Tribunas
26/05/2025
Lo que nos enseñó MacIntyre
José Francisco Serrano Oceja
Llevo unos días dándole vueltas a lo que significa que el Espíritu Santo hace todo nuevo. Será por la elección de León XIV o por la próxima celebración de Pentecostés.
En esas estaba cuando recibí la noticia del fallecimiento de uno de los filósofos que más nos han enseñado en nuestro tiempo, Alasdair MacIntyre.
Por cierto que aprovecho para recordar que tenemos que agradecer a monseñor Javier Martínez, emérito de Córdoba y Granada, que en el “interruptus” proyecto editorial que montó, hoy en un almacén, nos acercara algunas de las obras de este autor converso al catolicismo.
MacIntyre nos presentó muchas buenas ideas y nos colocó ante necesarias tesituras a partir de su análisis a fondo de las deficiencias de la modernidad. Nos indicó, incluso, quiénes eran los nuevos bárbaros.
Además de páginas memorables sobre el emotivismo, sobre la narración en la educación moral, sobre Dios, incluso sobre la universidad, MacIntyre nos ayudó a entender lo que implicaba la secularización laicista como “doctrina omnicomprensiva” que compite por la hegemonía en el supermercado de ofertas de sentido en la sociedad contemporánea.
Una doctrina, la laicista, que ha tenido la habilidad de disfrazarse de “imparcialidad cosmovisional” –ser a la vez árbitro y jugador- para así impulsar más eficazmente sus fines.
MacIntyre lo llama “progresismo [liberalismo]”. El progresismo tiene, de hecho, una concepción del bien que trata de imponer política, jurídica, social y culturalmente siempre que puede; […] al hacerlo, reduce en grado sumo su tolerancia hacia las concepciones opuestas del bien en el ámbito público.
En esto iba a la par de Ch. Taylor, quien afirmaba que “hoy en día la idea de que la neutralidad es básicamente una respuesta a la diversidad encuentra dificultades para abrirse paso entre los “no creyentes” occidentales, extrañamente obsesionados con la religión, a la que consideran algo extraño y tal vez incluso amenazador. Esta postura se alimenta de todos los conflictos, pasados y presentes, de los Estados liberales con la religión, pero también de una distinción específicamente epistémico: el pensamiento religioso es de alguna manera menos racional que el puramente “secular”. Esta actitud tiene una base política (la religión como amenaza), pero también otra epistemológica (la religión como defectuoso razonar)”.
La otra gran lección de MacIntyre fue volver a poner en circulación a la virtud. “Tras la virtud” es un libro clave para formar adecuadamente la mente crítica. Una recuperación de un concepto necesaria ante la proliferación y el manoseo de los difusos “valores”.
Esta propuesta suya me recuerda mucho la teología de san Juan Crisóstomo, y aquello que escribiera sobre los fieles laicos cristianos:
“No os digo: no os caséis. No os digo: abandonad las ciudades y apartaos de los negocios ciudadanos. No. Permaneced donde estáis, pero practicad la virtud. A decir verdad, más quisiera que brillaran por su virtud los que viven en medio de las ciudades, que los que se han ido a vivir a los montes. Porque de esto se seguiría un bien inmenso, ya que nadie enciende una luz y la pone bajo el celemín”.
José Francisco Serrano Oceja