Tribunas

Reverdecer la Esperanza

 

 

Ernesto Juliá


El Papa León XIV durante la misa
y toma de posesión de la cátedra de obispo de Roma
(@Vatican Media).

 

 

 

 

 

Siguiendo con el tema central del actual Año Santo, el Papa León XIV ha comentado en sus últimas Audiencias, y muy sucintamente, dos parábolas del Señor que hacen referencia directa a la Esperanza: la del buen samaritano y la de los obreros en la viña.

Es cierto, que toda la vida de Cristo nos habla de la Esperanza: esperanza de ser redimidos del pecado; esperanza de recibir el perdón de Dios al presentarnos a Él con corazón contrito y humillado; esperanza de rectificar y de corregir todas las actuaciones que nos impidan caminar con Cristo y vivir en Cristo; esperanza de recibir las gracias que necesitamos para morir en el corazón de Cristo y vivir en Él eternamente.

¡Qué momentos habrá pasado el hombre de la parábola del buen samaritano, apaleado y abandonado, herido y despreciado a la vera del camino, en espera de un alma caritativa que fuera a ayudarle de alguna manera!

Y, cuantas veces a lo largo de nuestra vida habremos vivido en la esperanza de encontrar un alma amiga que nos atendiera, con la que pudiéramos desahogarnos de nuestras preocupaciones, y recibir el consejo, la ayuda necesaria para superar momentos difíciles.

En esas dos audiencias, León XIV nos sitúa ante dos reacciones que nos hacen vivir como “creyentes muy humanos”, y como “humanos muy creyentes”. Después de señalar que el sacerdote y el levita quizá tenían mucha prisa para llegar a casa, nos pregunta: “Queridos hermanos y hermanas, ¿cuándo seremos capaces nosotros también de interrumpir nuestro viaje y tener compasión? Cuando hayamos comprendido que ese hombre herido en el camino nos representa a cada uno de nosotros. Y entonces, el recuerdo de todas las veces que Jesús se detuvo para cuidar de nosotros nos hará más capaces de compasión” (28 de mayo 2025).

El Señor es el “buen samaritano” eterno, que se conmueve ante la viuda que camina hacia el cementerio para enterrar a su único hijo, y lo resucita; que tiene oídos para el clamor del ciego de Jericó, y ante las voces que dicen al ciego que se calle, le llama y le pregunta que quiere que le haga; el ciego le pide ver, y el Señor abre sus ojos.

León XIV nos dirige a todos los creyentes, a todos los que de alguna manera esperamos descubrir el latido de la voz de Dios en nuestra alma, las palabras que pronunció en la audiencia del 4 de junio:

“Queridos hermanos y hermanas, ¡no nos desanimemos! Incluso en los momentos oscuros de la vida, cuando el tiempo pasa sin darnos las respuestas que buscamos, pidamos al Señor que salga de nuevo y nos alcance allí donde estamos esperando. ¡El Señor es generosos y vendrá pronto!”.

Quién le podría haber dicho a la mujer cananea de la que nos habla el Evangelio (Mateo, 15, 21-28), que iba a encontrar al Señor, hablar con Él, y pedirle la curación de su hija, y llegar a oír:

“¡Mujer, que grande es tu fe! Que sea como tú quieres”.

Y a los obreros contratados al final del día para trabajar en la viña, cuando ya la desesperanza se estaba asentando en sus mentes, el amo les da también un denario, León XIV comenta:

“El relato dice que los trabajadores de la primera hora se sienten decepcionados: no logran ver la belleza del gesto del amo, que no ha sido injusto, sino simplemente generoso; que no ha mirado sólo el mérito, sino también la necesidad. Dios quiere dar a todos su Reino, es decir, la vida plena, eterna y feliz. Y así hace Jesús con nosotros: no establece una exigencia especial, sino se dona enteramente a quien le abre su corazón”.

Y me atrevo a añadir: quien pone su esperanza en las manos de la Virgen María, abre siempre su corazón al Señor, a Dios.

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com