Tribunas
09/05/2025
La señal esperada: fumata blanca
Ernesto Juliá
En estos días somos muchos los que hemos esperado ver elevarse una columna de humo blanco desde los techos del Vaticano; y, por fin, la hemos visto.
“¡Habemus Papam!”
Más de un hombre y de una mujer habrá llorado de alegría al ver abrirse las cortinas del balcón central de San Pedro, y oír la voz grave y solemne, anunciando el fin de la espera.
Cada comienzo de un pontificado viene a ser un aldabonazo en el corazón de los creyentes; en el corazón y en la inteligencia de cada cristiano.
¿Qué novedades nos traerá?, suelen preguntarse en las conversaciones comentando la elección recién terminada.
Bien conscientes de que la Iglesia está fundada por nuestro Señor Jesucristo; y que Él envía el Espíritu Santo al recién elegido Papa y a las personas que elija para que le ayuden en la tarea que acaba de recibir; y bien conscientes también que el gobierno en la Iglesia es un servicio a las almas y a toda la sociedad, ahora rezamos para que acierten en sus decisiones y nos ayuden a caminar siempre en la tierra, “Con Cristo, por Cristo y en Cristo”; respondemos claramente a la pregunta.
La perenne novedad de la Iglesia es la de siempre: dar vida a la Palabra, a Cristo, y a sus palabras que tienen valor y sabiduría eterna, vivas para todas las generaciones que habitarán la tierra hasta el juicio final, palabras que la Iglesia ha hecho germinar en todas las civilizaciones y culturas que se ha encontrado, y que seguirá haciendo. Es la perenne y eterna Nueva Evangelización.
Una novedad que no sustituya a la Verdad, que es Cristo. ¿Cómo vivificar siempre la Verdad, Cristo? Nutriéndose siempre en la predicación y en la vida, del Evangelio y del Magisterio ordinario y extraordinario que ha acumulado a lo largo de los siglos; de la Gracia de los Sacramentos –Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Matrimonio, Orden, Unción de los enfermos-, sin abandonar ninguno; de los Mandamientos de la Ley de Dios, sin dejar ninguno; y de la sabiduría, también metafísica, de los grandes doctores y padres de la Iglesia, incluidos siempre san Agustín, santo Tomás de Aquino, san Gregorio, san Juan Damasceno, san Jerónimo, etc.
La “novedad” es la renovada predicación y vivencia de la plenitud de la Fe y de la Moral, que hemos vivido desde que Cristo ha sembrado en la tierra la semilla de la Verdad. Verdad, que ilumina nuestro caminar en la tierra y nos abre el alma para vivir eternamente en el Cielo con nuestro Creador, con nuestro Redentor, con nuestro santificador: Dios.
En la Misa “pro eligendo Pontifice”, se leen estas palabras del evangelio de san Juan: “Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como Tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también ellos se consagren en la verdad”.
Hago mías, las palabras del Cardenal Re en la homilía de la Misa de apertura del Cónclave:
“El mundo de hoy espera mucho de la Iglesia para tutela de esos valores fundamentales, humanos y espirituales, sin los cuales la convivencia humana no será mejor ni portadora de bien para las generaciones futuras. Que la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, intervenga con su intercesión maternal, para que el Espíritu Santo ilumine la mente de los cardenales electores y los haga concordes en la elección del Papa que necesita nuestro tiempo”.
Y nuestras oraciones siguen pidiendo al Espíritu Santo que ilumine a León XIV.
Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com