Tribunas

Belorado no es Port-Royal

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Foto publicada en su cuenta de Instagram
"Te hago la luz" de las clarisas de Belorado.

 

 

 

 

 

De lo sublime a lo ridículo hay un paso. Y cada vez parece que es más corto. Sobre todo si convierte a la Iglesia en protagonista de las páginas de escándalos en los medios.

Tengo la impresión de que las monjas de Belorado han dado ese paso en demasiado poco tiempo.

No poco de lo que leo, veo y oigo estos días coloca, una vez más, lo sagrado en el fiel del peso de la banalización más absoluta. Hay quien se ha empeñado en profanar lo sagrado, donde más presente está Dios, o debe estarlo, más presente quiere estar el demonio, que me dijo un día una persona que había trabajado toda su vida para la Iglesia.

El sentido de la vida consagrada de clausura, esa esencia de forma de vida, como motivo de chanza para comentaristas que lo único que hacen es demostrar su ignorancia, añadiendo además una ironía sobre lo que está pasando en la Iglesia en clave de solfa y retruécano que da grima.

Oigan los primeros minutos de la tertulia de Onda Cero del pasado martes del programa de la mañana.

No hago más que pensar en las monjas jóvenes, las que he visto en las fotos en certámenes gastronómicos de fama, y también en las que conozco, incluso de su Federación.

No en vano, cuando vuelvo a mi paraíso personal, una de las misas de referencia es la de las Clarisas de Villaverde de Pontones.

¡Si hay un episodio de la historia de la Iglesia sobre el que tengo especial curiosidad es Port- Royal. Me aficioné cuando leí “Historia de un otoño” de mi admirado Jiménez Lozano.

Se trata del relato de la arbitrariedad de los poderosos, de su incapacidad para hacerse con las conciencias de las monjas de la abadía de Port-Royal. Claro, estamos hablando del Jansenismo, de Pascal, del anti-jesuitismo y de la soberbia por la que entra el diablo.

La historia de Belorado no tienen nada que ver con Port-Royal. Quizá otras historias de monjas de clausura que conozco pudiera.

El anuncio de la estrambótica ruptura con Roma y la adscripción a una Iglesia que según Luis Santamaría, que sabe mucho de esto, no es Iglesia sino secta, va de otro palo. Un palo en el que, como siempre, se mezclan demasiadas variables, algunas de ellas síntoma de lo que estamos viviendo.

He leído el panfleto, porque no se puede definir de otra forma, denominado “Manifiesto católico”, de sor Isabel de la Trinidad, superiora de Belorado, un texto del que había que preguntarse quién lo ha escrito y no sólo firmado.

Hablando de sor Isabel de la Trinidad, por cierto, me pregunto si por análisis de su biografía no fuera compañera de la Madre Verónica Berzosa…

Una superiora, o como se quiera denominar, que tiene que dejar el cargo y que decide salirse de la obediencia de la Iglesia Católica para adscribirse a una que no voy a calificar por respeto a lo que llevamos entre manos, con una serie de argumentos en el Manifiesto más cercanos al delirio que a la creatividad teológica.

No me creo que esa comunidad, con su capellán que entiendo celebraba misa a diario y estaba atento a la vida espiritual del convento, haya entrado en esta deriva sin que hubieran saltado las alarmas de lo que estaba pasando.

Lo que llevó, según el rápido comunicado de la Archidiócesis de Burgos, a iniciar, prácticamente un mes antes, una investigación después de una conversación entre la Madre Federal y el arzobispo de Burgos.

Cuando escribo estas líneas, sigo echando en falta un comunicado de la Madre Federal, entre otras razones por la responsabilidad en el proceso que le confiere “Cor Orans” como constitución que aplica la “Vultum Dei quarere”.

Y aquí está una de las cuestiones de lo ocurrido que quisiera plantear, la relación entre, digamos, el juego de responsabilidades, Madre Federal, obispos, Roma.

La autonomía de la vida religiosa, y de los monasterios de consagrados, tiene su sentido, también histórico. Sin lugar a dudas. Pero esa autonomía, cuando vienen los problemas, da la impresión que les llega también a los obispos en artículo mortis, es decir, para que le den la unción antes de que expire, sin posibilidad de técnicas preventivas incluso de reanimación.

Y no digamos nada cuando llegan las nuevas a Roma o cuando vuelven de Roma.

Sea lo que sea, lo que no se gana en este movimiento de derivadas es tiempo. Curiosa relación entre el tiempo del mundo, de los medios, y el tiempo de la Iglesia y de los monasterios.

Hay otra cuestión, relacionada con la anterior, que parece estar detrás de este caso, la patrimonial. No somos marxistas y no creemos que la realidad es sólo dialéctica de producción, de contrarios y de contratos.

No es descartable la hipótesis de que esa nueva adscripción somática y cismática de las monjas de Belorado tenga la compensación de un cheque que solvente los problemas derivados por la compra del convento de Orduña. Un millón y algo más de euros se llama la cosa.

Operaciones patrimoniales de conventos que han terminado mal, incluso en los juzgados, conozco algunas, en Castilla y León por ejemplo.

Madres superioras y Obispos que no han dormido algunas noches por avalar determinadas operaciones, las ha habido. Oportunistas que se han aprovechado de monjas, también.

Entiendo que más allá de la anécdota, que no es por desgracia anécdota, habrá alguien que eleve este caso a categoría para sacar las lecciones de un episodio del que me apunto a redactar el guión para una serie de Netflix de varios capítulos.

Ése es el problema, que la Iglesia, la vida consagrada de clausura, el Vaticano, algunos casos con nombre y apellidos, etc. terminan ahora en una ficción audiovisual. La realidad superada por la loca de la casa. Nada nuevo. O sí.

 

 

José Francisco Serrano Oceja