Opinión

El Papa Francisco y la trampa de Notre Dame

 

 

Pedro María Reyes


Reconstrucción de Notre-Dame.

 

 

 

 

 

El día que volvieron a abrir la catedral de París, coincidió que cené con unos amigos sacerdotes. Durante la sobremesa decidimos ver por un canal de YouTube la ceremonia de reinauguración de Notre Dame, que por fin volvía al culto. Disfrutamos mucho viendo las imágenes de esa impresionante catedral en todo su esplendor. Y viendo el desarrollo de los actos, yo agradecí en mi interior qué el Papa no fuera para esta ocasión.

La sala de prensa de la Santa Sede comunicó que quería que el protagonista fuera la propia Notre Dame, además de que parecía mejor que la liturgia fuera celebrada por el arzobispo de París, al ser la apertura de la catedral de la ciudad. Seguro que había otros motivos que se hubieran podido ofrecer a la opinión pública, como la creación de los nuevos cardenales, que era esa misma tarde, o algún acto protocolario del domingo. También es cierto que Francisco tenía previsto viajar a Córcega en unos días, y sería excesivo que hiciera dos visitas oficiales a un país en dos semanas.

Pero yo me acordaba de otra ceremonia histórica, que tuvo por escenario esa misma catedral de Notre Dame: la coronación de Napoleón como emperador de Francia. Esta tuvo lugar el 2 de diciembre de 1804. Ahí estaba presente otro Papa, Pío VII. Pero el protagonismo estaba reservado para Bonaparte. La presencia de Pío VII solo sirvió para resaltar más la gloria del emperador. Este Romano Pontífice emprendió un largo viaje (y peligroso, pues su predecesor había muerto prisionero por el mismo Napoleón) solo para ser un elemento protocolario, casi decorativo, de un acto diseñado para dar gloria al nuevo emperador: los franceses veían que hasta el Papa había venido de lejos para rendirle homenaje.

En los actos de la reinauguración del otro día, había muchos invitados extranjeros. Pero el protagonista era el presidente francés. Y esto seguramente no hubiera cambiado si el Papa fuera uno más entre unas decenas de jefes de Estado que felicitan a Macron por la culminación de las obras de restauración. Ni siquiera si el Papa preside los ritos litúrgicos, porque el mérito de esta inauguración se lo lleva, con razón, el Estado francés, representado ahí por su presidente. La presencia del Papa habría servido para realzar al presidente francés.

Pienso que si el Papa hubiera acudido, habría sido imposible evitar la comparación con Pío VII. Ciertamente las diferencias son muchas, pero coinciden los personajes, el escenario y la solemnidad de la ocasión. Las críticas que algunos han lanzado al Papa por su ausencia, sospecho, han sido difundidas con ánimo de atacar. Pero en mi opinión, las alternativas que había en la Santa Sede eran la de ser criticado por caer en la trampa en que cayó Pío VII o ser criticado por no ir. Eligieron esta segunda opción, y es la que me parece más digna.

Por ello, considero una genialidad de la diplomacia vaticana, siempre tan fina, la respuesta que difundió la Sala de Prensa.

 

 

Pedro María Reyes