Tribunas

La propuesta de Selectividad del PP

 

Carola Minguet Civera
Doctora en CC. de la Información.
Responsable de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia.


Selectividad.

 

 

 

 

 

 

 

El Partido Popular ha dado otro paso en la propuesta de un examen de Selectividad común en las autonomías en las que gobierna y quiere armonizar los contenidos evaluables en todas las materias troncales. Si se aprueba el borrador, en la asignatura Historia de España los estudiantes tendrán que reconocer las etapas cronológicas desde la prehistoria a la actualidad y, en el abordaje del siglo XX, conocer los actos terroristas de ETA, GRAPO o el atentado del 11-M en Madrid, entre otras sugerencias.

En principio, no está mal que, de cara a un sistema universitario con una cierta homogeneidad, se garantice la adquisición común de contenidos en las asignaturas. En el caso de Historia de España, además, resulta extraño que, hasta la fecha, haya regiones que abarcan desde la prehistoria hasta la Transición, otras que comienzan en la Guerra de la Independencia y algunas que únicamente se examinan del siglo XIX o el XX. Respecto a los nuevos temas, conviene analizar el terrorismo sin blanqueamientos. El terrorismo no es un conflicto político: es terrorismo. Y así deben entenderlo los jóvenes.

No obstante, el temario tiene un valor relativo. El profesor, aunque imparta las lecciones, otorgará a cada tema la importancia que considere: puede hacer una alusión de unos minutos, pensar que ya ha sido justo con determinado periodo y recrearse en otros. Hecha la ley, hecha la trampa. Más problemática resulta la pregunta acerca de qué historia ha de enseñarse: ¿La versión liberal? ¿La nacionalista? ¿La que marca la ley de memoria democrática? Pretender una unidad curricular, cuando no se da en el enfoque, es empezar la casa por el tejado.

La cuestión entonces es por qué no hay una unificación en el relato. Un motivo es que los acontecimientos no se pueden exponer sin interpretación. Es algo natural, de hecho, la historia lo tiene en común con todas las ciencias humanas, que hacen propuestas de conocimiento desde una perspectiva particular entre otras: de ahí que haya escuelas filosóficas, psicológicas, pedagógicas, sociológicas... En esta disciplina, no obstante, esto no es tan evidente, ya que no solemos ser conscientes de que no consiste en una narración desnuda, sino que cualquier crónica subraya unas ideas y acontecimientos y resta importancia a otros. Cabría plantear entonces al alumno las distintas corrientes historiográficas o advertirle, al menos, de la que se le ofrece y, por supuesto, intentar que no sólo conozca los hechos, sino que adquiera unos mínimos rudimentos para analizarlos y despertar su capacidad crítica, su mirada.

Otra razón es que tantas veces el enfoque dispar se debe a una intención ideológica, y, por tanto, los sucesos se presentan sesgados o manipulados, de ahí que sea peligroso que el poder político meta la mano en esta asignatura.

Ambas circunstancias se dan en nuestro país. Sin embargo, hay otra causa de fondo para contestar a esta pregunta, que se sitúa en otro orden de las cosas, y es que estamos disgregados. Por ello, se debería tratar de alcanzar una narración a salvo, al menos, de intereses partidistas. Una narración robusta que apele a la unidad reconociendo las diferencias. Y no por un ánimo buenista, sino para tratar de digerir la siguiente y complejísima paradoja: no hay una historia de España, sino una historia de las Españas que es, a su vez, la historia de España.

Es verdad que hoy en día algunas regiones son un problema porque hay un propósito disgregador, de federalización del Estado, y ciertos políticos lo han armado falseando la historiografía con la ideología (si se leen las arengas supremacistas de Sabino Arana es para ponerse a temblar; la versión oficial del nacionalismo catalán es una fábula fantasiosa). No obstante, las autonomías tienen algo de verdadero. España no ha nacido como una nación unitaria tal y como la entiende el liberalismo. No ha sido históricamente así. Cada reino ha tenido tradicionalmente su propia idiosincrasia, eso sí, enmarcada en un proyecto común donde se salvaba la unidad. Y el ethos, digamos, que lo ha amalgamado ha sido la cristiandad.

De un tiempo a esta parte hay comunidades que han hecho una deformación, un abuso, una degradación de esa justa reclamación autonomista con la deriva nacionalista, pero de ahí a negarla hay un trecho. Cada reino ha tenido sus privilegios, sus leyes, su corte, su manera de funcionar. Hasta la moneda era diferente. Ahora bien, se pueden unificar cosas, claro que sí; eso es progreso y es bueno. Tiene sentido que todos midamos con metros y pesemos con kilos. Y esto no sólo por un criterio pragmático, sino de fondo: que la unión hace la fuerza es verdad a nivel teológico y a nivel psicológico. Somos más fuertes cuando estamos unidos los unos a los otros.

Está claro que el tema es complicadísimo y tiene muchas aristas, pero bueno, es lo que me ha venido a la cabeza al leer esta propuesta legislativa: se debe apuntar a algo más. Como la única verdad indudable sobre el hombre y su historia es la revelada, no la cronística, este algo más podría ser una memoria honesta, veraz, sobre España, sin soslayar datos que resulten incómodos a la propia versión, entre otras condiciones. Con todo, siendo que ahora ya no hay cristiandad, aunque sí cristianos, ¿qué ethos nos unirá en estos tiempos?