Tribunas

Esperanza sin victimismo

 

Jesús Ortiz


Imagen de la Esperanza, con el símbolo del ancla,
obra de Jacques du Broeucq.

 

 

 

 

 

Cada día nos llegan noticias sobre problemas nuevos o habituales que reclaman más sensibilidad con los que sufren. Por ejemplo, la llegada diaria de nuevos inmigrantes desde África ocupa la primera plana y moviliza recursos, aunque insuficientes para acoger a estos jóvenes que huyen desesperados de la pobreza o de las guerras.

 

Victimismo woke

Las víctimas sufren daño por culpa ajena o por alguna causa fortuita, y esto golpea nuestra conciencia y las respuestas de nuestra sociedad del bienestar. Hay muchas acciones eficaces por parte de organismos nacionales e internacionales, y sobre todo de personas generosas o de asociaciones de voluntarios. También se ha convertido en un debate político algunas veces manipulado.

Hablamos del victimismo cuando se utiliza en la política o en espacios más amplios como hace la llamada ideología woke que viene empapando la sociedad desde hace varias décadas. Se apoyan en situaciones indignas de personas y grupos que sufren injustamente, y sobre esa base se extiende como una denuncia habitual señalando problemas y configurando una posición en la vida. Tantas veces subyace una acusación a los demás pero sin ofrecer verdaderas soluciones a los problemas, remedios reales para las víctimas, o esperanza para una sociedad perpleja.

Los ataques a estatuas de personajes históricos como Colón, Junípero Serra, Churchill y hasta M.Tatcher manifiestan bastante ignorancia y una manifestación de rencor, poco racional y nada respetuoso, con la propia historia de cada país. México, California, Canadá, Perú, Reino Unido -y naturalmente la querida España- que distraen a la población con ese revisionismo histórico que pretende reescribir la historia. Reformar algunos museos es otra expresión de la ideología woke que señala culpables de supuestos robos.

 

Levantar en vez de derribar

El Premio Nobel Vargas Llosa ha manifestado varias veces que «gracias a la llegada de los españoles, Ámérica Latina pasó a formar parte de la cultura occidental y a ser heredera de Grecia, Roma, el Renacimiento y el Siglo de Oro». Y el profesor Ayllón ha publicado una interesante obra titulada «Breve historia de Occidente» que reconoce los orígenes de nuestra civilización occidental, de la trabajosa historia de las ideas, el respeto a la persona, la difícil conquista de las libertades, y el sentido cristiano de la vida que pide el reconocimiento de los hombres como hijos de Dios en Jesucristo. En realidad, unos tratar de desmontar nuestra historia, nuestra cultura, nuestro estilo de vida occidental, y en cambio otros tratan de aprender del pasado, rectificando errores y pecados. Mejor alentar el sentido responsable de la libertad, la misión de trabajar con un horizonte de servicio, de virtud, y de trascendencia. Mejor ofrecer esperanza sólida a una sociedad perpleja y con pocos asideros firmes.

La denuncia es comprensible y aun necesaria pero hay que ofrecer soluciones, trabajarlas y aprender las lecciones de la historia que nos ha llevado a la libertad. La afirmación del valor trascendente de la persona humana es la primera base para defender la dignidad, la libertad y los derechos humanos. Para ello es preciso reconocer las verdades objetivas y universales sobre el ser humano, el sentido de la sociedad, los valores pre jurídicos y la existencia de leyes inmutables de la naturaleza humana. Sin embargo las ideologías dominantes en la actualidad vienen rechazando estos principios, en realidad la existencia de principios, en aras de la subjetividad.

Más que señalar tendremos que levantar, más que deconstruir, tendremos que construir, más que desarrollar victimismos tendremos que acoger a las víctimas o sufrientes, más que abrumar tendremos que sembrar esperanzas y esperanza en la civilización occidental, tan denostada por la ideología woke pero tan buscada por los desesperados del tercer, cuarto o quinto mundo.

La iconoclastia y el talibanismo son tentaciones frecuentes en la historia de los pueblos, de los poderosos, de los revolucionarios que todo lo arreglan con violencia. La civilización es superar esas tendencias primitivas y asumir el pasado, aprender de la historia y proyectar el futuro con esperanza. «De la venus de Willendorf a las cabezas de Jaume Plensa, pasando por los guerreros de Xian, el Laocoonte y sus hijos, los Budas de Bamiyán, la Piedad de Miguel Ángel o el Pensador de Rodin», ha escrito Lorenzo Clemente, son conquistas personales que van tejiendo la historia y nadie tiene derecho a borrarlas.

 

El bien que supera al mal

Para muchos la existencia del mal representa el gran problema para admitir a Dios y su Providencia en el mundo. Se trata de un problema vital antes que intelectual debido a veces a experiencias duras y a una idea errónea de Dios. En cambio, son mayoría quienes creen en Dios a pesar de los males abundantes en el mundo cuando se acercan a las causas que los generan, con convicción personal y tradición de fe.

Un ejemplo válido lo encuentro en la experiencia de tantos hombres y mujeres que han pasado por los estadios de víctimas y han luchado con esperanza por un ideal a la medida de la dignidad, por buscar la verdad, por hacer el bien y no sólo huir del mal, de la guerra, del fanatismo, de odio. Por ejemplo el hombre llamado Gaétan que hoy es un sacerdote católico que cumple su misión evangelizadora.

Gaétan ha tenido una vida apasionante camino del sacerdocio en medio de grandes sufrimientos. Tuvo que huir de su Ruanda natal a causa de la guerra tribal, y comienzo el periplo por varios países como refugiado, especialmente en la República del Congo (antes Zaire) y en la República Centroafricana siendo un milagro que haya sobrevivido.

Da testimonio de que el sufrimiento no es enemigo de la fe sino más al contrario: quien ha perdido la fe puede revisar el significado de su sufrimiento como una oportunidad de encontrarse con Dios. «Ningún pasaje del Evangelio -señala- promete el paraíso en la tierra. Y considera que la pregunta que deberíamos hacernos es ¿por qué el hombre maltrata a sus semejantes? En el caso del genocidio de Ruanda, cada machete que cortaba un cuello lo sujetaba la mano de una persona concreta».

Los años transcurridos en el exilio y después de formación lejos de hacerle amargo y pesimista le enseñaron a poner su esperanza en Dios y en los buenos samaritanos: «Había comprendido que el hombre es, siempre y en todas partes, igual: capaz de hacer el bien y el mal, capaz de amar y de odiar, capaz de apostar por la vida o por muerte. Lo que a mí me interesaba eran el bien, el amor y la vida, y eso se pueden encontrar en cualquier lugar».

El papa Francisco daba las gracias en una audiencia reciente a las personas que se esfuerzan por atender a los migrantes. : «quisiera concluir reconociendo y alabando los esfuerzos de tantos buenos samaritanos, que hacen todo lo posible por rescatar y salvar a los migrantes heridos y abandonados en las rutas de la esperanza desesperada, en los cinco continentes. Estos hombres y mujeres valientes son signo de una humanidad que no se deja contagiar por la malvada cultura de la indiferencia y el descarte: lo que mata a los migrantes es nuestra indiferencia y esa actitud de descartar».

 

 

Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico