Tribunas

Hay mucha gente buena (¿excepto en política?)

 

 

Antonio-Carlos Pereira Menaut


Dana en Valencia. ©A. Sáiz.
Delegación M.C.S. Arzobispado Valencia.

 

 

 

 

 

Las inundaciones de Valencia han puesto de manifiesto, otra vez más, cuánta gente buena hay por el mundo. Ya se vio, hace años, con el desastre del "Prestige" y el terrible descarrilamiento de Angrois. La gente es imperfecta, llena de defectos y carencias pero lo que se dice mala, no es. Con sólo abrir los ojos vemos estos días en Paiporta miles de personas de lo más corriente dando a los gobernantes una lección. El ejército no llega, las instituciones públicas fallan pero la gente es buena. ¿Será, entonces, que estamos en una sociedad mala de gente buena?

Ahora bien, si las personas son buenas, ¿cómo puede la sociedad ser «mala»? Difícil cuestión, pero nadie negará que, si no mala, al menos está muy desnortada; es la "sociedad del delirio", así que, aunque parezca un acertijo, el conjunto social español sería peor que su gente.

Tomando distancia para tener visión de conjunto, parecería como si tanta ley, tanta corrección política, el estado, la UE, así como la "digitocracia", los mass media y el capitalismo financiero global, todo sumado, formara como un tapón que, con la tremenda riada, salta por los aires. La gente, entonces, reacciona como les brota. Sin manual de instrucciones, guiones, protocolos ni "la ley es la ley y es para cumplirla", el resultado ha sido que el hombre valenciano no es un lobo para el hombre.

Por otro lado, ante cualquier episodio de la historia interminable de las quejas por los políticos españoles, vemos que no pocos opinadores nos dicen: "Cada pueblo tiene el gobierno que se merece; los políticos no caen del cielo como la lluvia; proceden de la gente". De ser así, ¿cómo se explica tal contradicción? Se explica porque en realidad falla la premisa mayor: los políticos no proceden de la gente; proceden de los partidos y del sistema electoral.

España es una partitocracia, o, si se prefiere, un Estado de Partidos, donde en la práctica el ciudadano da un cheque en blanco a una lista bloqueada o bien a otra lista igual de bloqueada. Los partidos son las escuelas de formación de los políticos en todas partes; en España, un punto más porque la educación, la formación del carácter y la experiencia de la vida están bajo mínimos.

He visto docenas de estudiantes ilusionados entrar en las secciones juveniles de los partidos. Pero tras veinte años de trabajar no demasiado y disfrutar de unos ingresos que dependían de su obediencia a los jefes, aquellos chicos y chicas son otros. Muchos no han ejercido una profesión, se habitúan a vivir de la política como si vivieran en una burbuja; no saben hacer otra cosa e no saben lo que es pasar un serio fin de mes con una familia detrás. Tras veinte años, poco tienen en común con las personas corrientes.

Como decía aquel grupo musical antediluviano que quizá algún anciano recuerde, Viva la Gente.