Tribunas

Abrir el oído, la mirada, la cabeza

 

Carola Minguet Civera
Doctora en CC. de la Información.
Responsable de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia.



 

 

 

 

 

 

 

Ante la noticia difundida por algunos medios de comunicación sobre la denuncia hacia un profesor de un colegio valenciano por realizar “prácticas similares” a las terapias de conversión sexual, y recogerlas en un libro escrito por él, una actitud razonable y prudente es no pronunciarse para no provocar la continuación de una información que no se ha verificado. Responder es entrar en la rueda. Es agrandar. Ahora bien, detrás de este asunto hay varias cuestiones que son motivo de preocupación, de ahí las líneas que siguen, aunque una tribuna apenas alcanza para esbozar pinceladas.

Lo primero que provoca desazón son los derroteros que está tomando el periodismo. Una razón de ello es que parece un ataque dirigido ideológicamente, en la medida en que la información ha sido publicada en vísperas del comienzo del curso académico, quizás para desencadenar un terremoto. No obstante, noticias así no tienen en cuenta el daño que puede ocasionarse al ambiente familiar que es un colegio y que vive al margen de estas estrategias y artificios. Se obvia a las víctimas colaterales: el maestro (en una situación de desamparo, porque no es lo mismo tener un altavoz público que no contar con medios para defenderse), la comunidad educativa, los alumnos, los padres… empujados a la ansiedad, la duda, el miedo.

Por otro lado, los redactores que se han hecho eco de la supuesta acusación no exponen con claridad los datos, de modo que no es posible alcanzar a entender qué ha sucedido, cómo, cuándo. Sin embargo, ha quedado escrito el nombre del docente, lo cual, además de ser un riesgo desde el punto de vista periodístico, se salta los derechos a la presunción de inocencia y al honor. Esto es una falta deontológica y también una negligencia, en la medida en que el rigor no es un consejo ético, sino un imperativo profesional. Las informaciones piden ser cotejadas, investigadas, contrastadas para buscar la verdad. Sin este camino, se pierde el foco (el lector) y se degenera la profesión.

Un segundo motivo de malestar es que portavoces de Compromís han declarado que alguien así no puede trabajar en la educación. ¿Puede una formación política arrogarse la decisión sobre quiénes deben estar o no en el mundo educativo? En este sentido, la noticia invita a detenerse en la reflexión sobre la libertad de educación, que no sólo es un derecho, sino un patrimonio humano que en España ha sido instrumentalizado, incluso usurpado, con finalidades ideológicas.

Si nos centramos en las alusiones al libro, es evidente que, cuando una frase se saca de contexto, se sirve para la desfiguración y las interpretaciones erróneas. Ahora bien, el tema va más allá de la facilidad a la hora de distorsionar. Denota un problema de raíz, y es que cada vez es más común censurar a quienes no piensan igual. Una práctica peligrosa y ciertamente paradójica en una sociedad que preconiza la democracia. Este profesor recoge en esas páginas argumentos. Estamos hablando de ideas, de razones. ¿Qué premisas tienen sus detractores para quemarlo en la hoguera? ¿Y para arrastrar -también con nombres y apellidos- a quienes han colaborado o presentado su trabajo? Huele a inquisitorial. Quien no piensa igual es homófobo, se dice. Se le etiqueta. Y las etiquetas dificultan, incluso pueden llegar a impedir leer, escuchar y, por tanto, pensar.

Es lo que está pasando con la educación afectiva y en tantos otros temas. Convendría, por tanto, responder con argumentos a los razonamientos. Y hacerlo sin aspavientos. Ahora bien, para ello es necesario primero abrir el oído, la mirada, la cabeza (especialmente los políticos, pues tienen la sartén legislativa por el mango) en lugar de dejarse llevar por un vaivén intimidatorio de inspecciones y denuncias interesadas. Quizás entonces pueda entablarse la deseable dinámica del diálogo, que nada tiene que ver con el intercambio de acusaciones. Dialogar entraña presentar los propios planteamientos sin manipular, así como contestar la postura del otro tras haber hecho el ejercicio previo de intentar comprenderla.

Ojalá se facilitara este encuentro… y, si no, resta pertrecharse para la caza de brujas, sortear como se pueda el autoritarismo woke o como quiera denominarse en sus distintas versiones. Sobre todo, porque empieza a ser el pan de cada día en nuestra sociedad (un retroceso paradójico y verdaderamente sorprendente).

Finalmente, conviene también tener una visión trascendente de la historia y aceptar que la Iglesia católica está en el punto de mira. No resulta difícil reconocer en esta asechanza (como en otras anteriormente y en muchas que vendrán) al león rugiente que anda buscando a quién devorar. El combate va más allá de este caso coyuntural. No es nuevo. Estaba anunciado. Y no hay que tener miedo. Al final, ¿qué es más importante? ¿La verdad o la vida?