Tribunas

 

Un niño nos ha nacido

 

 

Ángel Cabrero

El Papa Francisco, besando una imagen del Niño Jesús.

 

 

 

 

Sin dolor ninguno para su madre llegó Jesús. Ella podría recordar después, cuando lo tenía delante en la cruz, en el Calvario, que no había permitido para ella ningún dolor, ni el del parto. Sin dolor, sin sangre, sin romper. Así quiso Él a su madre. Así llegó Dios al mundo material. José se admira de esa paz, de esa serenidad, de ese nacimiento incruento. Y miraba a aquel bebé absorto, sin palabras. Era un muñequito encantador, como uno más, pero no podía parar de pensar que no era como los demás. Ese bebé era Dios, y no podía menos de estremecerse. Y José miraba a María con asombro; era la madre de Dios. Y María estaba absorta, mirando, tocando, abrazando a ese niño que era su hijo y era Dios.

José había estado preparando el momento con una gran actividad. El lugar era de lo más adverso que se pudiera pensar y él procuró limpiar, buscó leña, preparó un fuego que ardió generosamente, templando un poco esa cueva para animales. Sacó del talego un poco de pan y unas aceitunas. Había pensado en ir a comprar algo al pueblo pero fue consciente de que el niño podría llegar en cualquier momento, porque la mirada de ella se lo advirtió. Era un “no te vayas” suficientemente expresivo.

Y efectivamente ahí estaban los dos, llenos de asombro. Mirando a aquel recién nacido, que llegaba al mundo sin intervención del hombre. Cuando ella contara estas cosas a los primeros cristianos quizá le sería difícil no mezclar la narración del nacimiento con sus recuerdos posteriores y pensar que aquel niño, ya hombre, sería colgado en la cruz. Y no podría evitar el recuerdo de esos momentos maravillosos del nacimiento y mezclarlos con aquella última cena. Y pensaba en aquel niño, bebé pequeñito, que luego iba a ser alimento eucarístico.

Todo esto lo vemos en los belenes. Es una costumbre espléndida, rica en sugerencias. Seguramente hemos visto cientos de representaciones del nacimiento de Jesús y, si lo pensamos un poco, hemos visto de todo. Con imágenes de gran calidad y con dibujos de niños. Podemos encontrarnos con una parroquia en donde, aquí y allá, no tienen uno sino dos o tres o cuatro belenes, a cuál más bonito y todos visitados por los parroquianos.

Cuanto bien hacen y, al mismo tiempo, siempre vemos la necesidad de ayudar a niños, jóvenes y mayores a entrar en la historia, a hacerse presentes en aquel lugar pobre, cuadra de animales donde Dios quiso hacerse hombre.

Nos conviene introducirnos en esa historia porque hay pocas enseñanzas tan importantes para todos los cristianos. Tenemos el peligro de acostumbrarnos, pero es algo muy grande, casi increíble, que Dios haya querido hacerse de los nuestros pero no en los honores de la nobleza, ni entre los ricachones. Entre los más humildes: María y José vivían en Nazaret en cuevas. Entre los miserables: Jesús nace en un lugar previsto para animales, con la suciedad y los olores consiguientes.

Porque tenemos el peligro de ver cosas bonitas en las representaciones navideñas y olvidarnos de cómo fue la realidad. O, incluso, perder de vista lo esencial: que ese bebé es Dios que ha querido venir a nosotros para salvarnos. Tenemos el peligro del acostumbramiento, de confundir la Navidad con festejos, luces y comilonas y no darnos cuenta de que la realidad de aquel momento fue muy distinta.

 

 

Ángel Cabrero Ugarte