Tribunas

Enemigos de la Cruz

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Conferencia de José Ignacio Munilla, obispo de Orihuela-Alicante,
en la segunda jornada del 26 Congreso Católicos y Vida Pública.
Modera José Francisco Serrano.

 

 

 

 

 

 

Estuve este fin de semana en el 26º Congreso Católicos y Vida Pública. Un Congreso que, diríamos, ha simplificado este año su dinámica con una decisión por la linealidad, que ha funcionado.

Es decir, una conferencia marco y una mesa redonda, una conferencia marco y una mesa redonda, y así, con lo que también ha concentrado a los asistentes en los actos.

Se ha hecho una consciente apuesta por los jóvenes. Se podría decir que no pocos de los actos están diseñados para ese público, aunque no excluyan a otro tipo de público. Discriminar por razón de edad aquí no tiene sentido, la vejez es juventud acumulada.

Al margen de varias intervenciones de primera categoría, destaco en primer lugar una, la de la escritora y periodista Ana Iris Simón, articulista de El País, autora de “Feria”.

Se ha convertido en la católica oficial sin nada oficial y oficiosa sin oficiosidad. Habla con una frescura atractiva, con ideas claras, de lo que significa el testimonio cristiano, me atrevería a decir, humano.

Sin dicotomías, sabedora de que hay prioridades, como la de hablar de la vida, que son exigencia ineludible para una conciencia mínima crítica consigo misma y con el mundo.

Pero tengo que confesar que la gran conferencia de este Congreso fue la del obispo de Orihuela-Alicante, monseñor José Ignacio Munilla.

No solía ser costumbre de este Congreso tener a obispos como ponentes, exceptuadas ocasiones relevantes. Sí se hacía en los actos de las denominadas Presentaciones del Congreso.

En este caso, monseñor Munilla, con un género a mitad de camino entre la conferencia apostólica, la meditación de Ejercicios, la conversación radiofónica, centró el Congreso, y, diría yo, lo que necesita el catolicismo hoy, lo esencial.

Es decir, habló de la escuela de la Cruz, de la sabiduría de la Cruz, de la experiencia de la Cruz y de todo lo que se ha convertido, en nosotros, por nosotros, incluso en la Iglesia, en enemigo de la Cruz de Cristo.

Una Conferencia cargada de titulares, que harían la delicia de quienes están prestos a utilizar los titulares como armas arrojadizas.

De entre los que ofreció desataco ese que dijo que “en el nombre del espíritu evangélico, en no pocas ocasiones se ha hecho del cristianismo una mímesis de los valores del mundo”, o aquel en el que señaló que a veces Cristo parecía más un moderador del pluralismo que un maestro de la verdad o el que glosó lo que, en su día, afirmara san Juan Pablo II: “Si no hubiese existido la agonía de Cristo, la verdad de que Dios es amor estaría aún por demostrar”.

En la web del Congreso, previa inscripción, están los vídeos que, seguro, les servirán para tomar la temperatura a la necesaria respuesta del testimonio de la propuesta cristiana, al testimonio de la verdad.

Una de las conclusiones más claras que saqué del Congreso es que hay una nueva generación que habla con nuevos lenguajes, con nuevas expresiones, que demanda la verdad íntegra de la fe y no los sucedáneos de corte humanista.

Y que denota cierta saturación, incluso cierto cansancio, respecto a las seducciones de este mundo, principalmente las que están cegando la verdad. Este Congreso se ha convertido en una llamada de atención sobre qué estamos haciendo con la propuesta cristiana. ¿Quo vadis? Al encuentro con la verdad siempre.

 

 

José Francisco Serrano Oceja