Tribunas

Marcarse un Belorado

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Foto publicada en su cuenta de Instagram
"Te hago la luz" de las clarisas de Belorado.

 

 

 

 

 

No ha habido columnista que se precie que no se haya marcado un Belorado, es decir, un texto sobre el caso de las Monjas de esa localidad en los últimos días.

Hasta “El País“ ha salido este domingo, previsible en la dinámica de la prensa escrita, dando lecciones de historia y recordando a la Abadesa de las Huelgas.

Les ha faltado analizar la tesis doctoral más famosa y seria sobre ese caso desde el punto de vista jurídico. Un asunto que fue de algo más que de jurisdicción, de dialéctica sobre potestad de orden y potestad de jurisdicción, aunque ya sé que es llevar demasiado lejos la cultura periodística.

En esas estamos y vamos a seguir estando, porque este caso no ha terminado, como para que nos preguntemos cuál es el efecto que acaecidos como éste pueden tener en la sociedad, en la audiencia mediática, en lo referido a la imagen de la Iglesia.

En la España del club de la comedia, de frasquito y tachuelo, de la gracia sevillana y del cachondeo, lo que ocurra con los curas y las monjas se adscribe al orden de la indulgencia con penitencia de público escarnio.

De momento, pese a que, como escribe Bárbara Blasco en “El Mundo”, el proceso tiene tantos elementos, y ha pasado por tantos cambios de guión que han hecho evolucionar la trama, que se acabará estudiando en las Escuelas de cine y de series de ficción. La tensión sigue, esperemos el desenlace.

Las monjas tendrán que consumar. No me pregunten qué, prefiero no saberlo. Si no consuman, tendrán que reconocer su desvarío. Después del pecado, también del escándalo, llegará la penitencia.

Quienes sí están siendo investigados a fondo, y toda investigación es poca, son los actores de la impostura episcopal, con ornamentos propios e impropios.

Sus fotos van a hacer que cuando algún obispo, de los de verdad de la Iglesia Católica, aparezca así, produzca rechazo por asociación. Una Iglesia de birretes, manteos, tejas, esclavinas, mitras puntiagudas, puñetas, pectorales con perlas y dorados a destiempo, que tira para atrás en el tiempo.

Sobre su acólito licenciado en la ciencia del Gin Fizz, poco añadir. Tarde o temprano se contará su origen, su entorno, y así se sumará más sufrimiento al caso.

Si ya es difícil explicar de por sí qué pintan las monjas de clausura en una sociedad secularizada, líquida, alérgica al compromiso de por vida, ajena a los ruidos, a la actividad que lo centra todo, una sociedad que busca el vértigo y que no entiende de absolutos en la vida, ahora será un poco más difícil todo.

Decía la espiritualidad clásica que los enemigos del alma eran tres, el mundo, el demonio y la carne. Eran y lo siguen siendo, por cierto. Para los medios de comunicación, fractales del presente, los amigos de su alma son el poder, el dinero y el sexo. Piensan que el poder, el dinero y el sexo lo mueven todo y con ellos lo interpretan todo.

El caso de Belorado, lo que dicen será el cisma de Belorado o el Palmar de Belorado, hasta ahora una drama con tintes de vodevil, se ha movido en torno al poder y al dinero.

El poder amenazado de la superiora, el dinero del patrimonio, que no es dinero de caja, que también vienen por ahí los problemas.

Lo que nos faltaba es que apareciera el sexo. Aunque si escarbamos en los espectros y en los figurantes del requiebro quizá nos llevemos una sorpresa.

La cuestión del poder está relacionada con la forma actual del ejercicio de la autoridad, si es que la hubiere. La del dinero, con la gestión de la decadencia, como horizonte de experiencia del día a día. Y el sexo, que ya se sabe lo que pide la humana naturaleza caída.

Sobre todo, ante la pérdida de contención, la ausencia de unidad, que no uniformidad, y de criterio, eso de que todo vale y que no hay límites, ni ya saltan las alarmas, y que los que tiene que vigilar, no pocas veces, están desbordados.

Llegarán quienes digan que esto ocurre porque las monjas están encartadas en la tradición, en el pasado, y que hay que hacer de la Iglesia un talk show con música más moderna.

Más madera, que diría el clásico. Tengo que pensar en qué momento comenzaron los escándalos de serie en la Iglesia de nuestro tiempo.

Esos acontecimientos que hacen que la Iglesia pase en los periódicos de las páginas de información, como institución de referencia, a las páginas de la prensa rosa, sensacionalista, incluso de sucesos, referidos a los poderosos caballeros.

Quizá tenga que desempolvar las paginas de Gescartera, pasando por las de las inmatriculaciones, la pederastia, los obispos que se casaron, los que quieren quedarse con lo que no es suyo, los que montan nuevas inquisiciones, los curas que salieron del armario, los seminaristas que se preparan para el vicio o las monjas que se rebelaron.

En fin, lo humano que ya no nos sorprende por alucinante que sea.  Cada vez más, sabemos del lado humano de la Iglesia, de su vertiente de componente terrenal.

Esperemos no dejar de saber de lo que procede de Dios, de Cristo, de lo sobrenatural, de lo que da plenitud, de lo eterno.

Y si a alguien se le ocurre hacer una serie de Netflix, por favor, que llame a Sorrentino.

 

 

José Francisco Serrano Oceja