 10 minutos. Podemos encontrar homilías más largas pero que tienen totalmente enganchados a los fieles, pero no es fácil, no es muy normal. Si el celebrante se pasa de los 10 minutos puede fácilmente crear un ambiente de aburrimiento, que se manifiesta en el número de asistentes que miran a su reloj.

En muchas parroquias he visto que existe un reloj en algún lugar de las paredes o columnas de la iglesia, para que lo vea el celebrante, pero no el público. Es un medio acertado, porque para el predicador es muy difícil saber cuánto tiempo lleva, y no sería lógico que anduviera mirando el reloj.

Debería haber algún técnico de la diócesis que hicieran recorridos por parroquias para juzgar lo que ve y dar algún consejo amable al clero de cada lugar, porque uno mismo no se da mucha cuenta, no es nada fácil. Pero si un amigo le dice al sacerdote “oye que tu homilía daba toda la impresión de no estar preparada, parecía que estabas improvisando”, de algo le serviría.

Y si alguien pudiera decirle al párroco “mire, ese coro es bastante malo, desafinan y las voces no están armonizadas”. O “ese coro cantan bien y gritan mucho, pero no transmiten devoción, no llevan a vivir bien la misa…”. Es difícil que se pudiera instituir una figura así, un corrector de liturgias, pero podría ser muy útil.

Me decía una señora joven “cuando quiero confesar, vengo aquí a misa, porque en mi parroquia no hay forma”. Es indudable que es uno de los motivos por los que hay muchos fieles, de todas las edades, que abarrotan ciertas iglesias, porque aprovechan la misa dominical para acceder a otro sacramento tan importante como el de la penitencia. Y quizá llegan un poco antes para confesarse ante de que empiece la misa, pero si se encuentran una cola larga, no dejarán por eso de confesarse, aunque haya empezado la celebración.

Los párrocos procuran hacerlo lo mejor posible, aun cuando la rutina puede hacer que alguien se despiste, pero los fieles también pueden hacer sugerencias, no solo asistiendo, que no es poco.

 

 

Ángel Cabrero Ugarte