Tribunas

Luz y calor de la Navidad

 

 

Ernesto Juliá


Nacimiento.

 

 

 

 

 

Quizá durante los días en torno a la Nochebuena nos invade la nostalgia, porque nos gustaría vivir estos momentos con todos los seres queridos, con esa galería de familiares, amigos, conocidos por quienes alguna vez ha palpitado nuestro corazón a un ritmo distinto; con todos esos seres humanos que son la memoria viviente, en la tierra o en el cielo, de nuestros amores. Y el amar tiene algo de divino.

La Navidad vuelve siempre, sin irse nunca y sin haber dejado de estar presente a lo largo del año. Ni las penas ni las alegrías, ni las comidas ni las bebidas, ni las fiestas ni los viajes, ni la guerra ni la paz conseguirán enterrarla. Las tres figuras silenciosas de nuestros belenes, en medio de un restaurante de moda como en el cobijo de un campo de refugiados de África, de Asia, de América, de Europa, continúan invitándonos a estar con ellas.

La mujer nos muestra a su Niño singular:

 

"Y el que tenía sólo Padre,
ya también Madre tenía,
aunque no como cualquiera
que de varón concebía;
que de las entrañas de ella
Él Su carne recibía:
por lo cual Hijo de Dios
y del hombre se decía"

(San Juan de la Cruz).

 

Como ante cualquier recién nacido, como en cualquier familia de cualquier recién nacido, el Niño, la mujer y el hombre esperan quizá que perdamos el pudor y la vergüenza, y consigamos, aunque sea sólo, una vez y en silencio, musitar en el fondo del alma las letrillas de Lope de Vega para darles la bienvenida:

 

"Norabuena vengáis al mundo,
niño de perlas;
que sin vuestra vista
no hay hora buena".

 

El hombre permanece en silencio, y contempla; que tiene que abrir su alma, su espíritu, y sus ojos se han de hacer a la nueva visión: "Florecido azahar luce el Patriarca/ detrás de una faena de alegría:/ no osa tocar al Niño, en su comarca/ sus manos eran de carpinterías" (M.A. Asturias).

De alguna manera, la Nochebuena, la Navidad irrumpe en nuestra vida por caminos siempre nuevos, imprevisibles. Ningún horóscopo lo ha predicho; ningún soñador lo ha vislumbrado; ningún informe al Senado Romano, a la Corte Egipcia, al gobierno de Asiria hablaba de este Niño. Nadie esperaba aquel nacimiento en un establo de las afueras de Belén; y llegó, escondido, en silencio, con el sencillo acompañamiento de unos Ángeles, de una estrella, de un puñado de heno y, en un rincón, un buey y una mula.

En un instante la naturaleza se calmó, los volcanes enmudecieron, los frentes de guerra pactaron una tregua sin palabras ni gestos. "Hoy brillará la luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor". Es el gran anuncio que conmueve en este día a los cristianos y que, a través de ellos, se dirige a la Humanidad entera. Dios está aquí. Esa verdad debe llenar nuestras vidas: cada Navidad ha de ser para nosotros un nuevo especial encuentro con Dios, dejando que su luz y su gracia entren hasta el fondo de nuestra alma” (San Josemaría Escrivá).

 

"Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno:
qué glorioso que está el heno,
porque ha caído sobre él!"

(Luis de Góngora).

 

Hombres y mujeres, creyentes y no creyentes se acercarán, en el silencio del espíritu, a este misterio del Hijo de Dios hecho hombre, quizá con el amoroso temblor de siglos que movió a los pastores y a los reyes magos hasta Belén.

Mirando al Niño, a su Madre y a José encendemos unas minúsculas bombillas, mientras los Ángeles sostienen el heno; y la estrella da luz y calor.

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com