Tribunas

León XIV: Tu es Petrus

 

 

 

Jesús Ortiz


Papa León XIV. (@Vatican Media).

 

 

 

 

 

TU ES PETRUS reza en grandes letras doradas en el tambor de la cúpula de la Basílica del Vaticano. Sostiene la estructura cupular y distribuye el peso sobre los sólidos pilares. Todo un símbolo del peso que recae sobre León XIV como sucesor de Pedro y sobre todo Vicario de Jesucristo.

La Iglesia es más que política y moral por ser camino real de salvación, Madre y Maestra y luz para el mundo. Bajo la cúpula más famosa del mundo se encuentra el baldaquino con la imagen del Espíritu Santo que arropa el Altar de la confesión, donde el Papa celebra la Misa y renueva la entrega sacrificial de Jesucristo. Más abajo, como es sabido, se hallan los restos de Pedro, el primer Vicario de Jesús: Tu eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia.

 

Obispo cristiano como san Agustín

En sus primeras palabras León XIV se ha referido al querido san Agustín para manifestarse abrumado por el peso del Pontificado a la vez que sereno porque Dios le dará fortaleza y santidad para la misión encomendada. Sí, los cardenales le han elegido y Robert Prevost acepta confiado en la gracia específica de Dios que le constituye en León XIV, libertad suya añadida a la libertad de los cardenales electores, y libertad de Dios que asiste a la Iglesia de Jesucristo.

Después del saludo con la paz de Jesucristo resucitado el Papa añadió: «Soy hijo de San Agustín. Soy cristiano y obispo. Podemos caminar juntos hacia esa patria para la que nos ha preparado Dios. A la Iglesia de Roma, un saludo especial. Juntos tenemos que ser una Iglesia misionera, que construya puentes y diálogo y abierta a decidir, como esta plaza, todos aquellos que necesitan caridad, diálogo, cariño».

Precisamente san Agustín expresaba la confianza en Dios de quien ejerce como el Buen Pastor en nombre de Jesucristo: «Desde que se me impuso sobre mis hombros esta carga, de tanta responsabilidad, me preocupa la cuestión del honor que ella implica. Lo más temible en este cargo es el peligro de complacernos más en su aspecto honorífico que en la utilidad que reporta a vuestra salvación. Mas, si por un lado me aterroriza lo que soy para vosotros, por otro me consuela lo que soy con vosotros. Soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros. La condición de obispo connota una obligación, la de cristiano un don; la primera comporta un peligro, la segunda una salvación». (Sermón 340). Y concluía algo válido para el Papa, pues cuanto mayor es el amor, tanto menor es la labor.

Avanzamos en el tiempo de Pascua estrenando sucesor de Pedro y sobre todo Vicario de Cristo, y reafirmamos el gozo de la Resurrección de Jesucristo. Se cumplen las palabras del Señor: el mundo reirá y vosotros lloraréis, pero el Paráclito vendrá a vosotros y os llenará de una alegría que nadie os podrá arrebatar. Este es el recorrido de la Iglesia en estas semanas y siempre: dolor por la muerte del papa Francisco y gozo por la elección de León XIV.

En su encuentro con los Cardenales se ha referido al Vaticano II con algunas líneas para la Iglesia, entre ellas lo siguiente: «Y a este propósito, quisiera que renováramos juntos, hoy, nuestra plena adhesión a ese camino, a la vía que desde hace ya decenios la Iglesia universal está recorriendo tras las huellas del Concilio Vaticano II. El Papa Francisco ha recordado y actualizado magistralmente su contenido en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, de la que me gustaría destacar algunas notas fundamentales: el regreso al primado de Cristo en el anuncio (cf. n. 11); la conversión misionera de toda la comunidad cristiana (cf. n. 9); el crecimiento en la colegialidad y en sinodalidad (cf. n. 33); la atención al sensus fidei (cf. nn. 119-120), especialmente en sus formas más propias e inclusivas, como la piedad popular (cf. 123); el cuidado amoroso de los débiles y descartados (cf.n. 53); el diálogo valiente y confiado con el mundo contemporáneo en sus diferentes componentes y realidades (cf. n. 84, Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 1-2).

 

Una plaza que abraza

Durante estos días la plaza de San Pedro ha congregado miles de personas para despedir a papa Francisco y recibir con gozo a León XIV, y algo semejante ocurre todas las semanas. Desde el principio el diseño de Bernini a modo de brazos que cierran esta gran plaza simboliza la maternidad de la Iglesia que acoge a sus hijos y a todos los que acercan, nadie queda indiferente. Las piedras también hablan de Dios y de la fe católica con una esperanza grande.

Muchas tareas aguardan al Romano Pontífice aunque sabe que no está sólo, el Pueblo de Dios permanece en unidad con el Pastor de las almas cooperando en la evangelización del mundo que estos días ha vivido un baño de catolicidad y de gracia hacia dentro y hacia fuera.

La visión sobrenatural de la fe orienta la actividad de los cristianos capaces de redimir cada cambio de época o en época de cambio, como señalaba un santo de nuestro tiempo: «Cada generación de cristianos ha de redimir, ha de santificar su propio tiempo: para eso, necesita comprender y compartir las ansias de los otros hombres, sus iguales, a fin de darles a conocer, con don de lenguas cómo deben corresponder a la acción del Espíritu Santo, a la efusión permanente de las riquezas del Corazón divino. A nosotros, los cristianos, nos corresponde anunciar en estos días, a ese mundo del que somos y en el que vivimos, el mensaje antiguo y nuevo del Evangelio.

(…) No es verdad que toda la gente de hoy –así, en general y en bloque– esté cerrada, o permanezca indiferente, a lo que la fe cristiana enseña sobre el destino y el ser del hombre; no es cierto que los hombres de estos tiempos se ocupen sólo de las cosas de la tierra, y se desinteresen de mirar al cielo. Aunque no faltan ideologías –y personas que las sustentan– que están cerradas, hay en nuestra época anhelos grandes y actitudes rastreras, heroísmos y cobardías, ilusiones y desengaños; criaturas que sueñan con un mundo nuevo más justo y más humano, y otras que, quizá decepcionadas ante el fracaso de sus primitivos ideales, se refugian en el egoísmo de buscar sólo la propia tranquilidad, o en permanecer inmersas en el error. (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 132)

El papa León XIV se dirige al mundo convulso que necesita el bálsamo de la palabra sanadora, de puentes para unir, de paz entre los pueblos y en las conciencias, de esperanza en el futuro. También lo aventuraba san Agustín en aquel sermón para tiempos difíciles: «¡Tiempos malos, tiempos difíciles!, dicen los hombres. Vivamos bien, y los tiempos serán buenos. Los tiempos somos nosotros: como somos nosotros, así son los tiempos. ¿Qué hacer, pues? Quizá no podemos convertir a todos los hombres; procuren vivir bien, por lo menos los pocos que me están oyendo, y ese reducido número de los buenos soporte la multitud de los malos. Estos buenos son como el grano: ahora se encuentran en la era, mezclados con la paja; mas en el hórreo no habrá esta mezcla. Toleren lo que no quieren, para llegar a donde quieren, ¿por qué afligirnos y censurar lo que Dios ha permitido? (...) No censuremos al Padre de familia, que es tan bueno. El nos lleva sobre sí, no le llevamos a Él. Él sabe cómo gobernar su obra. Por lo que a ti se refiere haz lo que te manda y aguarda el cumplimiento de sus promesas».

 

 

Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico