Tribunas
23/12/2024
Tribulaciones de un capellán universitario madrileño
José Francisco Serrano Oceja
Juan Carlos Guirao Gomariz.
Capellán de Filología y Filosofía UCM.
Si no lo hubiera leído ya en varios medios, probablemente no hubiera entrado en liza con esta historia. No es que no me quiera quedar atrás, como se dice en la jerga periodística. Simplemente me gustaría aportar alguna idea, dado que lo que ha pasado nos sirve para esta necesaria conversación pública que es siempre el periodismo.
Se trata de lo que le ha ocurrido a don Juan Carlos Guirao, capellán de las Facultades de Filosofía y Filología de la Universidad Complutense.
El pasado 25 de junio, en el Consejo de Gobierno de esa querida Universidad, un decano, de cuyo nombre no me quiero acordar, arremetió contra este capellán por una serie de correos personales que el capellán envía a una lista de distribución oficial de la Universidad con los que comparte sus ideas a propósito de variados temas de interés.
El vídeo está en Internet. No tiene desperdicio.
Curioso este decano planteando esta cuestión en el órgano de Gobierno de la Universidad, sin haber tenido una relación previa, no digamos advertencia o conversación, con el capellán.
Y con evidente añadida intencionalidad de publicidad y de remover las aguas. Si el decano no quiere seguir recibiendo esos mensajes, que se lo diga al emisor y santas pascuas.
El decano pedía que se le prohibiera al sacerdote ese ejercicio de la libertad de expresión y que se estudiara si a este sacerdote se le pagaba por parte de la Universidad. Es decir, estaba poniendo el foco en los mecanismos de contratación, y por tanto, de despido de este sacerdote.
El sacerdote ha contestado al citado decano con una carta que ciertamente no responde a lo políticamente correcto. Está en el nivel de la argumentación sobre cuestiones esenciales con claridad y contundencia. Vamos, que se le entiende todo.
Intentemos hacer abstracción del momento en que vive esa prestigiosa Universidad madrileña. También de la compleja situación política, incluso en la relación con la Comunidad Autónoma, administración que tiene transferidas las competencias universitarias.
Centrémonos en algo de lo que esta en juego aquí. Primero, la naturaleza y misión de un capellán en la Universidad y, por tanto, la comprensión de lo que significa la Universidad en relación con las ofertas de sentido en sociedades plurales.
Dejo a un lado una cuestión que cada vez es más evidente. Ser cristiano conlleva ser signo de contradicción. Si queremos mitigar esta dimensión del testimonio cristiano estaremos deslavazando y limitando nuestra posibilidad de propuesta.
Si hay un lugar en el que se debiera rendir culto a la libertad de pensamiento es la Universidad. Una Universidad, la actual, en términos generales, adormecida, anestesiada, alquilada al funcionalismo económico.
Ya quisiera yo que viviéramos ahora en el mayo de un 68 permanente en el que la Universidad fuera el primer espacio en el que se defendieran las causas justas con la libertad propia de la razón.
Una libertad siempre encaminada a la búsqueda de la verdad. Convertir la Universidad en una institución administrativa deudora del Estado, que no es lo mismo que dependiente del Estado, también del Estado neutral ante las cosmovisiones de sentido particulares, como es el nuestro, no lleva de forma obligada la limitación del ejercicio de la expresión religiosa como narrativa fuente de sentido.
Hablamos de una expresión de lo religioso, experiencia y sentido que contribuye al desarrollo de la personalidad y a enriquecer a la sociedad, comunidad, desde el debate público, interno y externo.
Que la Universidad se convierta también en el espacio para que los creyentes compartan y celebren sus creencias, no sólo en el ámbito de lo privado, parece lógico cuando la Universidad es una geografía pública de hechos y de sentido por la misma dimensión generativa y social del saber.
La insoportable condescendencia, más propia de tiempos pasados de una ilustración fracasada, con lo religioso público, que no con lo confesional, implica que la Universidad muda en una burocracia como fabrica de títulos a modo de factoría de cadena de montaje de productores de un capitalismo siempre insatisfecho.
Está claro que lo que plantea el capellán de Filosofía y Filología trasciende lo ocurrido en la Universidad porque va al fondo de la gestión y digestión de la pluralidad de cosmovisiones de sentido en estas sociedades complejas.
La respuesta en todo caso no debe ser la censura, ni las amenazas, ni los recortes, ni las limitaciones. La respuesta debiera ser la conversación y el debate público, que es lo que enriquece porque define a la Universidad en su dimensión de transmisión cooperativa del saber.
Lo que hace un capellán en la Universidad, en este caso en una Universidad no digamos pública, porque públicas son todas, sino estatal, es ofrecer un servicio cuyo contenido está relacionado con lo que define y sustenta a la Universidad, el saber en pos de la verdad en libertad y la celebración de ese saber a través del culto. La fe es una forma de conocimiento. Si tengo que explicar esta cuestión, tendría que escribir otro artículo.
Un servicio que no es un privilegio histórico sino que responde a una necesidad expresada de los profesores y estudiantes que forman parte de esa comunidad-institución.
No sé quién ha salido en apoyo o solidaridad con este sacerdote, y quién se ha mantenido en un prudente o en un sospechoso silencio.
Lo que sí sé es que en esta diatriba nos jugamos no poco, tanto en el ámbito de la Universidad en sí como en lo que se denomina pastoral universitaria, que viene a ser acompañamiento de quien está siempre en búsqueda.
José Francisco Serrano Oceja