Tribunas

Temazo el de este Congreso

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Congreso de Vocaciones.

 

 

 

 

 

 

Gran tema éste de la vocación que ha ocupado a no pocas personas este fin de semana en Madrid, en un Congreso que no ha tenido especial relevancia pública.

Una vez más se confirma que si la Conferencia Episcopal no tuviera sus propios medios, determinadas actividades que ella considera son relevantes no existirían para la sociedad. Si no mal recuerdo, este Congreso era fruto del plan de pastoral de la Conferencia, un Plan del que no se habla mucho.

Al margen de que el Congreso se ha organizado en función de unas dinámicas específicas, no parece que se haya apostado por las conferencias marco, en las que se ofrecen ideas, se hacen análisis de fondo, se apuntan propuestas.

Ha primado el taller, es decir, la experiencia de lo que se hace, la praxis. La primacía de la praxis sobre la teoría creo que ya ha tenido demasiadas consecuencias negativas para la historia, también para la historia de la Iglesia.

Si el Congreso era necesario, que no lo dudo, ojo con el riesgo del efecto estufa. Durante no poco tiempo, todavía lo he leído en alguna declaración episcopal no hace mucho, se ha venido achacando a algunos ámbitos de Iglesia que están calentitos en torno a la estufa de sus ideas y que eso es lo que hace que no salgan al mundo, a las fronteras, y no se enfrenten a determinadas corrientes, evidencias, tendencias, hechos. Vamos, que así se ha calificado a los denominados conservadores.

El efecto estufa podría tener también otra lectura. En un momento claramente de cambio, de un proceso de tránsito del modelo de cristiandad a una sociedad plural y no sólo secularizada, sino postsecularizada, toda oportunidad de congregarse, de reunirse, crea un efecto de calentamiento mutuo, de ánimo sentido, de animación, de estufa. Empieza a funcionar el calor de la estufa, sobre todo si se evitan perspectivas obvias y sólo se quiere ver la botella media llena y no la botella más que medio vacía. Un subidón de adrenalina, en el tono de esa fe emotivista, juvenil, que domina a determinados sectores.

Que conste que el tema del Congreso me parece no solo relevante, sino lo siguiente, en la medida en que sintetiza, en la respuesta, la interpelación a no pocos de los procesos que están presentes en la cultura actual.

Hablar de la vocación cristiana, aunque sea complicado diferenciar esta propuesta de “las vocaciones”, y puede parecer que este Congreso sea un Congreso encubierto, implica hablar de una llamada. ¿Pero de quién? Quizá habrá que dejar claro al sujeto enunciante, es decir, quizá habría que hablar de Dios y sea la cuestión de Dios la más necesaria hoy.

Hablar de vocación es hablar de lo esencial de nuestra existencia, por lo tanto, es hablar de la cuestión del sentido de nuestra vida. Un sentido y una vida que se nos da, que es un don, que no hemos recibido gracias a nuestra voluntad, ni a nuestros méritos. Y que una vez recibido vamos contrastando en el día a día con la condición de la relación y la libertad. Por lo tanto, hablar de la vocación es también hablar del sentido relacional, de la dimensión social, y de la libertad.

No hay ninguna persona en este mundo para la que Dios no tenga un plan en el que colaborar. Por eso, a la hora de plantearse qué quiere Dios de cada uno, la pregunta no es ¿tengo vocación? Las preguntas correctas podrían ser: ¿a qué me llama Dios?, ¿por qué camino concreto me está llamando el Señor?, ¿de qué modo me siento invitado a poner a su servicio a los talentos que me ha concedido?

No digo que todo esto no se haya trabajado este fin de semana. Lo que digo es que hay que llevar la estufa a la calle y ponerla en medio de la plaza para notar el contraste.

 

 

José Francisco Serrano Oceja