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Tribunas

Independentismo, terrorismo, ideas y actos

 

Carola Minguet Civera
Doctora en CC. de la Información.
Responsable de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia.



 

 

 

 

 

 

Pedro Sánchez sentenció hace unos días, en la rueda de prensa a la conclusión del Consejo Europeo extraordinario en Bruselas, lo siguiente: “Como todo el mundo sabe, el independentismo catalán no es terrorismo. No lo es”. La declaración se enmarca en su defensa de la ley de la amnistía -aún en ciernes- y tiene razón en lo que afirma: el independentismo es una idea política, y a los magistrados no les corresponde valorar si están de acuerdo con la misma, como tampoco teorizar sobre si el independentismo es terrorismo o no.

Ahora bien, les compete -es lo que han hecho y deben seguir haciendo- aclarar si algunas personas que están a favor de la escisión de Cataluña han incurrido en determinados delitos para llevarla adelante, pues esto sí se puede calibrar jurídicamente. En este sentido, no cabe confundir a la opinión pública, aunque seas el presidente del Gobierno.

Y es que la clave no está en las ideas, sino en las acciones que se cometen para llevarlas a cabo. Este es el tema. Además, nos interpela a todos en nuestro día a día, más allá de la ley de marras y de su posible oportunismo político, en el que no voy a entrar.

Es decir, la valoración moral de un acto está en el objeto del acto, esto es, en lo que uno elige hacer para conseguir un fin. Así, por ejemplo, un joven puede tener la intención de ser médico, que es una meta vital estupenda. Sin embargo, para alcanzarla puede estudiar mucho, copiar en los exámenes, formarse concienzudamente o falsificar las notas para conseguir el título.

Por lo tanto, su propósito de ser médico se juega en qué va a hacer cada día para actualizar dicha intención. De igual modo, alguien puede querer colaborar para que se logre la independencia de Cataluña respecto de España. Ahora bien, si para alcanzar esa meta se queman neumáticos en la calle, se agrede a policías o se quebranta el Estado de derecho, entra en una conducta delictiva. Y evidentemente ese comportamiento debe ser sancionado.

Pongamos otro ejemplo, ya que se conmemora durante estas semanas el centenario de la muerte de Vladimir Lenin (entiéndase correctamente el hilo argumental: no se trata de comparar independentismo y comunismo, sino de incidir en la relación ineludible entre ideas y actos). Al respecto de las palabras de Pedro Sánchez podríamos decir: “Como todo el mundo sabe, el comunismo no es terrorismo”. Y también resultaría acertada la afirmación. Como idea, no lo es. Si se coge con pinzas, y muy por encima, se trata de una propuesta utópica de felicidad, de bienestar, incluso de paz definitiva para todos. Si se analiza a fondo, encierra una antropología destructiva.

Pero el tema es cómo se lleva a la práctica. Si es a través de una revolución para que una élite gobierne una nación a base de horca, sangre y gulags, no sé si es terrorismo, pero no hay por dónde cogerlo. Dicen algunos que el comunismo tiene más de cien millones de muertos a sus espaldas.

Es decir, al margen de que podríamos discutir la propuesta del comunismo (como también del fascismo, del capitalismo, de tantos ismos que siguen campando por ahí) y de que, además, cabría sospechar ya de sus presupuestos a estas alturas del siglo XXI, insisto, la clave radica en qué se hace para secundar una idea.

Porque ideas en este mundo hay muchas. Algunas son disparatadas, otras no. Hay ideas razonables, algunas se caen por su propio peso, otras iluminan… Y están también, a mi juicio, las más problemáticas, que son aquellas que se presentan bajo el disfraz de la utopía. Porque los falsos profetas son truhanes, mentirosos, tramposos. Pero bueno, ya me estoy yendo del asunto… Lo que está claro es que las ideas se encarnan y que, en cualquier caso, en los hechos nos vemos.