Tribunas
19/03/2024
Paternidad perenne y urgente
Carola Minguet Civera
Doctora en CC. de la Información.
Responsable de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia.
La campaña comercial nos recuerda el día que celebramos, pero la paternidad no se trata de un oportunismo que sale a relucir año tras año. Tampoco cabe plantearse como una reivindicación, aunque, en estos tiempos de polarización, muchos varones ninguneados se sienten arrastrados a ello. Por otro lado, siendo que la figura del padre es maravillosa y da para escribir ensayos en varios tomos, se puede pensar también en la paternidad en un sentido más amplio: como una realidad personal y existencial; como una palabra perenne y dramáticamente urgente.
La paternidad es perenne porque siempre va a existir, dado que no es posible crecer ni subsistir sin este vínculo (tan antiguo como la historia del hombre) se tenga padre biológico o no. Esto se ve claro en la onomástica de hoy. San José no engendra a Jesús, pero es su hijo, se responsabiliza de él; es decir, responde a la vida recibida para responder, a su vez, a la vida que le va a transmitir. Esto es una verdad permanente porque en la vida es necesario que otro se haya ocupado de uno mismo y, a su vez, siempre habrá que sostener, llevar sobre sí, la vida de alguien. Es decir, vivimos porque alguien se ha hecho cargo de nosotros y otros vivirán si se hace lo propio. Así pues, no existe una vida humana plena sin esta relación fundamental.
También es una palabra urgente por la emergencia educativa en la que nos encontramos, que, en tantos casos, se concreta en una orfandad no de padre, sino de paternidad, que no es lo mismo. Así, seguramente habrán escuchado afirmar que estamos en una generación de hijos huérfanos de padres vivos, es decir, en una sociedad donde los niños y jóvenes tienen a sus padres, pero adolecen de una atención educativa, afectiva, de una vigilancia al bien que necesitan.
Es verdad que esta emergencia no es algo inmediato pues viene de lejos, pero el hoy contemporáneo no trasluce una tendencia a aminorar esta falta de paternidad, sino más bien a agravarla, a dejar que aparezcan concreciones nuevas, con pretensiones novedosas, y no sólo relacionadas con la reconfiguración de modelos y estructuras familiares, sino con la puesta en marcha de tendencias pedagógicas surrealistas.
Me comentó el otro día un profesor que unos padres, en una entrevista en el colegio, manifestaron su disconformidad con que su hija de primero de primaria recibiera correcciones, pues, según decían, había que dejarla expresarse libre y completamente. Ciertamente, no corregir es una dejación del ejercicio de la paternidad. Los niños tienen derecho a ser atendidos, cuidados y formados de la mejor manera, fundamentalmente por sus padres, pero también por sus educadores. En correspondencia, unos y otros ostentan el derecho a ser obedecidos y respetados por aquellos. Sin embargo, ¿quién se atreve hoy a ejercer la autoridad que supone la paternidad? Hay una renuncia porque hay una sospecha. Y la consecuencia son tantos adolescentes frustrados, aburridos, neuróticos… que luego serán adultos desnortados y narcisistas, sin una identidad sólida.
Por cierto, el cardenal alemán Paul Josef Cordes, fallecido el pasado 15 de marzo, explica con lucidez esta cuestión en El eclipse del padre, donde analiza cómo el concepto y la realidad del padre parecen desdibujarse en nuestra sociedad con consecuencias que pueden ser desastrosas no sólo para los hijos, sino también para los hombres y las mujeres.
Un segundo nivel argumentativo pediría atender a los rasgos distintivos del varón en su paternidad. Esbozarlos requeriría meterse de lleno en lo políticamente incorrecto (que siempre es un reto justo y apasionante) puesto que ser padre es algo indefectiblemente unido a la naturaleza masculina, tan cuestionada y malherida. No obstante, la pretensión de estas líneas ha sido, sencillamente, recordar en este día que la paternidad se trata de una palabra incesante y necesaria. Una palabra mayúscula.