Tribunas
22/08/2024
Sobre las tensiones en la Iglesia
José Francisco Serrano Oceja
Católicos rezan ante la Basílica de Nuestra Señora de Sheshan en Shanghai.
El tiempo de verano permite leer lo que uno no ha leído en invierno. Por eso de que ahora estoy en Tierra de Campos, voy a referirme a lo que el que fuera arzobispo de esta tierra, monseñor José Delicado Baeza, escribiera en el libro que coordinó Joaquín Ruíz Giménez en homenaje al cardenal Tarancón.
Señala don José, de entrañable recuerdo, a propósito de las tensiones en la Conferencia Episcopal, que “las diferencias, a veces “tensas” se dieron entre los mismos apóstoles de primera hora, por ejemplo, entre Pablo y Bernabé En Jesuralén, junto al colegio apostólico hay otra “jerarquía”, la del grupo de los ancianos que parece prolongar la estructura de las asambleas judías. Las dos instancias concurrirán con sus respectivas autoridades al “Concilio de Jerusalén””.
Don José habla de las dos instancias, una más tradicional y otra más aperturista, que se hicieron evidentes en el Concilio Vaticano II, y añade que “cuando se trata de aplicaciones prácticas, por temperamento, formación o situación existencial y social, son, por humanas, inevitables”.
Otra de las características del desarrollo de las reuniones plenarias es la de la libertad para decir las cosas con confianza. “Pero -añade el que fue arzobispo de Valladolid- no se trata de luchar para obtener más poder e influencia; el Evangelio nos dice que no es ése el camino, sino el del servicio; y nos habla de la comunión, incluso como signo de la presencia del Señor en la empresa apostólica. No se trata de justificar con ella la infidelidad, sino de buscar una fidelidad que, en la caridad, se ha de armonizar con la fraternidad”.
Afirma que si en el juego político de la comunidad civil se busca el poder, que implica que cuando gana una mayoría impone sus criterios a una minoría, en la Iglesia no ocurre así. Y sobre las votaciones, apunta que “no hay otro modo de averiguar los grados de consenso en un punto determinado. A veces, para que el consenso sea más unánime, se liman expresiones”.
Las tensiones eclesiales fueron abordadas por el teólogo Romano Guardini en su filosofía del contraste, lo que se ha entendido en el catolicismo como la dinámica de la “coincidentia oppositorum”.
Para Guardini “todo vivir humano tanto en su globalidad como en sus aspectos particulares, cualquiera que sea su contenido cualitativo más preciso y cualesquiera que sean sus funciones particulares, está estructurado en base a la oposición para estar vivo”.
Esto quiere decir que “el fenómeno de la oposición es un rasgo fundamental de la vida humana. Cualquiera que sea el fenómeno del que se trate, anatómico, fisiológico o emocional, intelectual o volitivo, individual o social, el hecho de la oposición es la forma con la que se da el fenómeno, es la forma estructural y operativa de la vida”.
¿Cómo aplicar esta teoría a la vida de la Iglesia? ¿Y a su historia? Es Romano Guardini, quien propugnó que después de la II Guerra Mundial la Iglesia había despertado en las almas en Europa, el que señala que “una larga fatiga reflexiva sobre la estructura (ontológica) de la vida me había enseñado que toda la realidad del hombre subsiste según ciertas estructuras tipológicas y en base a ellas puede ser clasificada. Pero esto no ocurre con la Iglesia cuando no se la delimita en sentido histórico o sociológico u otro. Es verdad que en ella se encuentran tipos del ser humano de toda clase, pero no se puede resolver en ninguno de ellos. Siempre ha existido el peligro de que uno u otro de ellos se hiciera cargo de la Iglesia y la absorbiera en sí mismo; la historia de las herejías narra la serie de tales fenómenos. Pero nunca han podido dominar la Iglesia en su núcleo íntimo. Solo algunas veces han podido reducirla o empobrecerla, pero quien conoce la verdad de su historia sabe que su esencia siempre ha permanecido completa y una. Esto quiere decir que en ella hay algo que está por encima de todas las estructuras y oposiciones. No se resuelve en ninguna estructura, sino que las abarca a todas”.
José Francisco Serrano Oceja