Tribunas
22/05/2025
¿Por qué importa la Iglesia?
José Francisco Serrano Oceja
Basílica de San Pedro. Ciudad del Vaticano. Roma.
Ahora que ya ha pasado el vendaval romano, y entramos en una cierta normalidad informativa, retomo algunas cuestiones, de fondo y forma, sobre lo que ha pasado estas semanas.
Dentro de la repercusión que los acontecimientos pontificios han tenido en los medios y en la sociedad española, hay una pregunta que no pocos se hicieron en reportajes y columnas periodísticas.
En una sociedad secularizada y plural como la nuestra -en la que sólo el 53% de los españoles se confiesa católico, practicante o no- la pregunta es: ¿Por qué importa la Iglesia?
En palabras de mi admirado David Jiménez Torres en “El Mundo”, el pasado martes, 22 de abril, “¿Cuánto importa un papa?”.
Dejo a un lado, de momento, algunas columnas como la de Nuria Labari en “Lo País” de este domingo, titulada “El nuevo papa será anacrónico o no será”, en la que asienta la tesis, entre otras, de que “Hoy en día, la Iglesia es una institución contracultural, por cuanto rechaza los valores y modelos de vida dominantes”.
Efectivamente, la Iglesia es contracultural porque la cultura va de eso, de que los valores y modelos de vida se asienten en una comprensión antropológica-social adecuada a la condición de los humanos.
Si los valores y modelos de vida no están en esa onda, a la Iglesia no le queda otro remedio que ser contracultural siendo pro-cultural, generadora de cultura. Al margen de aquello de ser signo de contradicción.
Pero vuelvo a mi admirado David Jiménez Torres, y no sólo por su primer apellido. En otro tono y con otro estilo, pausado, elegante, como es David, escribe lo siguiente.
Y esto que leemos es lo que de verdad debe hacernos pensar:
“Al final, el proceso de secularización del mundo occidental lleva muchas décadas en marcha, y a estas alturas asegura que cada vez más personas vivamos de forma muy cómoda al margen de la fe y de la acción de la Iglesia. Algo que hacemos no como acto de rebeldía o de nihilismo sino, sencillamente, porque esto resulta mucho más natural para nuestras creencias y nuestra forma de estar en el mundo; y sin que ello implique que nuestras vidas sean menos plenas que las de los creyentes, o que no valoremos el enorme impacto que el cristianismo ha tenido en la cultura y los valores occidentales. Está claro que muchas personas encuentran un sentido y una razón en la fe católica; también está claro que muchos otros no lo hacemos, y que vivimos este hecho con gran tranquilidad. La pregunta, de nuevo, es si algún Papa, sea de la orientación ideológica que sea, tome las decisiones que tome, elija el rumbo que elija para la Iglesia, puede cambiar eso. Siempre es osado mostrarse tajante en estos asuntos, pero los indicios parecen apuntar que no. El Papa argentino quizá apreciaría que, para muchos, la respuesta a lo que pueda plantear un pontífice hoy en día es un "no sos vos, soy yo".
Sin necesidad de mostrarme tajante como afirma nuestro autor, plantea un efecto evidente del proceso de secularización, esa forma de vida como si Dios no existiese, o porque Dios no existe, que, incluso reconociendo el valor del cristianismo en la historia, permite vivir, aparentemente, con toda tranquilidad, afirmando incluso que así también se vive una vida plena.
Plantea David una interpelación directa a la cuestión de la gracia, es decir, a la relación entre deseo del corazón humano y de la razón, y satisfacción de ese deseo por la fe, como forma de conocimiento y como dimensión de apertura a la realidad que supera la realidad, que amplía la perspectiva de una realidad vital.
No niego que lo que dice sea verdad, y que su conciencia verifique esa expresión de tranquilidad, de normalidad.
Sin embargo, me pregunto cómo afronta determinadas realidades constitutivas de lo humano que interpelan a fondo a lo humano. El mismo hecho de ser limitado, el límite. Quizá se trate de darle a Dios alguna oportunidad.
La negativa a abordarlas desde otra perspectiva, la de la fe, me parece que es una negativa a una plenitud, por utilizar su concepto, que amplía los horizontes.
La fe es un don de Dios que no niega a nadie. Sólo se necesita la apertura para recibirlo. La cuestión de la Iglesia viene después, porque ha estado antes.
José Francisco Serrano Oceja